Cuando la defensa me hace vulnerable
Yaes sabido que la ruptura del principio de que la fe (o convicción) y la vida estaban unidos nos ha traído undesdoblamiento y una enorme desconfianza hacia nuestros propios actos. Nuestrafalta de certeza sobre la realidad nos encogió de miedo, porque, en el fondo,sin una experiencia de que la realidad es positiva, cunde la incertidumbreacerca de nuestro mañana: la fatiga del compromiso con la propia vida y durantetoda nuestra vida ha dejado que venza nuestro ánimo y queramos agarrarnos aaquello que dominamos. Descartes fue el responsable de este histrionismo de larazón. Y, ahora que hemos negado la mayor (que es posible conocer la realidad yhacer experiencia de ella), nos encontramos luchando contra nuestros gigantesimaginarios. Luchamos contra los excesos del mercado, los monopolios, elcapitalismo salvaje, la contaminación, la opresión, la discriminación sexual,las restricciones a los derechos de salud reproductiva, los recortes al gastopúblico. Nos pasamos combatiendo todoslos días, desde que nos levantamos. Clamamos por nuestros derechos; nos dejamosllevar por los correos electrónicos que nos reenvían sobre que tal empresa hadespedido a 300 trabajadores y que Rajoy ha recortado en Sanidad, pero mantienea Fulanito. Inconscientemente, crece la furia, la indignación y el deseo deprotesta. Consummatum est: dejamos deser humanos.
El bucle eternoy la espiral dramática del deseo
"¿Cómopuedes cuestionar el hecho de que haya servicios públicos en este país, de losque tú te estás beneficiando?. Policías, bomberos, médicos, enfermeras,funcionarios…luchando por servicios públicos de calidad". "Ya están lospartidarios del neoliberalismo y la especulación, prestos a robarnos a todos ya enriquecerse a nuestra costa". La indignación crece y la gente sale a lacalle a manifestarse un día, y al otro, y al siguiente… en defensa de losservicios públicos: "yo pago impuestos y recibo, a cambio, un servicio detransporte, sanitario, asistencia y vigilancia en carretera, seguridadciudadana, etc… y puedo poner reclamaciones y exigir, escribiendo al Defensordel Pueblo, entablando recursos con la Administración, pleiteando en lostribunales con todo quisqui (sea mi vecino, la Administración, la empresa queme ha despedido, la Iglesia…); no lo cambio por nada. El problema eres tú, queno te mueves por tus derecho".
Sonaríamuy bien…salvo que hay un pequeño detalle: que tenemos un Estado que, lejos dedar seguridad jurídica, se ha aprovechado de esta pasividad del"pago-y-a-cambio-recibo-y-luego-reclamo" para establecer sistemas recaudatoriosde multas de tráfico, legiones de inspectores de Hacienda y de Trabajo paravigilar (quid custodiat custodes?),montañas de normas legislativas y reglamentos para justificar, cada vez más,actuaciones arbitrarias (sobretodo, en el ámbito de nuestras tan queridasautonomías y ayuntamientos); elevar las tasas judiciales para frenar lasimpugnaciones; gastarse montantes de dinero contantes y sonantes parasubvencionar la cultura alternativa (ésa del sexo libre, de género y reproductivo)y meternos, por activa y por pasiva, elmantra de que "yo soy dependiente del entorno".
Nopasaría nada si admitiésemos de una vez que nuestra apostasía del bien común y la creencia en el interésgeneral nos ha hecho pasivos, no protagonistas; nos ha hecho reaccionar al sonde los titulares y las noticiassensacionalistas (porque, al esperarlo todo de "papá-Estado", nos hemosdedicado a consumir). Los casos de corrupción, el calentamiento global, la especulación,el virus del SIDA, la cumbre del G-20, la victoria de Obama, la llegada deRajoy con sus recortes, y un largo etcétera de factores externos (no todosnegativos necesariamente -aun cuando al PP se le pueda pedir más creatividad entodos los ámbitos de la política-)… nos ha hecho extremadamente vulnerables. Notenemos certeza en el futuro, y aferramos a nuestros hijos. Que muchosdefiendan el statu quo de estosservicios públicos que tenemos en España sin ceder a un cambio de mentalidad,que implique un tejido social fuerte,creativo y generador de obras, essíntoma de que tenemos miedo a un futuro de cambio, de que nuestro corazón seha vuelto tan mezquino que se contenta con las migajas del "que me dejen miespacio" de refugio y bienestar. Y es que el síndrome de Estocolmo que ha generado"papá-Estado" es tan fuerte que una reforma estructural no sería suficiente(aunque necesaria): si nuestro corazón no descansa en una experiencia de unDios presente en nuestra historia, no tendremos certezas. Por eso, ver apersonas que han encontrado su sentido más profundo y su proyecto vital en larelación con el Misterio es un soplo de aire fresco importante y un motivo depeso para seguir esperando.