De Kurz a Kim Jong-un, en busca de un poder que colme el vacío

Mundo · Federico Pichetto
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23 octubre 2017
El fulgurante éxito electoral que llevará a Sebastian Kurz a convertirse probablemente en el nuevo canciller abre las puertas a una reflexión en profundidad sobre la generación de los llamados millennials, los nacidos en las dos últimas décadas del siglo pasado, a la que yo también pertenezco, y que por primera vez llega al poder en Europa.

El fulgurante éxito electoral que llevará a Sebastian Kurz a convertirse probablemente en el nuevo canciller abre las puertas a una reflexión en profundidad sobre la generación de los llamados millennials, los nacidos en las dos últimas décadas del siglo pasado, a la que yo también pertenezco, y que por primera vez llega al poder en Europa.

Normalmente la sociedad les llama “jóvenes” e incluye también entre ellos a los que han venido al mundo en los primerísimos años dos mil. A ellos se les dedica multitud de análisis, encuestas, opiniones y comentarios. Lo cierto es que son millennials los terroristas seducidos por el Isis que cometen matanzas en las ciudades de Occidente desde 2015, son millennials tanto los que se oponen con firmeza al brexit de Reino Unido como los que apoyan opciones de derecha moderada y radical que han llevado al poder a hombres como Trump, Macron y su coetáneo Kurz. También son millennials el príncipe William y su esposa Kate, Mark Zuckerberg, Fedez y las principales webstars de nuestro tiempo. Puede parecer curioso, pero conviene no olvidar que el coreano Kim Jong-un también es millennial, igual que los protagonistas de los sucesos más perversos y atroces de los últimos años.

Quiero acentuar esta “pertenencia generacional” porque a los que han crecido a la sombra del milenio siempre les han tratado como un problema. Era un problema su registro, su no haber visto nunca ni la guerra fría ni la caliente, su fragilidad afectiva, su existencia más allá de esquemas y fronteras tradicionales. Llevan euros en el bolsillo pero fueron testigos de los últimos retazos de sus monedas nacionales, escriben artículos de prensa con el smartphone pero alguna vez han llegado a utilizar una cabina telefónica, se desenvuelven perfectamente en la industria globalizada 4.0 pero todavía recuerdan los relatos de sus abuelos sobre la tradición de su tierra y de sus aldeas.

Wurz encarna perfectamente la esencia de estos nuevos protagonistas: solos, seductores y oportunistas. Para todos estos “chicos” el poder no es ni una vocación ni una necesidad dictada por un noble espíritu de servicio, sino una cura para el vacío que sienten en su interior. Esta afirmación puede entenderse mejor si tratamos de comprender la etimología de la palabra “poder”, que nace de la raíz indoeuropea pat- que significa “supervisar, estar pendiente”. Unida al verbo “ser” da vida al verbo latino “possum”, que se podría traducir por la locución “supervisar, estar pendiente del ser”.

Eso es el poder para los millennials: un modo de estar pendiente del propio ser, ese misterio desconocido del que sienten que proceden y al que se debe su inseguridad, su sentido de inadecuación. No logran mantenerse en el vacío, rendir cuentas con el vacío que le han transmitido sus padres, y les aterroriza que quede deshabitado, privado de amor. Por eso aferran el presente y se imponen impacientemente, para expulsar el fantasma de la nada y de la soledad.

Mi generación corre el riesgo de causar mucho daño a este planeta porque cree que la realidad tiene una deuda con cada uno y que nuestra tarea en la tierra consiste en saldarla, mediante el amor o mediante la fuerza. Soy consciente de que diciendo esto me describo también a mí mismo, pero la clave está en haber encontrado algo, Alguien, que me ha mostrado quién era y qué es lo que realmente deseo. Porque si te permites a ti mismo explorar el vacío en que vives, si no lo anestesias con el poder, con las drogodependencias o con el placer inmediato y fugaz, entonces puedes percibir –en el silencio de la noche– el susurro del Ser. Ese grito que no se puede enjaular ni supervisar sino que solo se puede empezar a seguir, instante tras instante. Antes de que el mal, el “lado oscuro” como dirían en Star Wars, se adueñe de todo y nos condene a la locura de una rabia que vence hasta en las urnas pero que al final nos hace perder la vida.

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