Cuando ser `Mas` es `menos`

España · José Manuel de Torres
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28 julio 2014
Este miércoles el presidente del Gobierno del Reino de España recibe en el Palacio de la Moncloa al president de la Generalitat de Catalunya. Y lo hará con la misma naturalidad que este lunes ha departido con el nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, o adelantará este martes el nuevo plan de reformas económicas que el Ejecutivo quiere poner en marcha a la vuelta de vacaciones.

El próximo miércoles el presidente del Gobierno del Reino de España recibe en el Palacio de la Moncloa al president de la Generalitat de Catalunya. Y lo hará con la misma naturalidad que este lunes ha departido con el nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, o adelantará este martes el nuevo plan de reformas económicas que el Ejecutivo quiere poner en marcha a la vuelta de vacaciones a los presidentes de las patronales CEOE y CEPYME, y a los secretarios generales de CC.OO. y UGT.

Es decir, el presidente de todos los españoles, catalanes incluidos, Mariano Rajoy, recibirá este próximo día 30 de julio a Artur Mas, presidente también de todos los catalanes. Por resumir, el representante de una parte de España es recibido por quien representa a toda ella. Hasta aquí, todo debiera transcurrir por los cauces de normalidad que preside habitualmente estos encuentros: despacho de ambos presidentes con el acostumbrado repaso de los problemas económicos y políticos, generales y particulares, de la autonomía en cuestión –financiación autonómica, problemas específicos de la región, transferencias pendientes (si las hubiera), cumplimiento y adaptación de las normas autonómicas a las leyes nacionales y a las directivas europeas, etc.– .

¡Pero no! Hete aquí que la visita de presidente Mas al Complejo de la Moncloa no es una cuestión ordinaria sino, según la visión nacionalista, un asunto de “diálogo” y de “pacto” político. Lo que traducido para un español de a pie vendría a ser diálogo-trampa e imposición política de una fecha para la realización de un referéndum inconstitucional para que la pretendida “nación catalana validara democráticamente” su hipotética independencia del resto de España. O séase, que el molt honorable Mas, la más alta autoridad del Estado español en Cataluña, se atreve a traer a Madrid bajo la inocente máscara del pretendido diálogo –“¡Hablando se entiende la gente!”– una propuesta ilegal en forma de consulta independentista –Ley de Consultas incluida– barnizada por la pátina “democrática” de la mayoría del Parlament de Catalunya, con el propósito, ya puestos en harina y por el mismo precio, de conseguir alguna aquiescencia o comprensión del presidente del Gobierno que, primero, le permitiera salvar la cara ante ERC –su alter-ego en el gobierno catalán– y ante el Consell assessor per a la transició nacional, alma del proceso independentista. Y segundo, si encontrara (como así va a ser) el rechazo amable pero frontal del presidente –“El límite del diálogo es la Constitución española”, ha declarado– y no pudiera salvar ni la cara, le sirviera al menos para vender victimismo, dureza e incomprensión centralista, falta de talante, de diálogo e injusticia histórica.

Y es que, en el fondo, a lo que los españoles vamos a asistir este miércoles es a una pantomima en forma de farsa burlesca donde lo importante no son los personajes, ni el contenido zafio de la bufa opereta, ni siquiera los largos dedos que mueven los hilos de los guiñoles del desasosiego y del hartazgo final de la sociedad española y su porción catalana. Lo importante para Mas y su cohorte es la bravuconada y la demostración pública de que, con la autoridad otorgada por la propia Constitución y el refrendo mayoritario del Parlamento de Cataluña, un presidente autonómico puede allegarse al propio corazón del Estado y plantear un órdago soberanista inconstitucional en forma de lentejas –“¡o las tomas o las dejas!”– al mismísimo presidente del Gobierno. Mas y su cohorte nacionalista buscan aparecer ante los medios de comunicación como adalides de una supuesta legalidad basada en el “derecho a dedicir” (legalidad impostada, eso sí, pero que no se note) y campeones del diálogo aparente (oculta siempre la espada de Damocles del 9 de noviembre, fecha prevista para la consulta).

Mientras que para el presidente del Gobierno y para los demás órganos soberanos del Estado lo realmente importante es el Estado de derecho y la legalidad constitucional que consagra la indisoluble unidad de la nación española, y que marcan el límite natural al diálogo. Por cuanto sólo la propia Constitución establece los cauces legales para su reforma. Lo que no obsta para que la buena educación y el diálogo sea el cauce escogido también por Mariano Rajoy para que el desafío secesionista se cueza en su propio caldo de cultivo. Salsa además aderezada con el aceite hirviendo que el también molt honorable president Pujol, con el reconocimiento de los dineros ilícitos en paraísos fiscales, ha volcado en la cazuela catalana para terminar de calentar la canícula. Y es que, tras la reciente publicación de las balanzas fiscales consolidadas, ya nada es lo que parece, y del engaño catalanista del “España nos roba” la sociedad catalana se ha despertado con la realidad de una financiación económica estatal mejorable, eso sí, pero no discriminatoria, y con otra realidad aún más insoportable: la alargada sombra de la corrupción política y económica que se cierne sobre los años de gobierno de Jordi Pujol, sobre su familia y sus negocios y, lo que es peor, sobre todos aquellos que, como Artur Mas, colaboraron con él codo con codo, primero como conseller de Política Territorial y Obras Públicas, después como conseller de Economía y Finanzas de la Generalitat, y finalmente como delfín elegido para sucederle al frente de CiU.

Pues bien, ante el estupendo panorama que se le plantea al actual inquilino de la Generalidad de Cataluña, cualquier reflexión seria tras el encuentro Rajoy-Mas debería pasar ineludiblemente por dos alternativas claramente compatibles: la dimisión del presidente Mas con la desconvocatoria inmediata del referéndum ilegal, y la convocatoria de elecciones autonómicas anticipadas en Cataluña. Una de las dos, o las dos, debiera(n) ser los titulares que los medios de comunicación transmitieran en la rueda de prensa posterior al encuentro.

Coda

Son muchos los personajes cuyo paso reciente por la política española han dejado diferente huella. El propio transcurrir del tiempo se ha ido encargando de poner a cada uno en su sitio. A unos los ha agigantado irremediablemente –hoy nadie duda ya del verdadero carisma de hombre de Estado del desaparecido Adolfo Suárez y de su gigantesca obra política: la Transición española–. Por el contrario, otros destacados personajes de la política española cuya talla de estadista contemporáneo muchos señalaban sin dudar hace tan sólo unos años, menguan irremediablemente a ojos de la opinión pública y, claro está, singularmente de la catalana, que mira mucho las cosas del dinero.

Artur Mas está en una encrucijada imposible en la que su renqueante estrella política puede llegar a apagarse del todo y desaparecer por no saber medir la realidad de los tiempos, ni las distancias, ni las oportunidades. Ni siquiera el sacrificio romántico e irracional de su figura política en aras de una imposible tierra prometida catalanista podría ser suficiente para salvarle del oprobio del olvido. Y es que Mas parece empeñarse cada día en ser un poquito menos… políticamente hablando.

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