¡Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros!

España · Luis Ruíz del Árbol
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31 julio 2025
Cuando algunos políticos exigen a los extranjeros que se integren a nuestro marco de convivencia y forma de vida, deberían concretar un poco más a qué pautas, costumbres y maneras de estar juntos se refieren.

Cultura occidental es tanto Voltaire, Rousseau y Diderot, como Santa Teresita del Niño Jesús, Leon Bloy o Peguy; tanto Bach, Beethoven y Mozart, como Stravinksy, John Zorn o Arvo Pärt; tanto Antoni Gaudi, Antonio Palacios o Juan de Villanueva, como Miguel Fisac, Alejandro de la Sota o Josep Maria Sert; tanto Hitchcock, Lubitsch o Billy Wilder, como Bud Spencer y Terence Hill, Mariano Ozores o las películas de James Bond; tanto Marx, Engels o Bakunin, como Chateubriand, Lord Acton o Konrad Adenauer; tanto Di Stefano, Cristiano Ronaldo o Benzema, como Kubala, Ronaldinho o Lamine Yamal; tanto Fred Astaire, Gene Kelly o Cyd Charisse, como Antonio Gades, La Singla o Lola Flores; tanto Maria Callas, Renata Tebaldi o Plácido Domingo, como Enrique Morente, Vasco Rossi o Frank Sinatra.

Tan prístina y genuinamente occidentales son Adam Smith, Milton Friedman o Friedrich Hayek, como Keynes, Piketty o Zizek; Belmonte, José Tomás o Morante de la Puebla, como Cassius Clay, Rocky Marciano o Joe Louis; Romano Guardini, Henri De Lubac o Von Balthasar, como Gramsci, Jean-Paul Sartre o Martin Heidegger; Eduardo Chillida, Lucio Muñoz o Fernando Zóbel, como Gregorio Fernández, Goya o Sorolla; Lenin, Trotsky o Stalin, como Florensky, Berdiáyev y Solzhenitsyn; Wagner, Friedrich o Goethe, como Schönberg, Kokoschka o Günter Grass; el Gran Capitán, Juan de Austria o Ambrosio de Spínola, como Nelson, Napoleón o Von Moltke; Albert Camus, Antonio Machado o Bertold Brecht, como Paul Claudel, Curzio Malaparte o Louis Ferdinand Celine.

El mismo porcentaje de occidentalidad posee el salmorejo y una pizza margarita, una pinta de Guinnes y un Ribera del Duero, una tarta sacher y unos piononos. El jazz y el folk irlandés, la fórmula 1 y los sanfermines, el rap y el cante jondo, un mantón de Manila y un Luisvi, un Aston Martin y un SEAT Panda, un piso en Torrevieja y un chalet en Puigcerdá, una villa en la Toscana y una cueva en el Albaicín, un molino en Holanda y otro en La Mota del Marqués, una baguette recién salida del horno de una boulangerie en Paris y el Pan Bimbo para el sándwich del recreo del niño, la tortilla de patata con cebolla y sin cebolla, un gitano en Can Tunis y otro en Belgrado, la Universidad Libre de Bruselas y la Pontificia Universidad Lateranense, la educación obligatoria y el homescholing, la vacunación universal y las terapias alternativas… todos sin excepción son exactamente igual de occidentales.

Y lo mismo ocurre con el derecho romano y el common law, la Reforma y la Contrarreforma, el academicismo y el antiacademicismo, el neotomismo y el modernismo, la Guerra Civil y la Transición, la Tomatina de Buñol y el Concierto de Año Nuevo en Viena, el veganismo y el Rey del Cachopo, la física cuántica y la patafísica, el top less y la clausura monástica, el Camino de Santiago y la Ruta del Bacalao, el teletrabajo en Marbella y la recogida de aceitunas en Jaén, los McDonalds y los bares de viejos, el lefebrismo y la Teología de la Liberación, el Oktoberfest y la Javierada, Abogados Cristianos y el Me Too, la Solución Final y la Rosa Blanca, y así ad infinitum.

¿Un restaurante chino es menos europeo que una franquicia de KFC? ¿Un kebab es menos occidental que una neotabernita canalla? ¿Qué es más genuinamente “nuestro”, la camiseta de la primera equipación del Inter de Miami de Leo Messi o un traje de faralaes? ¿El aire acondicionado o un abanico? ¿Los complementos vitamínicos o la dieta mediterránea? ¿La energía nuclear o la fotovoltaica? El tomate, el café, la patata, el tabaco o el chocolate, ¿son menos occidentales que el pan de trigo, la lechuga, la manzana o el aceite de oliva? ¿Qué pasa con la seda, la pimienta, el té, el ajedrez, el yoga o la meditación?

Cuando algunos políticos exigen a los extranjeros que se integren a nuestro marco de convivencia y forma de vida, deberían concretar un poco más a qué pautas, costumbres y maneras de estar juntos se refieren. Un inmigrante senegalés recién llegado a nuestro país, ¿deberá ser pro o anti vacunas? ¿Podrá creer en los illuminati o deberá abrazar el providencialismo calvinista? ¿Deberá ir a misa los domingos o le bastará con apuntarse a un curso de mindfulness en el centro cultural del barrio? ¿Cuál de las mil y una variantes del cristianismo, nacionalismo, conservadurismo, marxismo o liberalismo deberá adoptar? Mucho me temo que en el hipotético caso de que desde el poder se impusiera un marco cultural determinado de obligado cumplimiento, automáticamente (al menos) más de dos tercios de la población española nos convertiríamos ipso facto en extranjeros en nuestra propia patria.

Aparte de la intolerable violencia que supone imponer a nadie una determinada forma de vida —más allá del imperativo cumplimiento de las leyes y el respeto a los derechos de los demás—, a mí, a la vista del rumbo que está tomando la política identitaria en España, me sucede lo mismo que con tanta gracia expresaba el legendario político de la UCD, don Pío Cabanillas: “Ni siquiera yo sé si soy de los nuestros.”

 

Luis Ruíz del Árbol es autor del libro «Lo que todavía vive»


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