Cruzada contraproducente
Se desmarcaron de la quinta cruzada. Cuando las tropas holandesas, alemanas y frisias se lanzaron contra las costas egipcias en 1218, los cristianos de Próximo Oriente, en especial los coptos, se pusieron de parte del sultán Al Kamil. No querían ni oír hablar de una guerra de Occidente contra el islam. Sabían que eran la parte más débil y que las consecuencias podrían ser nefastas. Como así fue. La tolerancia del momento se convirtió en una ola de violencia que acabó con 115 iglesias y muchos muertos.
No se pueden hacer paralelismos fáciles. Al Kamil era un buen gobernante y el Estado Islámico (EI) está formado por una banda de asesinos que degüellan niños, matan y crucifican a cristianos y a miembros de otras minorías. Desde que hace unos meses conquistaron Mosul más de 500.000 bautizados han tenido que abandonar sus casas. Es un auténtico genocidio. En el Iraq de 2003 había 1,5 millones de cristianos, ahora solo quedan unas decenas de miles. En Siria, antes de que comenzara la guerra había casi dos millones, ahora solo medio millón. Hasta un semanario tan frío en estos temas como The Economist ha denunciado su terrible sufrimiento.
No obstante, tener presente el recuerdo de la historia puede ayudar a que la intervención en Iraq de la coalición que prepara Obama se haga con inteligencia. No se puede descartar el uso de la fuerza pero hay que ser muy realista.
Una operación limitada al bombardeo desde el aire está condenada al fracaso. El EI es un grupo terrorista con excelente dotación tecnológica que no presenta batalla. Estamos en una guerra asimétrica en la que la propaganda es decisiva. El EI puede inflamar a la población de los países de mayoría musulmana siguiendo el método que hemos visto utilizar a Hamas.
Antes que utilizar las armas hay una cuestión económica decisiva que hay que resolver. El EI se ha convertido en el grupo yihadista más rico del mundo como ha señalado la revista Foreing Police. La toma de Mosul y el control de los pozos de petróleo de Deir ez Zor en Siria generan altísimos ingresos por la venta de crudo en el mercado negro. Según algunas estimaciones, los yihadistas venden ya entre 30.000 y 40.000 barriles al día a un precio de 25 dólares, lo que le proporciona un millón de dólares cada jornada. Otros como Luay al-Khatteeb, del Brookings Institution’s Doha Center de Qatar, elevan la cantidad a 80.000 barriles día. Sin cerrar ese grifo es difícil que se pueda ganar la partida. A la financiación que llega del petróleo hay que añadir la que proporcionan grandes millonarios de Arabia Saudí y de Qatar. Estados Unidos debe forzar a sus aliados a bloquear las donaciones.
En el terreno diplomático y religioso queda también mucha tarea por hacer para evitar que Obama cometa los mismos fallos que Leopoldo VI de Austria (1176 –1230). Tiene que quedar claro que no hay en marcha una guerra contra el islam sino contra el terrorismo. Turquía ha rechazado entrar en la coalición, hay que buscar más aliados musulmanes.
El gran Muftí de la mezquita de Al Azhar, el gran referente del islam suní con base en El Cairo, ya ha dejado claro que el EI es contrario a las creencias de un buen musulmán. Abu Muhammad al-Maqdisi, un predicador jordano, que fue mentor de Abu Musab al-Zarqawi, uno de los grandes yihadistas, ha acusado al EI de meter una cuña entre los creyentes. Pero como ha señalado el rey Abdullah de Arabia Saudí todavía hay pocos pronunciamientos. El monarca ha denunciado que los ulemas de su país están demasiados callados y no desautorizan claramente a los terroristas. ¿Es simplemente un doble juego por parte de los saudíes? Quizás. Pero lo que está claro es que hay que sumar e implicar. Es necesario invitar con insistencia al islam verdaderamente religioso a desmarcarse de los terroristas. Y si el viejo aliado saudí no colabora habrá que apoyarse en Irán.
Podemos estar en vísperas de la III Guerra del Golfo. Las dos primeras fueron desastrosas. Sin un proyecto de reconstrucción nacional que implique a los suníes, minoría en Iraq, todo volverá a saltar por los aires. Los cristianos deben ser protegidos, no como minoría, sino como ciudadanos. Pero si se comete un nuevo error, puede ser el último. Los cristianos de Oriente Próximo, que son esenciales para el mundo y para la Iglesia, pueden desaparecer. Sin ellos desaparecería un pluralismo que le hace mucho bien a la civilización de mayoría musulmana. Sin ellos peligra la evidencia de que el cristianismo es un acontecimiento histórico que comenzó en un lugar muy preciso del planeta.