Cuando el cristianismo se encuentra con el islam

Cultura · Viviana Schiavo
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26 marzo 2019
2019 es un año de festejos para la orden franciscana y la Iglesia católica porque se cumplen 800 años desde aquel 1219 en que, en plena cruzada, en Egipto, un simple fraile de Asís decidió cruzar la frontera del campo cruzado para encontrarse con el jefe de la facción enemiga, armado tan solo con su hábito y su fe. Es el famoso encuentro entre san Francisco y el Sultán. Un encuentro que, ocho siglos después, no deja de interrogarnos. ¿Cuál era el ánimo que guiaba al santo de Asís? ¿Y qué nos dice hoy aquel hecho?

2019 es un año de festejos para la orden franciscana y la Iglesia católica porque se cumplen 800 años desde aquel 1219 en que, en plena cruzada, en Egipto, un simple fraile de Asís decidió cruzar la frontera del campo cruzado para encontrarse con el jefe de la facción enemiga, armado tan solo con su hábito y su fe. Es el famoso encuentro entre san Francisco y el Sultán. Un encuentro que, ocho siglos después, no deja de interrogarnos. ¿Cuál era el ánimo que guiaba al santo de Asís? ¿Y qué nos dice hoy aquel hecho?

La conversión de Francisco

La historia del patrón de Italia es la historia normal de un joven nacido en una familia rica, destinado a una vida de privilegios. Su sueño, igual que el de muchos de sus contemporáneos, era llegar a ser caballero. Un proyecto ambicioso que sufre un giro inesperado. En 1203, mientras se dirige a Lecce para embarcarse hacia Jerusalén y participar en la IV cruzada, una revelación cambia la vida de Francisco. “¿Por qué buscas al siervo en lugar de al señor?”, le preguntó Dios en una visión nocturna, según palabras del santo. La orden fue volver a Asís.

A partir de entonces, cuenta Tomás de Celano, Francisco “mudó las armas mundanas por las espirituales, y en lugar de la gloria militar recibió una investidura divina”. Con esta invitación a seguir al señor en vez de al siervo, Francisco se transforma, según sus hermanos, en auténtico y espiritual “Miles Christi”, soldado de Cristo, es decir, aquel que ama al enemigo en vez de matarlo. Se trata de una expresión atribuida, desde san Bernardo, a los cruzados, pero que hunde sus raíces en san Pablo, según una acepción totalmente espiritual: “Toma parte en los padecimientos como buen soldado de Cristo Jesús” (2Tim 2,3). No nace pues de Francisco, pero los biógrafos, tras el relato de su visión, empiezan a atribuírsela, recuperando su sentido original. La invitación a la paz se convierte entonces en una constante en el pensamiento del joven. En el capítulo XIV de su Regla no Bulada, escribe que “cuando los hermanos van por el mundo”, en toda casa en la que entren deben desear la paz. “No resistan al malvado, sino, al que les pegue en una mejilla, preséntenle también la otra (…) Den a todo el que les pida; y al que les quite lo que es de ellos, no se lo reclamen”.

Quinta cruzada y encuentro con el Sultán

¿Cuál es la postura de Francisco sobre las cruzadas y la guerra? No lo sabemos con certeza. El santo nunca se expresó a este respecto de manera neta y clara, y este silencio se ha interpretado a lo largo del tiempo de maneras distintas. Entre los historiadores, hay quien ha criticado duramente la visión de un Francisco “pacifista”, considerada una manipulación, un “mito” de reciente creación. Algunos han postulado un consenso por asentimiento, según el cual la falta de textos de Francisco sobre esta cuestión y su respeto a las jerarquías indicarían una falta de crítica, cuando no acaso una aprobación de la cruzada. Otros, en cambio, ven en el espíritu franciscano las semillas de una oposición total. Lo que sabemos es que en 1219, durante la V cruzada, Francisco se embarca hacia Tierra Santa, un viaje del que se sabe poco, pues las fuentes presentan bastantes lagunas. El único escorzo lo ofrece Tomás de Celano, según el cual era “el ardor de la caridad” lo que le movía. “Intentó partir hacia países infieles para difundir, con la efusión de su propia sangre, la fe en la Trinidad”.

El destino final es el centro de los combates, Damieta, la ciudad del delta del Nilo considerada por los cruzados como la clave para llegar al Cairo y alcanzar el corazón del ejército musulmán ante la imposibilidad de conquistar Jerusalén. Probablemente acompaña al santo el hermano Iluminado, llamado así porque se declara milagrosamente curado de la ceguera gracias al propio Francisco. Los biógrafos no cuentan mucho de la permanencia de los dos frailes en el campo de Damieta. Seguramente se encontraron con varios reyes cristianos y con el legado apostólico, Pelayo Gaitán, un hombre autoritario, disidente del rey Juan de Jerusalén y otros líderes cruzados. Fue motivo de división la propuesta del Sultán de poner fin a las hostilidades en Egipto, cediendo Jerusalén a los cruzados. El calmado rey Juan de Brienne quiso aceptar el acuerdo, pero Pelayo no pensaba igual. Quería continuar la guerra para destruir definitivamente a la armada musulmana, cuyo corazón, según su parecer, residía justamente en Egipto.

El 29 de agosto de 1219, el ejército cruzado sufrió una derrota clamorosa. Más de seis mil cristianos murieron en la batalla. Entre este momento de luto y la victoria final de los musulmanes, en noviembre del mismo año, es cuando Francisco va a ver al Sultán. A pesar de la falta de datos seguros por parte de los biógrafos y de textos árabes que describan el encuentro, los testimonios existentes que atestiguan su historicidad son diversos y proceden de fuentes franciscanas y cruzadas, como los escritos del cardenal Jacques de Vitry, presente en el campo de Damieta por aquel entonces. Sobre la fiabilidad de las fuentes franciscanas, el debate aún sigue abierto. Una fuente árabe acabaría confirmando la presencia de un monje cristiano en la corte de Al-Kamil.

No podemos saber con certeza qué se dijeron. Solo sabemos con seguridad que el sultán de Egipto recibió al pobrecillo de Asís y lo dejó incólume, hecho ya asombroso en sí mismo, dado el periodo de gran tensión que se vivía entre musulmanes y cristianos. Además, todas las principales fuentes de la época coinciden en presentar el espíritu valeroso que animaba a Francisco y la sabiduría que caracterizaba al Sultán. Malik al-Kamil, sobrino de Saladino y sultán de Egipto y Palestina, era un hombre culto, conocido por su justicia y su interés por los debates científicos y religiosos. Por las crónicas cristianas sabemos que no era belicista. Según palabras del cardenal Jacques de Vitry, su benevolencia “para con los cristianos cruzados era cada vez mayor”.

Del contenido del encuentro hablan algunas fuentes cristianas, como las franciscanas y la Crónica de Ernoul, fechada en 1227-1229. En ambas versiones, Francisco consiguió hablar con el Sultán y anunciarle su fe en Cristo, declarando como motivo de su visita la salvación de Al-Kamil y su pueblo. En este contexto, la Crónica de Ernoul añade detalles interesantes. Según este texto, el fraile de Asís, interrogado por el Sultán, pidió poder hablar con él, aunque en presencia de sus doctores, para demostrar la verdad de la fe cristiana. El rechazo de los doctores fue categórico. El relato prosigue con el Sultán invitando a los dos frailes a quedarse. Francisco e Iluminado declinaron su invitación, así como la de llevarse oro y plata.

Esta versión coincide con la de Jacques de Vitry, sobre todo por lo que se refiere a la valiente travesía de los dos frailes y su respetuoso encuentro con el Sultán. De hecho, el cardenal cuenta que “partió hacia el campo del Sultán de Egipto sin miedo alguno, fortalecido por el escudo de la fe”, mientras que este quedó impactado por “la dulzura de la mirada de este hombre de Dios”. Pero a diferencia de Ernoul, el cardenal cuenta que Francisco no solo se profesó cristiano sino que tuvo ocasión de hablar al Sultán de su fe en Cristo varios días. Un relato confirmado por san Buenaventura, que al mismo tiempo, como Ernoul y citando palabras del hermano Iluminado, describe a un Sultán tan impresionado por el santo que le pidió que se quedara en su corte. En esta versión, Francisco también se niega, afirmando que solo está dispuesto a quedarse en caso de una conversión de Al-Kamil al cristianismo. Para convencerlo, le propone la famosa ordalía del fuego. “Yo, junto a tus sacerdotes, entraré en el fuego y así al menos podrás conocer qué fe debe considerarse más cierta y santa”. Una prueba a la que el santo está dispuesto a someterse incluso solo. Pero sabemos que este tipo de ordalía había sido abolida por el papa Inocencio III en el Concilio Lateranense IV. Por esta razón y dado el carácter humilde del santo, muchos historiadores rechazan la veracidad de este ofrecimiento. El relato de san Buenaventura continúa con el Sultán negándose a aceptar dicha prueba por temor, según el hermano Iluminado, a una sedición popular. Nuevamente aparece el ofrecimiento por parte de Malik al-Kamil de valiosos dones que Francisco rechaza, con gran admiración para el Sultán. Este le propone entonces que los acepte para dárselos a los pobres y a las iglesias, pero Iluminado cuenta una nueva negativa de Francisco, justificada por el deseo de permanecer libre del dinero.

La Regla no Bulada y las interpretaciones

En los 800 años transcurridos desde aquel histórico y misterioso encuentro, son muchas las preguntas que han surgido, las representaciones y las interpretaciones de que ha sido objeto. Como señala John Tolan, autor de la obra más exhaustiva sobre las representaciones de aquel encuentro, este hecho no ha dejado de alimentar el imaginario literario, histórico y artístico. Contexto y preocupaciones históricas han determinado la lectura que ha hecho cada época.

Algunos autores del siglo XVI, por ejemplo, destacan la violencia del Sultán y su ejército. Varios cuadros representan al santo llevando ante un Sultán poco dispuestos a escucharlo. Por el contrario, con el declive del imperio otomano y de las armadas musulmanas, los filósofos ilustrados del siglo XVIII, críticos con las órdenes religiosas, presentan a Francisco como un loco fanático ante un Sultán sabio. Entre los siglos XIX y XX, se da la visión de una acción civilizadora, que encarna totalmente el espíritu de bondad atribuido a las colonizaciones de la época. Conquista militar y evangelización avanzaban, de hecho, al mismo paso.

Solo entre los siglos XX y XXI, desde una perspectiva crítica con las cruzadas, el encuentro asume colores diferentes, convirtiéndose en ejemplo y modelo de un espíritu de diálogo. La obra de Francisco se asemeja cada vez más a la de un hombre que busca una alternativa pacífica a las cruzadas. Es una interpretación contestada, pero casa bien con la postura del santo sobre la fraternidad, el amor al enemigo y la relación con los musulmanes. Francisco no condena abiertamente la guerra y las cruzadas, y su opinión al respecto no se puede definir con certeza, pero sabemos lo que afirma sobre amar al enemigo que, por “imitatio Christi”, se convierte en amigo. De hecho, el mandamiento de Cristo de amar al enemigo está fuertemente presente en la memoria del pobrecillo de Asís, tanto que en el capítulo 22 de su regla escribe sobre el ejemplo de Cristo, que “llamó amigo a quien lo traicionaba (…) Por lo tanto, son amigos nuestros todos aquellos que injustamente nos acarrean tribulaciones y angustias, afrentas e injurias, dolores y tormentos, martirio y muerte; a los cuales debemos amar mucho porque, por lo que nos acarrean, tenemos la vida eterna”.

Es una visión particular, dado que el sentir de la época veía a los musulmanes como enemigos “inmundos”, como los definió el papa Urbano II en el famoso discurso de Clermont. Por el contrario, Francisco les dedica todo un capítulo de su Regla. Resulta de gran interés la versión contenida en la Regla no Bulada de 1221, escriba apenas dos años después de su encuentro con el Sultán, que no deja lugar a dudas sobre la visión franciscana de la evangelización. Francisco manda a sus hermanos ir “como ovejas en medio de lobos”, siendo la oveja símbolo de la humildad de Cristo.

Por tanto, los hermanos no deben esconder su fe. Sin embargo, la profesión no se da con el fin de crear hostilidad ni ofender al otro. Aunque Francisco no hable abiertamente de fraternidad universal, la humildad sigue siendo la característica principal de su orden y el servicio a los demás, una constante. Los otros no son solo los demás cristianos, sino “toda criatura humana”, a quien los hermanos deben servir “por amor de Dios”. La primera tarea es el testimonio con la vida, más importante que las palabras, como insiste en varios textos. “Todos los hermanos guárdense de calumniar y de contender de palabra”, afirma en la Regla. Y es que las palabras corren el riesgo de ser estériles. Los actos son los que permiten abrir los corazones y manifestar el amor de Cristo. “Todos los hermanos prediquen con las obras”. En un segundo momento puede llegar la evangelización propiamente dicha, pero solo “cuando vean que agrada al Señor”. Estas son las indicaciones que han acompañado a la orden franciscana en estos 800 años, permitiéndole seguir presente pacíficamente en Tierra Santa.

En este sentido, el espíritu de Asís se convierte en modelo de inspiración para la Iglesia a la hora de trazar el camino hacia la paz. Justo haciendo referencia a este espíritu, el papa Juan Pablo II, el 27 de octubre de 1986, aún en la guerra fría, se acercó a Asís con los líderes cristianos y de otras religiones del mundo para rezar por la paz. Así es como el enfoque de Francisco, basado en el respeto al otro y el testimonio de la vida, se vuelve luz que ilumina las relaciones interreligiosas. Un enfoque especialmente presente en el pontificado actual de Francisco, quien se ha referido a aquel encuentro y al espíritu de Asís en varias ocasiones, como en su reciente viaje a Abu Dabi.

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