Cuando la ´conciencia´ alemana olvida su pasado
La vida del escritor alemán Günter Grass se apagó este lunes en Lübeck, la patria de Thomas Mann. Nació en Danzig el 16 de octubre de 1927, entonces “ciudad libre” y hoy parte de Polonia. Grass recibió el Premio Nobel de Literatura en 1999 porque, se decía entre otras cosas, era como si, con él, se le hubiera concedido un nuevo inicio a la literatura alemana, después de décadas de destrucción lingüística y moral: su obra “pintaba en vívidos colores negros el rostro olvidado de la historia”.
Pero quién fue Günter Grass es difícil de decir. Sin duda, si razonamos con la medida convencional de las fechas y la industria cultural, Grass fue, con Heinrich Böll, el escritor más conocido de la Alemania occidental de la segunda postguerra. Tras su adhesión al Grupo 47, que tenía la intención de hacer renacer la cultura alemana tras la catástrofe del nacionalsocialismo –se hablaba de Año Cero–, Grass, que no solo fue novelista sino también poeta y dramaturgo, aparte de pintor, debutó en la literatura con la novela El tambor de hojalata (1959), que marcó su fama y consagró su estilo personalísimo, prolijo y barroco, neoexpresionista.
El tambor de hojalata, que recorre la historia de Alemania en el siglo XX vista desde su ciudad natal por alemanes y polacos, es la primera parte de la Trilogía de Danzig, a la que siguieron El gato y el ratón y Años de perro. En los años siguientes publicó, entre otras, El rodaballo (1977), La ratesa (1986), Es cuento largo (1995), novela sobre la reunificación alemana, con la que el escritor se mostró muy crítico, A paso de cangrejo (2002) y finalmente su autobiografía, Pelando la cebolla (2006).
A Grass le gustaba encarnar una Alemania progresista, democrática, ser un maestro del pensamiento, un escritor comprometido, representante de la conciencia crítica de Alemania. Luchó del lado de la socialdemocracia de Brandt y siempre estuvo cerca, a pesar de los momentos de disenso, del partido socialdemócrata. Para representar la voz crítica de Alemania, Grass, bastante conformista en eso, calló hasta 2006 su militancia en las SS durante la guerra. De aquel periodo habló solo en una entrevista en 2006, cuando su perfil ya estaba bien dibujado, y adujo como motivo de su militancia su jovencísima edad y las ganas de salir de casa. Lástima que no lo declarara todo desde el principio, cosa obligada sobre todo para alguien que, como Grass, quería ser tomado como modelo de la inteligencia alemana y de una cultura que pretendía hacer sus cuentas a 360 grados del pasado y el nacionalismo.
Pero Grass no solo sorprendió por su silencio. En 2012 tomó la palabra en forma de poesía con “Lo que hay que decir” para criticar a Israel, afirmando que no era Irán, con sus planes nucleares, sino la política nuclear israelí lo que constituía una amenaza mucho más seria para la paz en Oriente Medio. Preferimos recordarlo por otro poema, de 24 versos, “La vergüenza de Europa”, escrito poco después, donde Grass criticaba duramente al viejo continente por la actitud mercantilista que había asumido con Grecia, llevando al límite y poniendo en la picota domo deudor a un país al que Europa, y Alemania, debían en cambio el nacimiento de la civilización.