¿Cuál es el puesto de la persona en una ´casa´ enferma e inhóspita?

Mundo · Federico Pichetto
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14 octubre 2019
El Sínodo de los obispos dedicado a la Amazonía se ha visto precedido por meses de polémicas en las que se enfrentaban, desde una perspectiva cada vez más política, los que consideran que el pontificado de Francisco es solo un paréntesis y los que –por el contrario– perciben en las líneas trazadas por el Papa argentino en estos siete años una auténtica declinación metodológica del Concilio Vaticano II, sobre todo respecto a las relaciones de la Iglesia de Roma con el mundo moderno.

El Sínodo de los obispos dedicado a la Amazonía se ha visto precedido por meses de polémicas en las que se enfrentaban, desde una perspectiva cada vez más política, los que consideran que el pontificado de Francisco es solo un paréntesis y los que –por el contrario– perciben en las líneas trazadas por el Papa argentino en estos siete años una auténtica declinación metodológica del Concilio Vaticano II, sobre todo respecto a las relaciones de la Iglesia de Roma con el mundo moderno.

Estos dos bloques se encaminaron abiertamente hacia el cónclave transformando cada episodio de la vida de la Iglesia en un pretexto para reafirmar sus propias tesis y consolidar el consenso entre los grandes electores del próximo sucesor de Pedro. Desde este punto de vista, no cabe duda de que a ambos bandos les conviene alimentar la confusión en torno a las grandes citas de la Iglesia, empezando por este sínodo.

En realidad, el instrumento del sínodo lo puede utilizar un pontífice de tres maneras: por vía ordinaria, cuando la asamblea representativa de los obispos de todo el mundo se ve llamada –bajo la guía del Papa– a reflexionar y discutir cuestiones inherentes a la vida de la Iglesia que además el propio obispo de Roma considera especialmente dirimentes; por vía extraordinaria, cuando el Papa perciba una especial urgencia por tomar posición o reflexionar sobre un determinado problema; o por vía especial, en cuyo caso el Romano Pontífice juzga significativa la situación de una determinada zona del mundo, hasta el punto de detener sobre ella la mirada del episcopado de dicha zona y –en general– de los representantes de la Iglesia del mundo entero.

Este último caso es el que emprende el camino de la reflexión sobre la Amazonía como tierra de “nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”. Bergoglio señala la Amazonía como una síntesis muy eficaz de nuestro tiempo.  De hecho, en ella vemos cómo la economía capitalista consume los recursos del planeta sin crear otros nuevos y –algo aún más significativo– sin preocuparse por las consecuencias humanas, espirituales y éticas que ese consumo comporta. La Amazonía es símbolo de un liberalismo que ha vencido la batalla con el comunismo, pero que no ha sido capaz de afirmar ni difundir el bienestar para todos los hombres, incrementando los desequilibrios sociales y reduciendo considerablemente las potencialidades propias del ecosistema de nuestro planeta.

Se trata por tanto de una casa enferma, inhóspita, maltratada. Ese es el tema central del Instrumentum Laboris del sínodo, un resumen potente y preciso de cómo la responsabilidad humana –con sus decisiones– puede comprometer el desarrollo y el derecho a la felicidad de cualquier persona. Tal derecho, afirma el documento preparatorio del sínodo, se ve especialmente perjudicado en la medida en que las condiciones sociales, económicas y políticas de una región no hagan viable el camino del anuncio del Evangelio, de modo que la difusión de la Buena Nueva en las poblaciones más alejadas de la tierra necesita esa “plenitud de los tiempos” que ya en los orígenes del cristianismo permitió que la fe pudiera penetrar hasta los ganglios más profundos de la sociedad.

No se trata, por tanto, de un sínodo sobre la ecología, ni de un sínodo económico, sino de una asamblea que pone en evidencia la relación entre el modelo de desarrollo que una sociedad elige y el espacio que en esa misma sociedad puede ocupar la persona, como deseo de felicidad, y la Iglesia, como respuesta a ese deseo.

Es como si el Papa quisiera decir a todos los hombres de nuestro tiempo que explotar el medio ambiente, manipular a la sociedad con formas de capitalismo cada vez más hostiles, lleva al colapso del ser humano, y de la posibilidad de que la Iglesia pueda ser un testigo creíble del anuncio cristiano. De ahí toda una serie de propuestas, incluidas algunas muy creativas, para insertar en la vida de la comunidad a hombres de probada fe que puedan sostener el camino sacramental del pueblo, incluso a falta de sacerdotes ordenados.

El sínodo, siendo un lugar de libertad, no censura ninguna de las respuestas lanzadas ante problemas ingentes, pero llama a la conciencia humana a reflexionar sin prejuicios sobre los caminos a emprender como “comunidad” y como “planeta” ante los desafíos de nuestro tiempo.

Todavía es pronoto para saber qué saldrá de todo ello. Es seguro que la última palabra la tendrá el Papa, que podrá aprobar y modificar partes enteras del trabajo del sínodo mediante una exhortación post-sinodal que supondrá el verdadero legado de la asamblea. Con la certeza de que, una vez más, de la pobreza de los hombres podrán surgir respuestas nuevas e imprevisibles para que la Iglesia, también en este siglo XXI, pueda presentarse como maestra de humanidad, madre de los afligidos y, sobre todo, sierva inútil de un tiempo que lo necesita todo, pero en último término solo tiene necesidad de recuperar, dentro de cada cosa, las huellas y signos de una compañía verdadera, una compañía que no se divida en facciones y bandos, sino que trabaje unida para construir lugares de fraternidad capaces de cambiar –y soñar– el mundo entero.

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