De la oscuridad a la libertad
Superado el quinto centenario de Leonardo, en este 2020 abordamos otro no menos fascinante: el de Rafael, muerto en Roma el 6 de abril de 1520. Murió joven, cuando solo tenía 37 años, lo que siempre ha favorecido una lectura muy idealizada de su figura, así como de su obra. Rafael se convirtió en el pintor de lo sublime, de la belleza entendida como culmen absoluto (el bello ideal) e inalcanzable. También hubo un Rafael conmovedor que alimentó la iconografía religiosa que se multiplicaba en millones y millones de imágenes, especialmente gracias a sus representaciones de la Madonna. Pero este centenario puede ser la ocasión de ensanchar la mirada sobre este genio del Renacimiento italiano.
Por ejemplo, Rafael fue un hombre con una extraordinaria capacidad de reinventar los procesos de la producción artística. Cuando, después del año 1510, se vio sometido a una presión creciente por los muchísimos encargos que recibía, organizó el primer taller verdaderamente moderno en sentido científico. Se instaló en el Palacio Caprini de Roma, donde puso a trabajar a decenas de artistas y ayudantes, con un mecanismo que le permitía tener bajo control el trabajo de todo el taller, por el que pasaron todos los personajes más importantes de Roma y no solo. En el proceso productivo, el dibujo asumió una función fundamental como transmisión de ideas y proyectos a su equipo. Como escribió John Shearman, el historiador que más ha revolucionado los estudios sobre Rafael, en aquel taller se daba “una transferencia de esfuerzos que en la tecnología moderna describiríamos como una retirada de recursos de la producción para invertirlos en investigación y desarrollo”. Fue una decisión estratégica que permitió a Rafael gestionar al mismo tiempo trabajos muy complejos, a veces incluso sin participar personalmente en la fase final. Por ejemplo, en 1514 se hizo cargo también de la gigantesca fábrica de San Pedro.
Era muy metódico pero también fue un gran experimentador, a pesar de una imagen que le ha convertido en el artista de las “reglas y teorías”. Siempre dispuesto a poner en juego sus certezas y técnicas, como han comprobado los restauradores que recientemente han trabajado en las Estancias Vaticanas. En la maravillosa escena de la liberación de Pedro de la cárcel, han notado con estupor que Rafael recurrió al “esmalte con lima”, una técnica experimental muy arriesgada porque, si no se calibra bien la mezcla con agua, una vez enjugada puede llegar a tapar la pintura. Pero Rafael corrió el riesgo para mostrar, como un auténtico moderno, la humedad de la noche romana bajo una luna surcada de nubes. Esa misma noche pinta el Ángel fulgurante de luz que guía a Pedro, quien emerge de la oscuridad hacia la libertad. En la restauración han visto claramente un detalle maravilloso: la mano de Pedro sobrepasa la cortina de luz para entrelazarse con la del Ángel. Y la cortina de rayos de luz se rompe para abrir esta brecha.
Un detalle de humanidad sencilla e imponente a la vez. Un genio como Rafael visto en los pliegues de su quehacer que muestra otra dimensión distinta pero igualmente genial…