Cuando falta la carnalidad del encuentro

Mundo · Daniele Mencarelli
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16 marzo 2020
Anoche saludé a mis padres por videollamada. Viven a unos cientos de metros de mi casa y nunca habría imaginado tener que usar la tecnología para hacer lo más natural del mundo, algo que suelo hacer personalmente, en carne y hueso. Un saludo, una mirada de afecto mutuo.

Anoche saludé a mis padres por videollamada. Viven a unos cientos de metros de mi casa y nunca habría imaginado tener que usar la tecnología para hacer lo más natural del mundo, algo que suelo hacer personalmente, en carne y hueso. Un saludo, una mirada de afecto mutuo.

Saludo hubo, pero no esa satisfacción inconsciente con la que solía salir de casa de mis padres. Solo ahora puedo darme cuenta. La satisfacción que nace del contacto, de la maravillosa carnalidad del amor, del abrazo de la sangre.

No son tanto palabras lo que falta en este momento, sino cuerpos, caricias, besos. Sobre todo los de nuestros padres, el mayor grupo de riesgo. Las palabras resisten, como los discursos, las teorías, pero no sabemos qué hacer con ellas cuando nos falta, como ahora, la presencia tangible que las hace vivas.

Sin presencia, el hombre se habla a sí mismo, corre el riesgo de caer en tópicos, banalidades. Un abrazo es un abrazo, dice sin decir, desvela la ternura por quien tenemos delante al mismo tiempo que nos recuerda la propia. El abrazo de un padre y de una madre.

Hace unos días, en elmundo.es, Julián Carrón ponía como ejemplo precisamente la figura materna como antídoto al miedo. El niño corre hacia su madre para superar y vencer sus miedos. Una presencia, por tanto. La completitud de uno en el otro, en quien acrecienta con su acogida nuestras capacidades y certezas. Un método, como señalaba acertadamente Carrón, válido siempre, que muestra cómo el encuentro con quien testimonia y reaviva la presencia de Dios es el único método que tenemos para derrotar realmente a nuestros miedos en este momento, que son nuestros miedos de siempre.

Esta obligada distancia entre unos y otros puede ser útil para hacernos reflexionar justamente sobre este tema. La carnalidad de la presencia. La carnalidad del amor como instrumento de revelación. Pero, más a fondo aún, lo que estamos viviendo nos debe hacer preguntarnos si nuestra vida está realmente abierta al encuentro y acogida de esa Presencia, y a su grandeza. No se trata de una teoría sobre el vivir, ni una doctrina carente de cuerpo y sangre, sino el acontecimiento de un encuentro que derrote nuestros miedos, de niños eternos que buscan quien los complete.

Algo supremo y sencillo, como el abrazo de un padre y una madre, porque solo así puede existir, porque solo así podemos verificar en nuestra vida ese sentimiento de esperanza más fuerte que todo lo demás. Más fuerte que la muerte, que la enfermedad. Más fuerte que estos días de obligada distancia que nos sorprenden más desnudos y más solos. La presencia carnal del encuentro, porque sobre eso se apoya el universo entero.

L`osservatore romano

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