Cuando todo en la vida parece estar en contra, ¿cómo vivir?*

Carrón · Julián Carrón
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28 febrero 2024
¿Y si cuando todo está en contra, estamos ante la ocasión en la que es más fácil sorprender lo que nos permite vivir? Porque en realidad, las circunstancias son siempre una provocación.

Es muy interesante la provocación que contiene la pregunta que habéis elegido para este encuentro. Cuando todo en la vida parece estar en contra, ¿cómo podemos vivir? Cuando nos golpea una circunstancia adversa -no quiero hacer una lista de circunstancias adversas, todos las tenemos a la vista- en la que tenemos la percepción de que no podemos estar de pie, nos podemos hacer esta pregunta con escepticismo. En esas ocasiones, como todo está en contra, pensamos que nos tumba. De ese modo la respuesta se da por descontada, parece difícil responder de otra manera.

Pero ¿y si cuando todo está en contra, estamos ante la ocasión en la que es más fácil sorprender lo que nos permite vivir? Es decir, ¡justo lo contrario! Porque en realidad, las circunstancias son siempre una provocación. Una provocación que nos llama a estar frente a ellas, que nos obliga a estar frente a ellas. La mayoría de las veces no elegimos las circunstancias, lo hemos visto con el Covid. Lo vemos claramente en muchas situaciones, personales y sociales que nos llaman a tomar partido. Y al adoptar una postura ante una provocación, desafiante e inevitable, podemos aceptar la provocación o retroceder, tratando de librarnos de ella. Así es como nos engañamos pensando que nos la ahorramos.

Vivir la vida como vocación, como respuesta a cualquier provocación, significa vivir la vida a través de todas las circunstancias que se nos presentan. Sólo podemos caminar hacia el destino de nuestra vida abrazando esas circunstancias. Siempre me ha llamado la atención una frase de don Giussani que he repetido muchas veces. Una circunstancia, una provocación como la que vivimos, a cualquier nivel, puede facilitar la respuesta a la pregunta ¿cómo vivimos? Dice don Giussani: “un individuo que haya tenido en su vida un impacto débil con la realidad, porque, por ejemplo, haya tenido que esforzarse muy poco, tendrá un sentido escaso de su propia concien­cia, percibirá menos la energía y la vibración de su razón”. (L. Giussani,  El Sentido Religioso, Ediciones Encuentro, Madrid, 2023). Estará en peores condiciones para comprender la vida. En cambio, cuando se aceptan los desafíos, es decir, cuando no retrocedemos y los miramos a la cara, esos desafíos provocan que la razón dé lo mejor de sí misma y, por tanto, que crezca la autoconciencia, que afloren energías, percepciones, formas de ser que nunca hubiéramos soñado tener y que sólo emergen a nuestra conciencia cuando somos provocados. Esto ya nos permite cambiar nuestra actitud de escépticos o derrotados antes de empezar el juego. Nos permite emprender esta lucha con alguna esperanza de éxito. Todo lo que somos emerge en nuestra conciencia y nos damos cuenta de ello precisamente cuando somos provocados.

Soy lo que soy

Muchas veces nos quedamos sin palabras cuando vemos a personas que, cuando todo se desmorona, sacan lo mejor de sí mismas. Lo hemos visto con el pianista Giovanni Allevi en San Remo: “De repente, todo se me vino abajo. Hace casi dos años que no toco el piano ante el público. En mi último concierto, en el Konzerthaus de Viena, me dolía tanto la espalda que al final de los aplausos no pude levantarme del taburete. Y aún no sabía que estaba enfermo. Entonces llegó el diagnóstico, muy duro. Miré al techo con la sensación de haber tenido 39 de fiebre durante un año seguido. Perdí mucho -el trabajo, el pelo, mis certezas- pero no la esperanza y las ganas de imaginar”.

¿Cómo pudo, cuando todo se derrumbaba, no perder la esperanza? ¿Qué hizo para responder a la pregunta de cómo se vive en una situación así? De hecho, no sólo no lo perdió todo, sino que fue “como si la enfermedad me otorgara, junto con el dolor, regalos inesperados”. Lo dijo literalmente. Resulta sorprendente que cuando todo se derrumba, esto pueda convertirse en una oportunidad para percibir la realidad como un regalo; lo que tenemos ante nosotros a menudo nos parece ya conocido, lo damos por sentado, pero cuando de repente lo vemos en peligro, tomamos conciencia de hasta qué punto es dado, un regalo. ¿Qué hace falta para ser consciente? Hace falta prestar atención a detalles que pueden parecernos insignificantes, que pasan inadvertidos, pero que, de repente, adquieren tal valor que nos llevan a descubrimientos inesperados. Y nada parece tan trivial como una silla vacía, pero para quien está atento se revela llena de significado.

“¿Cuáles? Les pondré un ejemplo -dice Allevi-. No hace mucho, antes de que ocurriera todo esto [su enfermedad], durante un concierto en un teatro lleno, me fijé en una silla vacía. [¡Podría haber mirado al teatro lleno! ¡Pero se fijó en una butaca vacía!] ¡¿Qué, una butaca vacía?! Sentí que se caía el mundo encima. Sin embargo, cuando empecé a tocar, durante mucho tiempo di conciertos ante un público de quince, veinte personas, ¡y estaba encantado!”

¿Qué pasó para que perdiese la frescura del principio? Porque la realidad del principio, que lo alegraba, le permitía disfrutar al máximo, había desaparecido, hasta el punto de sentir desasosiego al ver una butaca vacía en un teatro lleno. Este imprevisto, paradójicamente, le devolvió la mirada atónita del principio: “hoy, después de la enfermedad, no sé lo que daría por tocar delante de quince personas”.

¿Cómo es posible que una situación así le devolviera una mirada tan limpia? Precisamente por la enfermedad. La enfermedad le ha devuelto la mirada sobre la realidad que tenía de joven, al principio de su carrera. Le ha llevado a redescubrir algo realmente importante. ¿Qué?: “que los números no cuentan. Suena paradójico dicho desde aquí [ante el público de San Remo]. Porque cada individuo, cada uno de nosotros, es único, irrepetible y a su manera infinito”.

¿Quién iba a pensar, vuelvo a la pregunta del principio, que cuando todo está en contra, se puede aprender a vivirlo todo de nuevo? ¡Qué impresión ver que no hay que desechar nada! Una silla vacía puede convertirse en una oportunidad para darse cuenta de que cada uno es único e irrepetible.

Y luego, ¡otros regalos!: “la gratitud por la belleza de la Creación. No se pueden contar los amaneceres y atardeceres que he admirado desde esas habitaciones de hospital. [Basta pensar cuántos de nosotros nos hemos maravillado hoy con el amanecer o el atardecer. Y ha tenido que esperar a esto para disfrutar de los amaneceres y atardeceres desde su cama de hospital]. Gratitud por el talento de los médicos, de las enfermeras, de todo el personal del hospital”

¡ Cuántas cosas, que en la vida cotidiana damos por sentadas por descuido, se convierten en fuente de asombro cuando somos conscientes de su valor!.

Después llega al centro de la cuestión: “cuando todo se derrumba y sólo queda en pie lo esencial, [cuando prevalece lo esencial] el juicio que recibimos del exterior ya no cuenta. Soy lo que soy, somos lo que somos”. ¿Cuántos no desearían ser  libres del juicio de los demás sin enfermedad y no se conceden  ni siquiera un momento de esta libertad? Es asombroso, pues, ver que cuando todo se derrumba nos preguntamos cómo vivir, a él en cambio le resulta fácil reconocer lo esencial. Porque es fácil. Y reconocer lo esencial le libera del juicio que viene de fuera, que tan a menudo nos angustia, nos determina, ¡haciendo la vida aún más pesada! De repente, el juicio que recibimos del exterior ya no importa. ¡Qué liberación! ¡Qué cierto es que la fuerza del sujeto es la intensidad de su autoconciencia!. Que cuando uno adquiere conciencia de sí mismo, empieza a vivir, a respirar. Estando enfermo, no cuando se cura.

¿Y qué es lo esencial? Que, aunque “el cielo estrellado siga girando en sus órbitas perfectas, aunque yo esté inmerso en una condición de cambio constante, ¡siento que hay algo en mí que persiste! Y es razonable pensar que persistirá eternamente. Soy lo que soy”.

En lugar de llevarlo al escepticismo más profundo, cuanto más consciente es, más se da cuenta de aquello que tan a menudo no experimentamos. ¡Que somos eternos! ¡Y qué es razonable afirmarlo! Es decir, al tomar conciencia de sí mismo, llega a lo que permanece como esencial. Y decir soy lo que soy adquiere una intensidad de autoconciencia.

Y termina: «Quiero llegar hasta el fondo con este pensamiento. [Pues ahí se abre toda una posibilidad de camino.] Si esto es efectivamente así, quiero aceptar al nuevo Giovanni [que ha nacido de este colapso de todo].

Es esta nueva autoconciencia la que permite abrazar al nuevo Giovanni. Cuando todo se derrumba existe la posibilidad de hacer un viaje, como ha hecho él, compartiéndolo con sus oyentes, que permite recuperarlo todo, ¡multiplicado! Porque está lleno de sentido. Con una intensidad, densidad, ¡que antes no tenía! En efecto, (la enfermedad) lo sacó de la costumbre con la que miraba todo, dando todo por supuesto. Esta es la posibilidad de quien acepta el desafío de vivir y no rehúye la provocación de la realidad. Sólo quien es tan audaz como para no dejarse bloquear, para llegar hasta el final, puede descubrir el sentido y sorprender la vida llena de una plenitud nunca antes imaginada. Entonces se hace evidente cómo “ en todas las circunstancias contingentes, que lo que importa no es la dificultad sino el punto de partida que sostiene la novedad. ¿Qué decís? ¿Qué es aquello de lo que siempre se puede partir? Se llama la persona. Es el sujeto, se llama «yo». Cuanto más difíciles son los tiempos, más cuenta el sujeto, más cuenta la persona”. (Giussani, Luigi. Un acontecimiento en la vida del hombre: Ejercicios espirituales de Comunión y Liberación (1991-1993),  Ediciones Encuentro, 2021).

Pararnos a mirar

¿Qué es lo que nos puede llevar a cada uno de nosotros a hacer este trabajo, a recorrer un camino, como lo ha hecho Giovanni sin grandes reflexiones?  Sólo un afecto a uno mismo, una ternura por uno mismo. Ha sido este amor por sí mismo lo que llevó a una amiga a tomarse en serio su situación. Una amiga joven, que atravesaba un momento malo, desafiante, difícil, en el que nada encajaba. Nada se sostenía, todo se le escapaba de las manos “como (de) un recipiente vacío que intentaba llenar. Y lo único que quedaba en mí eran silencios agónicos, gigantescos signos de interrogación, una gran oscuridad. En resumen, un gran vacío”. Esto la llevó durante un tiempo a rechazar cualquier respuesta que se le diera. Y, cuando uno rechaza las posibles respuestas, ¡tiene que arriesgar las suyas propias! No puede quedarse quieto, tiene que poner a prueba esa hipótesis de trabajo con la que cree que puede salir adelante. “Así que [dice] me lanzaba, participaba en lo que fuera, pero luego lo dejaba pasar. [No le importaba] Y por la noche siempre me sentía insatisfecha con la sensación de no haber hecho nada. Me sentía inexplicablemente vacía, a pesar de las decenas de actividades realizadas durante el día. [Es un denominador común: llenamos la vida de actividades, pero el vacío permanece. “Lleno el tiempo y no lleno el vacío», dice Marracash] Y así, frente a la verificación de esta hipótesis de trabajo, que me trajo este resultado, me paré [para realizar lo que ella llama una investigación existencial] para mirar dentro de mí. Y gracias a todo ese dolor comprendí”.

Esto nos hace comprender qué  es necesario para que surja el nuevo yo, el nuevo yo aún más consciente. Ante casos como estos, me pregunto, ¿debemos esperar a la enfermedad o a que uno esté mal  para darnos la oportunidad de pararnos y mirar cómo están las cosas?

La Cuaresma puede ser un regalo que podemos hacernos, pararnos a mirar. Como dijo  el Papa el Miércoles de Ceniza: “entrar en el secreto. Esta es la invitación de Jesús a cada uno de nosotros como amonesta el profeta Joel (cf. Gl 2,12). Es un viaje del exterior al interior, para que todo lo que vivimos, incluso nuestra relación con Dios, no se reduzca a una exterioridad, a un marco sin imagen, a un revestimiento del alma, sino que nazca del interior y corresponda a los movimientos del corazón, es decir, a nuestros deseos, a nuestros pensamientos, a nuestro sentir, al núcleo naciente de nuestra persona. Volver al corazón significa volver a nuestro verdadero yo y presentarlo tal como es, desnudo y desnudo, ante Dios. Significa mirar en nuestro interior y tomar conciencia de quiénes somos realmente, quitarnos las máscaras que a menudo llevamos, ralentizar el ritmo de nuestro frenesí, abrazar la vida y la verdad de nosotros mismos. La vida no es una representación, y la Cuaresma nos invita a bajar del escenario de la ficción, a volver al corazón, a la verdad de lo que somos. Volver al corazón, volver a la verdad” (Homilía del Santo Padre Francisco, Basílica de Santa Sabina, Miércoles, 14 de febrero de 2024)

Esto está al alcance de todos… ¡sin enfermedad! No hace falta esperar a un infarto, podemos ponernos en marcha antes, porque podemos volver a descubrirlo todo como un regalo por una plenitud que nos ha sucedido. Como decía Pirandello, vivimos con una gran cantidad de actividad: “Yo también conozco el dispositivo externo, me gustaría decir mecánico, de la vida que atronadora y vertiginosamente nos aflige sin descanso. Hoy, tal y tal; esto y esto por hacer; corriendo aquí, reloj en mano, para llegar a tiempo allí. – No, querida, gracias: ¡no puedo! – ¿Ah, ¿sí? ¡Qué suerte! Debo correr… – Once en punto, desayuno. – Periódico, bolso, oficina, escuela… – Buen tiempo, ¡qué pena! Pero los hombres de negocios… – ¿Quién pasa? Ah, un coche fúnebre… Un adiós, apresurado, a los que se fueron. – La tienda, la fábrica, la corte…Nadie tiene tiempo ni medios para detenerse un momento a considerar si lo que ve hacer a los demás, lo que él mismo hace, es realmente lo que más le conviene, lo que puede darle esa verdadera certeza en la que sólo puede encontrar descanso”.» (L. Pirandello, Quaderni di Serafino Gubbio operatore, Arnoldo Mondadori Editore, Milano 1974,).

La Cuaresma es el momento de detenerse y considerar si lo que se ve hacer a los demás, o lo que nosotros mismos hacemos  es realmente lo que le conviene. Con ejemplos como los que la Iglesia nos presenta  en este tiempo, como el ejemplo hermoso  del profeta Oseas, “la seduciré [hablando del pueblo de Israel como esposa] la llevaré al desierto y le hablaré al corazón”. Para redescubrir quiénes somos; para que allí, sin distracciones que oscurezcan el verdadero drama, sea más fácil reconocer lo esencial: quiénes somos, cuál es nuestro verdadero yo, qué significa atender a la vida y la a verdad de nosotros mismos.

¿Cómo podemos descubrirlo? Tomándonos en serio nuestra humanidad. Esta es la posibilidad que nos ofrece la  Cuaresma para entrar en lo secreto y mirar dentro de nosotros mismos, de nuestra vida, de la experiencia que hacemos. Porque cuanto más entremos en nosotros mismos, más veremos que cada uno -por el hecho de que Dios nos crea libres- está llamado a elegir aquello que colma la vida, que llena el vacío, que responde a esa sed de plenitud que nuestro corazón no deja de anhelar.

Hay momentos en los que esta urgencia de fidelidad se hace sentir especialmente porque no hay distracciones. Todos somos puestos a prueba. Cuanto más nos sentimos llamados, más nos sentimos interpelados a comprender lo que verdaderamente responde a nuestra expectativa, porque nos damos cuenta de que no podemos descargarla en nadie más. Como nuestro amigo Giovanni, que mira al techo durante un año: no puede descargar la prueba en la primera persona que pasa. Del mismo modo que no podemos descargar el vacío o la falta de plenitud. Cada uno de nosotros está llamado por su nombre, en su propia irreductibilidad, a decidir. Porque cada uno de nosotros es relación directa con el Misterio. Son momentos en los que cada uno se siente llamado a la verdad de sí mismo desde lo más profundo de la propia experiencia hasta el punto de preguntarse verdaderamente: ¿quién soy? ¿Qué es este anhelo de plenitud que grita dentro de mí sin darme la paz? ¿Qué es este anhelo que empuja dentro de mí sin descanso? Cuanto más consciente es cada persona de la naturaleza de este anhelo, más constreñida se encuentra, porque con un anhelo tan poderoso no hay bromas ni juegos que valgan. Se trata de una pregunta radical: la vida depende de esta pregunta y, ante esta urgencia, el hombre está llamado a reconocer cómo vivir.

Hay muchas posibilidades, las conocemos bien, las hemos experimentado muchas veces. Cuanto más en serio se toma cada uno la necesidad sin límites que lleva encima, más se da cuenta de que no le sirve cualquier cosa para  encontrar una respuesta. Entonces, la pregunta se hace cada vez más urgente. ¿Qué puede responder a esta irreductible necesidad de plenitud que soy yo y que  estalla dentro de mí cuando entro en el secreto de mi corazón?

La relación de Jesús con el Padre

La liturgia de Cuaresma nos ofrece una respuesta: (nos muestra) como Jesús vive la verdad de sí mismo. Porque ni siquiera Jesús, en su humanidad, quiso evitar enfrentarse a este drama. Él también se vio en el desierto. “El Espíritu llevó a Jesús al desierto y en el desierto permaneció cuarenta días, tentado por Satanás”. En las tentaciones, Jesús entra en el drama de la existencia humana y es llamado a decidir dónde se apoya  toda su persona, qué es lo que realmente le importa, qué es lo que realmente cuenta para llevar a cabo su vida y su misión. Jesús, secundando al Espíritu, no tiene miedo a afrontar la tentación, porque para él toda oportunidad es buena para mostrar lo que le importa. Cada circunstancia es una oportunidad para decir lo que valoramos. Y cuanto más nos desafían, más nos obligan a responder con lo que apreciamos, y descubrimos lo que realmente importa. Para Él es su Padre, el apego a su Padre. Es precisamente esta conciencia de Hijo lo que le hace capaz de desenmascarar la mentira de cualquier otra atracción, alternativa a la relación con el Padre. Por eso “Él es el primer hombre con la conciencia adecuada y perfecta de que todo su cumplimiento como hombre es la presencia del Padre”. (Giussani, Luigi. Dar la vida por la obra de Otro: Ejercicios espirituales de Comunión y Liberación (1997-2004). Edición a cargo de Julián Carrón. Traducción de Carmen Giussani. 100XUNO, 92. Madrid: Ediciones Encuentro, 2022). El Padre es Su pensamiento en todo, todo lo percibe como un don del Padre. No es necesario esperar la enfermedad. Cuando miraba al gorrión, cuando veía el lirio del campo, la mies, los cabellos del hombre, ¿qué le daba la certeza para alcanzar el sentido del mundo, el sentido de su vida? Lo que hizo florecer esa certeza fue su relación con el Padre. La compañía del Padre. Hay una alternativa a la enfermedad: ser uno mismo con esta autoconciencia. ¿Cómo sale Jesús de estas tentaciones después de la prueba? El Evangelio continúa: “después de que Juan fuera arrestado, Jesús fue a Galilea, proclamando el Evangelio de Dios, y dijo: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,14-15). Salió de la prueba con un incremento de su autoconciencia que le lleva a decir a todo el mundo: ¡Se ha cumplido el tiempo! ¡Ha llegado el tiempo del cumplimiento! El mal ha sido derrotado. Satanás ha sido derrotado por  la atracción del Padre. Con su victoria, Jesús inaugura el tiempo de la plenitud y abre la posibilidad de que la plenitud también nos alcance a nosotros. También podemos vencer las tentaciones. Las que T. S. Eliot resume sucintamente en usura,  lujuria y el poder (T.S. Eliot, Cori da «La Rocca»). ¿Por qué? Porque la lujuria, la usura y el poder son demasiado pequeñas, ¡pequeños para la capacidad del alma! ¡Esta es nuestra grandeza! Nunca estaremos satisfechos con la usura, la lujuria y el poder porque son demasiado poco, porque nos fallan tarde o temprano. No porque estén mal, sino porque son demasiado poco en comparación con nuestra grandeza. Por todo ello, “sufrir carencias y  vacío  y  el  aburrirse, [son] el mayor signo de grandeza y nobleza de la naturaleza humana” Leopardi» (G. Leopardi, «Pensieri» LXVIII, in Poesie e prose, Mondadori, Milano 1980, vol. 2, p. 321.). Nada nos hace tan conscientes de la grandeza que tenemos – ¡qué somos! – como cuando vemos que nada es suficiente.

Tras la victoria de Cristo, todo hombre tiene la posibilidad de autorrealizarse. No estamos obligados a vivir como esclavos de nada -la usura, la lujuria y el poder-. Es posible alcanzar la única plenitud que nos hace libres. Por eso el reino de los cielos está cerca, está al alcance de los que quieren ser libres, es decir, ¡realizarse! La invitación que nos hace la Iglesia a entrar en lo secreto, en nuestro yo, es para hacernos salir victoriosos, es por pasión hacia nuestro Destino, por pasión hacía lo humano, para hacernos experimentar ya ahora, aquí, en la historia, que es posible vivir esa plenitud. ¿Cómo? Jesús lo dice ante todos los hombres: “convertíos y creed en el Evangelio”. Convertirse no es un esfuerzo sobrehumano, sino dejarse fascinar por su presencia. Dejar que entre en nosotros esa presencia que Él pone delante de todos: una presencia atractiva. Porque creer es reconocer que la buena noticia es su Persona, que hay algo, que hay una Presencia tan llena de vida que puede liberarnos. Y la gente lo percibe: ¿De qué se dan cuenta? La gente se da cuenta de que hay algo que vale más que la vida. Es como si Jesús nos invitara a comprobar: “¡podéis comprobar hasta qué punto la verdad que yo propongo es única porque os hará libres!”. “La verdad os hará libres”, dice San Juan (Gv 8,32),. Sabrás que has encontrado la verdad, ¡por la experiencia de libertad que hagas! Porque la libertad es el cumplimiento del deseo de satisfacción que todos tenemos, la irreductibilidad que somos. Así que el Señor nos lleva a conocer el objetivo de la irreductibilidad que somos, ¡por qué nos hizo irreductibles!, nos muestra por qué nos hizo tan grandes, con este deseo ilimitado de plenitud. Como dice San Agustín: “Tú muestras de forma clara la grandeza que quisiste atribuir a la criatura racional, porque  para su quietud dichosa solo le bastas Tú” (Agustín, Confesiones). Nuestra grandeza se debe a que estamos hechos para algo tan grande que nada basta sea menos que Tú, Cristo. Porque menos que Tú es demasiado poco. Todo lo que sea menos que Tú, Cristo, es demasiado poco para el corazón. A esta experiencia de dependencia de Cristo nos invita la Cuaresma. Cada uno decide lo que quiere hacer.

Conciencia de su Presencia

Entonces, si esto es lo que puede darnos esta plenitud, ¿cuál es el problema fundamental? Que se haga cada vez más habitual la conciencia de su presencia, que ya está presente entre nosotros en la historia. Pero ¿cómo podemos hacer que el deseo de Él, la conciencia de su Presencia sea cada vez más habitual? No podemos cambiar nosotros solos, como titanes, ni aplicar un automatismo. Requiere tiempo y hay que seguir a alguien. El deseo de la memoria de Cristo madura como una historia en nosotros, crece, no automáticamente, sino como crecen todas nuestras capacidades: siguiendo a alguien. Porque el método no cambia. Así empezó Jesús. En su conciencia Jesús  experimenta la total prevalencia del Padre. Y a través de Jesús, el Padre introduce al hombre en la conciencia de su paternidad, en la familiaridad suprema con el Misterio.

“Porque nadie viene al Padre sino por mí”. (Juan 14,6) Dios ha enviado a su Hijo para introducirnos en Él. Mirando cómo mira los lirios del campo, como mira la realidad, como se mira a sí mismo, se ve que es fácil, es más, se ve que (su modo de mirar) es la única manera de vivir bien en la realidad, de vivir bien con uno mismo. Vivir como Él: “nadie viene al Padre sino por mí. Quien me siga tendrá el ciento por uno aquí abajo” y la vida se multiplicará a lo grande.

Hoy es igual, el método no cambia.  Lo que me introduce constantemente en la familiaridad con su presencia. Es seguir a alguien. Se llama testigo. “La cumbre de la formación, del crecimiento de la persona, su horizonte más adecuado es  la figura del testigo, porque el testigo da cuenta  de la esperanza que sostiene la vida, se implica personalmente en la verdad que propone”. (Discurso del Santo Padre Benedicto XVI en la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial de la diócesis de Roma. Lunes 6 de junio de 2005). Vemos a personas que viven su relación con Cristo y,  al verlas vivir , entramos en esa relación, que ya es constitutiva de su persona. Porque el testigo no se señala  a sí mismo, sino a algo, a Alguien más grande que él, de lo contrario no sería interesante.

Por tanto, ¿cómo podemos, en esta coyuntura, hacernos compañía? Identificando a los testigos, porque sólo así podremos, en cualquier circunstancia, (ser ayudados) por personas que ya viven, de modo que su vida se convierta también en nuestra vida. Este es el método de Dios, desde el principio. Él se lo da a uno para que llegue a otros. Es fácil interceptarlos, se ve en su rostro, en su manera de vivir. Así que basta con ir a ellos para que esta Presencia entre tan profundamente en los pliegues de lo más profundo de nosotros mismos que veamos que nos conviene vivir así.

La Iglesia nos pide que entremos en lo secreto para que podamos salir de este tiempo siendo aún más nosotros mismos, con el yo más renovado, todo multiplicado. Porque Él ya anticipa lo eterno en la historia, en el tiempo, para quien esté dispuesto a acompañarlo, con el modo en el  que atrae a las personas que ya lo están viviendo.

*Intervención con motivo de la Cuaresma en la Parroquia di San Fruttuoso en Monza (texto no revisado por el autor)


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