De Gasperi: el católico que supo decirle que no al papa

Editorial · Fernando de Haro
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25 agosto 2024
El papa quiere una lista conjunta de católicos y de herederos del fascismo a lo que De Gasperi se niega. Así le evita a la Iglesia las consecuencias nefastas de la alianza con los herederos del fascismo.

De Gasperi ha sido uno de los protagonistas del Meeting de Rimini de este año con la exposición Servus inutilis organizada con motivo del 70 aniversario de su muerte. Angelino Alfano, el presidente de la Fundazione De Gasperi, ha subrayado con motivo de la muestra que el líder político tiene mucho que decir a la sociedad de hoy. ¿Que le dice al europeo de hoy el trentino?  En la formidable biografía de Antonio Polito publicada hace algunas semanas (Il costruttore. Le cinque lezioni di De Gasperi ai politici di oggi), aparece la densidad de una libertad que emanó de su pertenencia clara a la Iglesia católica. Una pertenencia sin fisuras de un hombre que, precisamente porque pertenecia, tenía muy viva su capacidad crítica.

De Gasperi inicia su carrera política en 1911, muy joven. Lo hace como diputado en el Imperio Austro-Hungaro. A mediados del siglo XIX y comienzos del siglo pasado la posición de la Iglesia católica era abiertamente antimoderna y antiliberal. El Syllabus (1864) de Pio IX había condenado los principios del liberalismo político. Pio X (papa desde 1903 hasta 1914) rechazó el estado liberal y apostó por una restauración cristiana que en política significaba poco aprecio por la democracia. Para la Iglesia, como señala Polito, la libertad entonces no era un valor por sí mismo. Para De Gasperi sí. Siempre defendió los principios del Estado liberal alejándose de muchos católicos y de la autoridad eclesial que simpatizó a menudo con el “estado corporativo”, al estilo de lo que luego fue el régimen de Franco en España o de Salazar en Portugal. De Gasperi conecta el pensamiento católico con la Revolución francesa. «Las libertades políticas fundamentales, en definitiva, la base del sistema representativo, ya fueron conquistadas en 1946 con la ayuda de los católicos», escribe. Y critica el “clericalismo”, es decir, el consenso perfecto con las doctrinas más reaccionarias de la vieja Civiltà Cattolica, esa identificación, praxis y  pensamiento católico que está de acuerdo con las actitudes más cuestionables, con los actos más contingentes de la autoridad eclesiástica y tal vez con la política del Rey Papa».

Polito recuerda como De Gasperi se distancia claramente de la posición que toma Pio XI (papa desde 1922) ante el ascenso del fascismo. Pio XI era contrario a las tendencias a favor de la democracia que se desarrollaban dentro del catolicismo. Y busca una relación no conflictiva con Mussolini, contra el que siempre había luchado De Gasperi. La Acción Católica en las elecciones de 1929 llama a la participación y acepta la normalización de un régimen que convierte a los diputados en funcionarios del régimen fascita. El fundador de la Democracia Cristiana escribió esos días: «Enseñar a arrodillarse está bien, pero en la educación clerical también deberían aprender a ponerse de pie». Polito muestra como hasta 1944 el Vaticano pensaba que al fascismo le podía suceder un régimen “católico”. De Gasperi estaba convencido de que las organizaciones católicas habían actuado de forma miserable durante el fascismo y que, tras la II Guerra Mundial, era necesario que ese mundo fuera netamente democrático. Le costó mucho sacrificio y un enfrentamiento abierto con Pio XII. Estamos ya en 1952. De Gasperi es presidente del Consejo de Ministros. Se celebran elecciones administrativas en Roma. Y el papa quiere una lista conjunta de católicos y de herederos del fascismo. El Vaticano apuesta porque la Democracia Cristiana llegue a una acuerdo con la derecha para formar un bloque más combativo contra el comunismo. La Acción Católica presidida por Luigi Gedda, con tres millones de inscritos, es el arma privilegiada para llevar a cabo la operación. De Gasperi se opone a los planes del papa. Su familia recibe presiones. El político le hace llegar una carta y le explica por qué está equivocado. «Con demasiada frecuencia -explica- personalidades o grupos de católicos, apasionados verbalmente por los ideales, olvidan las dificultades que obstaculizan sus logros». De Gasperi amenaza con su dimisión como presidente del Consejo de Ministros. La lista del “bloque de derecha unitaria” no llega a presentarse. De Gasperi le evita a la Iglesia las consecuencias nefastas de la alianza con los herederos del fascismo. La suya es una libre obediencia que le hace mucho bien al papa. De Gasperi le pide una audiencia a Pio XII y el pontífice se la niega. El político le recuerda que también el papa tiene deberes con el presidente del Consejo de Ministros. De Gasperi encarnó una experiencia de libertad, esa experiencia de la libertad que tanto necesitamos.

 

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