Cuando el emperador no es todo

Mundo · Fernando de Haro, Shanghai
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9 marzo 2018
El obispo Ma, obispo auxiliar de Shanghai, vive en una de las zonas más selectas de la ciudad. A las afueras. Rodeado por árboles viejos y canales, en medio del silencio, ese bien tan preciado, donde los ricos más ricos se construyen sus chalets. El obispo Ma vive en el seminario de Sheshan, al pie del monasterio del mismo nombre. El obispo Ma vive sin libertad, confinado en arresto domiciliario, alejado de sus fieles.

El obispo Ma, obispo auxiliar de Shanghai, vive en una de las zonas más selectas de la ciudad. A las afueras. Rodeado por árboles viejos y canales, en medio del silencio, ese bien tan preciado, donde los ricos más ricos se construyen sus chalets. El obispo Ma vive en el seminario de Sheshan, al pie del monasterio del mismo nombre. El obispo Ma vive sin libertad, confinado en arresto domiciliario, alejado de sus fieles.

Ma, sacerdote legitimado por la Asociación Patriótica, cuando fue ordenado con el consentimiento del Vaticano, hace 10 años, renunció públicamente a sus vínculos con el instrumento que utiliza el partido para controlar a la Iglesia católica. Después se desdijo porque seguramente pensó, como tantos otros, que es mejor seguir perteneciendo a la Asociación Patriótica si eso permite ejercer el ministerio y celebrar abiertamente los sacramentos.

Al seminario en el que el obispo Ma está confinando se accede por una pequeña cancela en la que nos apostamos con la cámara. Para hacer una guardia, para esperar a que alguien nos deje entrar, para intentar hablar con el obispo Ma. La mañana anuncia primavera y no hace ese frío gélido y sucio que deja el cielo blanco y que nos ha acompañado desde que llegamos. El portero no nos deja pasar. Esperamos algo más de una hora con el fin de que se ablande. Conseguimos el teléfono de uno de los seminaristas que están dentro y, por fin, nos abren la puerta. Nos informan que los sacerdotes no pueden hablar porque están haciendo tres días de retiro. Mientras mi equipo lava unas fresas con el portero, me interno en el seminario y veo pasar a dos curas. Les pregunto si me pueden llevar hasta las habitaciones del obispo Ma y se llevan el dedo a la boca para pedirme silencio: “estamos rezando, no podemos hablar”.

Volvemos al día siguiente y nos encontramos con el cura que me mandó estar callado. Le pido que me responda a cámara algunas preguntas y se sonríe para luego decirme que no. Mientras confiesa a algunos peregrinos consigo que un seminarista sea más explícito y con miedo me responde que el obispo está bien, que lo ve a menudo. Se me acercan tres peregrinos, gente muy sencilla, con las caras curtidas. Se sonríen. “Venimos a rezar”, me dice una mujer. Y me añade: “dile a la cámara que queremos que nuestro obispo vuelva, queremos tener obispo”. Es la voz del pueblo sencillo y fiel. La voz de los que piden pastor frente a la tiranía del emperador. Ya hace 5.000 años que había aquí un emperador. Y el nuevo emperador, Xi Jinping, es como los anteriores pero con Big Data. Ya antes de que el emperador fuera comunista, no toleraba un poder externo. Y las mujeres sencillas que rezan en Seshan son una amenaza: cuestionan el círculo perfecto de un poder sin referencia externa alguna. Al pedir un pastor bendecido por Roma socavan, como lo hicieron los primeros cristianos, el carácter absoluto del emperador. “Dile a la cámara que queremos obispo”. Queda dicho.

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