Confesiones de una compradora compulsiva

El director P.J. Hogan se siente cómodo en la comedia, siendo destacable su trabajo en La boda de mi mejor amigo (1997). Su estilo narrativo es bastante elegante, desarrollando las situaciones cómicas con fluidez y naturalidad.
Por otra parte, el realizador australiano hace un interesante análisis de la sociedad consumista y sus repercusiones, pero sin caer en discursos ideológicos, dando a entender que compramos más de lo que necesitamos. Una idea que queda patente a lo largo de toda la historia. La familia aparece como el lugar donde refugiarse cuando los problemas inundan nuestra vida. También se dejan caer temas candentes de los que se habla en los medios de comunicación, como la crítica a los altos ejecutivos, que no reducen sus porcentajes de beneficios, aunque las empresas pierdan dinero y se perjudique a los más débiles. Tampoco deja en buen lugar a la mentira que, de no ser corregida, puede empeorar una situación. Un tema que debería de calar en las altas esferas del poder de nuestro país, sobre todo en tiempos de crisis.
Por último, hay que destacar la idea que aparece en una de las frases del largometraje que puede generar un interesante debate como es la de la posibilidad de construir tu futuro con tu propio esfuerzo sin la necesidad de un nombre, un apoyo o patrocinio. Esa cultura del esfuerzo que parece que, en la actualidad, algunos pretenden devaluar. La citada frase coincide con la honestidad que el protagonista muestra en la película.
En lo referente al reparto, la actriz Isla Fisher se desenvuelve razonablemente bien ante las cámaras, aunque su pareja en la ficción, el actor Hugh Dancy, resulte un tanto insípido. El problema es que no hay demasiada química entre los protagonistas, a pesar de todo, los secundarios refuerzan y revitalizan las debilidades anteriormente mencionadas. Finalmente, la nota colorista la ponen unos simpáticos maniquís con muchas ganas de marcha.