Con Francisco, ningún miedo a la experiencia
Hasta no hace mucho la palabra “ experiencia” no era bien vista en el magisterio pontificio. Hace poco más de un siglo, en 1907, el papa Pío X publicaba la encíclica Pascendi en la que advertía de los errores de las llamadas “doctrinas modernistas”, doctrinas que atacaban la objetividad de la Revelación. Las expresiones “sentimiento religioso” y “experiencia” se identificaban con el subjetivismo y con un predominio del sentimiento que no añadían nada en el conocimiento de la verdad y podían, de hecho, convertirse en un gran peligro. “Todas las fantasías acerca del sentimiento religioso no destruirán el sentido común; y este sentido común nos enseña que cualquier perturbación o conmoción del ánimo no sólo no nos sirve de ayuda para investigar la verdad, sino más bien de obstáculo. Hablamos de la verdad en sí; esa otra verdad subjetiva, fruto del sentimiento interno y de la acción, (…) de nada sirve al hombre, al cual interesa principalmente saber si fuera de él hay o no un Dios en cuyas manos debe un día caer “-decía el texto de la encíclica-.
El Papa Francisco nos ha seguido recordando el peligro de ciertos subjetivismos. El gnosticismo supone «una fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos”- decía en la exhortación Gaudete et Exsultate-.
Pero para Francisco experiencia no es sinónimo necesariamente de una razón cerrada. Jesús hace “experimentar” la verdad. “Al seguir a Jesús como nuestro Camino, experimentamos la Verdad y recibimos su Vida, que es la plena comunión con Dios Padre en la fuerza del Espíritu Santo, que nos libera de toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor”, señalaba en la jornada mundial de las misiones 2017. Hay un sujeto que recibe la verdad y la reconoce. Precisamente en la Exhortación Apostólica Postsinodal Christus Vivit critica que a los jóvenes se “les ofrecen encuentros de “formación” donde sólo se abordan cuestiones doctrinales y morales: sobre los males del mundo actual, sobre la Iglesia, sobre la Doctrina Social, sobre la castidad, sobre el matrimonio, sobre el control de la natalidad y sobre otros temas”. Los frutos de esta manera de hacer las cosas son evidentes para Francisco: “el resultado es que muchos jóvenes se aburren, pierden el fuego del encuentro con Cristo y la alegría de seguirlo, muchos abandonan el camino y otros se vuelven tristes y negativos”. Y añade: “calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana. Como decía Romano Guardini: «en la experiencia de un gran amor […] todo cuanto acontece se convierte en un episodio dentro de su ámbito”.
Dirigiéndose a los jóvenes, en otro momento, les invita a hacer “experiencia” de la relación con Cristo: “si te dejas amar y salvar por Él; si entras en amistad con Él y empiezas a conversar con Cristo vivo sobre las cosas concretas de tu vida, esa será la gran experiencia, esa será la experiencia fundamental que sostendrá tu vida cristiana”. De esta experiencia nace la misión: “esa es también la experiencia que podrás comunicar a otros jóvenes. Porque «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
En este contexto, la experiencia se convierte en un elemento fundamental de la catequesis: “por favor, no os canséis nunca de ser catequistas. No de “dar la clase” de catequesis. La catequesis no puede ser como una hora de clase, sino que es una experiencia viva de la fe que cada uno de nosotros siente el deseo de transmitir a las nuevas generaciones” -señaló Francisco en su discurso a los participantes en el Congreso Internacional de catequesis el pasado 10 de septiembre”. Ningún miedo en Francisco a la experiencia, a la experiencia de verdad, que permite vivir la vida de Cristo.
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