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Cosas que pasan en cuarentena

Mundo · Elena Santa María
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16 marzo 2020
El 9 de marzo –parece que han pasado siglos desde entonces– falleció José Jiménez Lozano. Tras asistir al entierro, Gabriel Albiac se preguntaba en su columna de ABC: “¿por dónde poner sentido a todo esto? No respondo, por supuesto. Como aquellos vencejos del poema, que «no encuentran la salida,/ la ventana del mundo». Puede ser –pero eso lo pongo yo, que asisto al cierre de la losa en este atardecer de una luz castellana demasiado cristalina–, puede ser que el mundo no tenga ventanas. Ni escape. Ni sentido”. Es una pregunta que nos persigue estos días. Y Albiac insiste, esta vez citando a San Pablo, “muerte, ¿dónde está tu victoria?”.

El 9 de marzo –parece que han pasado siglos desde entonces– falleció José Jiménez Lozano. Tras asistir al entierro, Gabriel Albiac se preguntaba en su columna de ABC: “¿por dónde poner sentido a todo esto? No respondo, por supuesto. Como aquellos vencejos del poema, que «no encuentran la salida,/ la ventana del mundo». Puede ser –pero eso lo pongo yo, que asisto al cierre de la losa en este atardecer de una luz castellana demasiado cristalina–, puede ser que el mundo no tenga ventanas. Ni escape. Ni sentido”. Es una pregunta que nos persigue estos días. Y Albiac insiste, esta vez citando a San Pablo, “muerte, ¿dónde está tu victoria?”.

Una pregunta que, quizá con otra forma, acompañaba a Juan Claudio de Ramón en su paseo por una Roma desierta. Escribe en The Objective: “Medio minuto de soledad en la gran escenografía barroca de Roma basta para ir de la euforia a la desolación, de manera similar a esos días en que la familia se va de veraneo y uno está solo en la ciudad y el entusiasmo por una independencia se torna en depresión y aturdimiento. Brilla el sol y no hay nadie a mi lado”.

Como Roma, Madrid muestra estos días su cara más desconocida. Antonio Lucas ha escrito dos columnas en El Mundo dando cuenta de sus últimas salidas a la calle. En una de ellas explica que unas horas antes de que se decretara el estado de alarma se encontró con una boda con ocho personas en la céntrica iglesia de Santiago. “Para entrar en una iglesia y casarse en un día de alerta nacional hay que tener un valor revolucionario. O creer desenfrenadamente en Dios. O estar realmente convencidos de que es para siempre”, escribe.

Alberto G. Palomo entrevistó a Marina van Zuylen en Ethics sobre la distracción y el tiempo libre. Ella dice que “sin aburrimiento, sin la dolorosa relación con la espera, sin un sentimiento de anhelo, en última instancia, solo hay muerte”. Lo está experimentando Lorena G. Maldonado, que así lo cuenta en El Español: “Ahora que todos somos peligrosos para el resto, y pese al devastador clima de sospecha, soy más humanista que nunca: eso quería contarte. He descubierto que nos necesitamos, que estamos juntos en esto, que sin los demás todo es aburrido, aunque ahora nos vengan tiempos físicamente distantes. Es mentira que el infierno sean los otros, como decía Sartre. Me gusta la gente, me gusta mucho, y el mundo no está, nunca estuvo tan mal hecho. Hoy celebro todos los placeres en los que nunca reparé, las cosas y los seres que di por supuestos. La vida era ancha y era bella hasta hace muy poco, cuando podía estrechar entre mis brazos a mi madre o celebrar tus cumpleaños”.

Nos necesitamos y nos tenemos. “Cuando el primer aplauso a los sanitarios (…) la sombra de la ventana de enfrente se materializó. Era una joven vecina. Es. Lo es. Gritó, al final de los aplausos: ‘¡Vecinos de enfrente!’. Y allí empezamos: a aplaudirnos los vivos del vecindario como si nos abrazáramos, a gritarnos alientos como si nos conociéramos”. Lo dice Maruja Torres en El País. Y acaba: “desde esta ventana recién abierta os lo digo. Me pongo el sostén en cuanto me ducho y no me lo quito hasta que me acuesto. Por mi vecina. Por todos nosotros. Por la vida”.

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