Czesław Miłosz, solo hay dos palabras que salvar

Cultura · Alessandro Rivali
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20 febrero 2015
Czeslaw Milosz es un poeta que sigue dando cierto vértigo. Su obra es un bullicio de meditaciones en búsqueda de esa pietas tan desvirtuada en el siglo XX, el siglo “perro lobo”, como lo llamaba la voz alta y sufriente de Mandelstam.

Czeslaw Milosz es un poeta que sigue dando cierto vértigo. Su obra es un bullicio de meditaciones en búsqueda de esa pietas tan desvirtuada en el siglo XX, el siglo “perro lobo”, como lo llamaba la voz alta y sufriente de Mandelstam.

Milosz es un maestro sediento de verdad y su lección es un auténtico Edén para quien quiera escapar de las ataduras del individualismo y la fragmentación, al menos en el ámbito poético. Sus poemas son lecciones sobre la vulnerabilidad del siglo XX, una mina riquísima, especialmente emocionando cuando Milosz pone en discusión la poética de gran parte del siglo invadida por una creciente opacidad.

En 1980 Milosz ganó el Nobel con esta motivación: “con una lucidez sin compromiso, expresa la condición del hombre sometido a un mundo de conflictos agudos”. Acertada intuición de un premio Nobel profético, pero su poesía habría podido desvelar la misma fuerza aun sin las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, las mutilaciones de su amada Polonia o el “pan salado” del exilio.

De hecho, en Milosz encontramos la mayor concepción posible de la poesía: puede reparar el daño, puede en cierto modo aplacar el dolor, incluso sin llegar a su interpretación última.

Iosif Brodskij, otro Nobel merecido, le presentó así: “No tengo ninguna duda en afirmar que Czeslaw Milosz es uno de los poetas más grandes de nuestro tiempo, y tal vez el más grande. Aunque se prive a sus poesías de la espléndida riqueza estilística en su lengua nativa, el polaco (como suele suceder inevitablemente con las traducciones), y se reconduzcan puramente a su contenido, siempre nos encontramos frente a un espíritu severo, inflexible, de una intensidad tal que la única comparación que se puede imaginar es con los personajes bíblicos y, por encima de todos, con Job”.

Milosz es como él. No se da tregua, siempre en tensión ante un interrogante “vertical” sobre el mal. Uno de sus textos capitales está ambientado en la Varsovia de 1945, “en las ruinas de la catedral de San Juan”. El poeta comienza así su meditación: “¿Qué estás pensando, aquí, donde el viento / soplando del Vístula, levanta / el polvo rojizo de los escombros?”. Y concluye afirmando que solo hay dos palabras que salvar: “verdad y justicia” (En Varsovia).

Milosz puede ser luminoso y duro como el cuarzo, o bien, cuando abandona la piel de Job, convertirse en un profeta ardiente. La primera fase de su poesía tiene ascensiones apocalípticas que tal vez no disgustarían a ciertos narradores “sangrientos” de nuestro tiempo. Tiene una mirada fotográfica que, por ejemplo, sella la verdad en un camafeo de la epifanía femenina: “Cuando la luna y pasean las mujeres con sus vestidos floreados / me asombran sus ojos, pestañas y toda la construcción del     mundo. / Me parece que de tan grande inclinación mutua / podría surgir al fin la verdad definitiva” (Cuando la luna).

Milosz no se rinde al curso sangriento de la historia. Sí, es un poeta metafísico, pero también un teólogo de la historia. Cuando su mirada avanza a tientas en la oscuridad, eleva los brazos y su poesía se convierte en oración. No solo Job o Ezequiel, también el rey David que llama a la puerta de Dios en el tiempo de la plenitud y en la cruda soledad. Nace así, por ejemplo, la conmovedora poesía a su amigo sacerdote Józef Sadnik, desaparecido prematuramente a los 47 años.

Es impresionante el diálogo de Milosz con la muerte. Parece que algunos textos los hubiera escrito entre lágrimas. Cada verso es como una herida, un dolor compuesto y a la vez hondísimo, hasta llegar a captar en la realidad una gracia, una iluminación, incluso cuando parecen predominar las tinieblas.

Frente a la “crisis” del hombre, Milosz no ondea la bandera blanca. Es un alfil de la esperanza, que con ardor compite con otro autor de “corazón abierto” como Péguy. “Al final del siglo XX, nacido en su inicio, / tras haber escrito libros, buenos o malos, pero laboriosos, / tras haber alcanzado, perdido y recuperado, / estoy aquí, con la esperanza de que sea posible volver a empezar” (Al final del siglo XX).

La poesía también es esto. Ver claro en la noche oscura.

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