Dana: se trata de que las víctimas dejen de serlo

Eva, una de las víctimas de la Dana expresaba la semana pasada en el Memorial de Estado su agradecimiento a los que habían ayudado a “canalizar el dolor para convertirlo en (exigencia de) justicia”. ¿Qué tipo de justicia permite que el dolor se canalice, la herida no se infecte y la rabia no sea eterna? La respuesta no puede ser dejar que pase el tiempo. La respuesta no puede consistir solo en que dimitan algunos políticos, haya una sentencia judicial; no puede ser solo que, en algún momento, después de muchos retrasos, se reabran los colegios que están por reconstruir y todo vuelva a funcionar como antes del 29 de octubre de 2024.
Eva habla del dolor de los que perdieron a sus seres queridos, de los que se vieron golpeados por un infortunio que les cambió la vida de la noche a la mañana. Eva habla de la indignación causada porque los políticos no han asumido sus responsabilidades, porque no han sido capaces de aparcar su guerra infinita para trabajar juntos, porque los diferentes niveles de la Administración no tuvieron ni siguen teniendo agilidad y capacidad para resolver los problemas de los afectados.
Una de las primeras frases que se acuñó y sirvió de consigna cuando muchos miles de personas tenían que sobrevivir sepultados por el barro fue “el pueblo salva al pueblo”. Era una frase con connotaciones religiosas. Era una forma de reproche al Gobierno regional, al Gobierno nacional y al Estado en su conjunto por haber fallado cuando era más necesario. Hacía falta una salvación: ayuda de emergencia eficaz, agua limpia, un techo, fuerza humana y mecánica para limpiar las calles. Pero hacía falta también la salvación de alguien que escuchara el llanto y que estuviese al lado de los que se sentían solos, desasistidos. “El pueblo salva al pueblo” no solo fue el lema de los que buscaban sacar un rendimiento ideológico de la tragedia, no solo fue un grito de rabia. Era un grito que pedía auxilio. Era también una forma de agradecimiento a los miles de voluntarios que desde el primer momento dedicaron mucho tiempo y mucha energía a estar cerca de los damnificados. La solidaridad que se desató fue la constatación de que no todo se lo había llevado el agua: cuando alguien sufre no es humano quedarse de brazos cruzados.
Durante este año, sin embargo, ha quedado claro que “el pueblo no salva al pueblo”. Ya es mucho que haya habido mucha gente dispuesta a ayudar, a acompañar. Pero no es suficiente ni para reconstruir ni para dar respuesta a la exigencia de justicia de la que habla Eva.
La experiencia de estos doce meses nos ha mostrado que una zona como la afectada por la riada de Valencia no puede reconstruirse sin un Estado fuerte, ágil, capaz de servir a las necesidades de una sociedad seriamente golpeada. La actividad de las empresas se ha recuperado entre un 70 y un 80 por ciento, gracias, sobre todo, al pago del Consorcio de Seguros. Pero hay una parte importante del dinero público que no termina de llegar a los afectados porque el Gobierno se lo ha enviado a los ayuntamientos y los ayuntamientos no tienen capacidad para gestionarlo.
El pueblo no salva al pueblo, aunque el pueblo hable por boca de los jueces. La jueza que investiga las responsabilidades de los políticos, su negligencia, el hecho de que no enviaran a tiempo una alarma que pudo salvar vidas, está haciendo su trabajo. Habrá una sentencia que seguramente tardará mucho en llegar y que podrá recurrirse. Establecerá con precisión la verdad jurídica del caso. Esa sentencia será muy importante para Eva y para el resto de los damnificados. Pero no será suficiente. Porque lo que necesita cada uno de ellos es dejar de dejar de ser sólo una víctima. Y eso no lo puede lograr la justicia de los tribunales. No tendrán justicia si además de sentir rabia e indignación, dolor por la ausencia de los que murieron, no tienen la experiencia de una reparación, de un amor, de una compensación con más peso en su vida que el daño sufrido. En eso consiste la salvación. Y un pueblo, un pueblo que solo sea pueblo, por sí mismo no puede ser la fuente de esa salvación, de esa reparación, de ese amor y de esa compensación.
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