Cronología de un futuro positivo

Editorial · Fernando de Haro
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20 octubre 2024
Queremos seguridad, la seguridad que da el conocimiento. Queremos saber si habrá merecido la pena vivir. El optimismo de la voluntad quiere  alcanzar el futuro pero lo hace sin presente. La esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, salga como salga.

Hay nuevas noticias sobre el fin del mundo. En Wikipedia hay una página web que se llama Timeline of the far future, en la que se pueden encontrar todos los detalles de lo que va a suceder en los próximos años, en los próximos siglos, en los próximos milenios. La creó un londinense que se llama Nick Webb en 2010. Y en los últimos catorce años más de 1.500 personas han ido introduciendo datos de los últimos descubrimientos científicos. No es una broma. Ross Andersen, que es un periodista muy serio de la publicación estadounidense The Atlántic, dice que es una de sus webs preferidas. Siempre hemos querido saber nuestro futuro, incluso cuando ya no vayamos a estar en ese futuro, al menos como estamos ahora. Queremos seguridad, la seguridad que da el conocimiento.

Algunas predicciones de esta web son más fiables que otras. Es muy, muy probable que la mayoría de los animales tendrán un aspecto diferente dentro de 10 millones de años. Sabemos que los continentes se unirán lentamente otra vez y que África chocará con Eurasia, cerrando la cuenca mediterránea, se levantará una nueva cordillera similar al Himalaya entre Francia, Italia y España. Dentro de 400 millones de años, Saturno habrá perdido sus anillos. Todo eso es probable, otras predicciones son más improbables.

La nueva noticia sobre el fin del mundo se ha añadido a esta web hace unos meses. La velocidad a la que el universo se expande aumenta. Las galaxias cada vez estarán más lejos unas de otras. No habrá energía suficiente en el universo para que alguien lo piense. Al final, solo habrá partículas subatómicas bailando separadas por distancias que no podemos imaginar. Todo estará sumido en un silencio oscuro dentro de 100.000 millones de años. “Todos nuestros recuerdos y lo que hemos sido están destinados a desaparecer como un sueño”, concluye un divulgador de los últimos descubrimientos científicos comentando esta nueva noticia sobre el fin del mundo. En realidad es una conclusión que no tiene nada que ver con la ciencia. Pero estas afirmaciones suscitan nuestra curiosidad porque queremos saber si habrá merecido la pena vivir, si nuestro destino va a ser  positivo.

Queremos que nuestro destino sea bueno y, por eso, en ocasiones nos aferramos a un optimismo blando. El optimismo blando de los que dicen que todo va a acabar bien. Pero no parece que el final del universo vaya a ser positivo. El fin de los tiempos para la materia puede ser una gran catástrofe, el fin de los tiempos para la humanidad también. A nuestra vida le puede pasar lo mismo. Muchas veces las cosas no van a mejor. Hay un optimismo aún más estúpido que el optimismo blando: el optimismo de la voluntad. Nos queremos convencer de que, después de una crisis, conseguimos una serie de habilidades que nos garantizan vivir mejor en el medio y largo plazo. El optimismo duro quiere convertir las emociones en gasolina para hacer mejor las cosas. Buscamos el destino positivo en el progreso de  la ciencia, de  la política, de la revolución, de la contrarrevolución. El optimismo de la voluntad quiere  alcanzar el futuro, un futuro seguro, pero lo hace sin presente. Nos decimos a menudo que hay que asumir un gran sacrificio en el presente para alcanzar un paraíso que se convierte, a menudo,  en un infierno.

Y se crea una situación extraña. No podemos  dejar de esperar que el futuro sea bueno y sabemos que con nuestras fuerzas no lo podemos conseguir. Tampoco lo pueden conseguir las leyes de la naturaleza. La web Timeline of the far future hace sus predicciones aplicando las leyes de la naturaleza a medida que se van conociendo y esas leyes no nos conducen a la esperanza. Porque de lo que estamos hablando es de la esperanza.

Sólo el presente puede darnos la seguridad de que todos nuestros recuerdos y todo lo que hemos sido no está condenado a desaparecer como un sueño. Necesitamos un presente muy presente que pueda desafiar al futuro. ¿Qué futuro, qué esperanza hay para esos incontables minutos de los que ya ni siquiera nos acordamos? La esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, salga como salga. Y el sentido no es un enunciado, es un amor que no se deduce de  las leyes de la naturaleza ni de las leyes morales. Es un amor que era/es infinitamente improbable hasta que sucede.

 

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