Consejos ignorados

España · PaginasDigital
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4 diciembre 2013
¿Cuántos consejos me habrán dado en lo que llevo de vida? No puedo ofrecer ninguna cifra, pero estando ya peinando canas, puedo decir que muchos. ¿Cuántos he aprovechado?

¿Cuántos consejos me habrán dado en lo que llevo de vida? No puedo ofrecer ninguna cifra, pero estando ya peinando canas, puedo decir que muchos. ¿Cuántos he aprovechado? Tengo que expresar con una cierta nostalgia ,que muy pocos ,y no porque fueran malas las exhortaciones, sino por la omisión en seguirlas.

¡Cuántas veces he lamentado, no haber hecho caso de lo que me dijeron! Cuántas veces me he lastimado, en caídas que me fueron advertidas. Cuántas veces, la autosuficiencia se ha erigido en la dueña de mis actos, sin darme cuenta, de que aún no conocía la magnitud de los obstáculos, que se han presentado en mi camino.

Cada vez  recibo menos consejos, ya son pocos los que se atreven aún a dármelos, y confieso que es ahora, cuando los valoro y acepto, sabiendo que quien me los ofrece, me desea lo mejor. Una sugerencia, un aviso, una decisión,… Las recomendaciones, en la mayoría de las veces son acertadas, y seguirlas evitaría muchos sufrimientos. Hablo de mi experiencia.

Recuerdo cuando en mi adolescencia, me rebelaba contra todo; de nada servía que mis padres me advirtieran de que un día, me daría cuenta del valor de sus avisos. Por entonces me parecía imposible que llevaran la razón, “estaban equivocados”, “eran de otra época”. Esos eran mis razonamientos. Los mismos argumentos, que los jóvenes de generaciones pasadas, presentes y futuras, parecen llevar de forma innata. Y tengo marcado, algo que no he podido olvidar; unas palabras que pronuncié en una rabieta adolescente. Le dije a mi madre, que nunca le daría la razón, que sabía a ciencia cierta, que ella, era la equivocada…

¡Mamma mía! ¡Cómo he pagado mi chulería! Cada consejo, cada palabra de atención, cada advertencia que se me hizo y de la que huí y rechacé, se fueron cumpliendo. Mis caídas fueron dolorosas, muy dolorosas, y aún hoy, las cicatrices siguen doliendo.

Bastó ser padre, para darme cuenta de muchas cosas, para ir dando la razón a cada consejo desechado. Y veo que se repite la misma historia en muchos padres e hijos.

Algunos, nos decían cuando nuestro hijos eran pequeños : “Dejad que crezcan que ya veréis lo que se sufre” Aún en esos comienzos de paternidad, seguía sin creer en las advertencias; aún quedaba un poco de arrogancia.

Y llega, claro que llega, el momento de sufrir por los hijos. Crecen rápido, muy rápido; no dejo de asombrarme de cómo los años pasan y… ¡quedan tantas cosas por hacer! Aún hay tanto que enseñar… y es cuando descubres que tus hijos ya vuelan solos y que ahora sus caídas dependen totalmente de ellos.

Y te das cuenta, de que habiendo recibido la misma educación, cada uno tiene una personalidad distinta, que reacciona diferente ante lo aprendido. Que Dios no repite a las personas, que las hace únicas y que en esa singularidad hay que amar.

Recibo en mi trabajo nocturno muchas llamadas de padres angustiados, porque sus hijos no han vuelto a casa ciertas horas de la noche. Nuestros hijos no podrán entender ese desasosiego, hasta que lo vivan, no sabrán valorar nuestro temor, nuestro sufrimiento hasta que lo experimenten, por eso la impotencia se apodera tantas veces de nosotros. Porque la historia se repite; consejos no escuchados, conocimientos no adquiridos y la convicción de la autosuficiencia en todos los aspectos de la vida. Ojalá nunca sea tarde.

¿Y qué se puede hacer? Os digo lo que hago yo. He probado varias técnicas y solo una ha funcionado : AMAR

Pero… ay queridos amigos, hay que saber lo que es amar de verdad, y lo sabremos cuando experimentemos en nosotros, que lo damos todo, lo repito muy despacio T-O-D-O. Y hay que hacerlo, como decía la beata Teresa de Calcuta: “Hay que amar hasta que duela”. 

Por eso, creo que la desesperanza nos asalta tantas veces; divisamos el precipicio donde caerán, gritamos y no nos oyen, no nos miran y cuando les llega nuestra voz, no nos creen. 

Padres: ¡Mucho ánimo! No nos rindamos jamás. Y como decía San Juan de la Cruz: “El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa´

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