Con el feminismo, la pregunta

Editorial · Fernando de Haro
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5 marzo 2023
Engrosar las filas del antifeminismo, sin entrar en la complejidad del fenómeno, supone perder una oportunidad de comprendernos en el tiempo que todos compartimos.

La celebración del día 8 de marzo, día de la mujer, tiene desde hace algunos años en España una especial significación social y política. En esta ocasión se van a constatar las diferencias entre los diferentes movimientos feministas. Ya no se puede hablar de “feminismo” en singular.

La “llamada perspectiva de género” y sus códigos de lo políticamente correcto pueden llegar a ser muy obsesivos y asfixiantes. Las radical feminists (radfems) alimentan una ideología que destruye la responsabilidad personal. Al sostener que vivimos bajo el sistema del llamado “patriarcado”, que lo explica todo, que nos contamina desde que nacemos y que es casi invencible, nos convierten en anónimos engranajes de una opresión universal. Lo que te define es ser una oprimida (o un opresor) y eso provoca que te entiendas por oposición al opresor real o supuesto (por la relación con la oprimida). No hay más que relaciones de poder. Lo cierto es que una persona por nacer mujer no es necesariamente una víctima.

Pero no todo es radfems. Los movimientos feministas, en los que participan de un modo u otro muchas personas, son una expresión del deseo de emancipación y de liberación desde hace décadas. Últimamente ha crecido un “antifeminismo” que, apoyándose en ciertos excesos, descalifica genéricamente los movimientos que actúan en nombre de las mujeres. Engrosar las filas de esta reacción sin entrar en la complejidad del fenómeno, sin valorar su origen, supone perder una oportunidad de comprendernos en el tiempo que todos compartimos.

La falta de igualdad es un dato. 2.400 millones de mujeres en el mundo, casi uno de cada tres habitantes del planeta, no tienen los mismos derechos que los hombres. La violencia sexual, los matrimonios infantiles y la explotación son fenómenos todavía muy frecuentes. Algunos también se producen en Occidente. El consumo masivo de pornografía, en muchos casos desde la primera adolescencia, ha generado un nuevo machismo sexual que explica muchos casos de violencia en nuestras sociedades civilizadas. Surgen nuevas formas de dominación. Y, lo peor, es que en ocasiones son consentidas.

Se critica que la lucha por la igualdad haya sido colonizada por la “ideología de género”.  En realidad no existe una única teoría de género, hay más bien “estudios de género”. Y algunos de esos estudios han hecho una interesante aportación al distinguir entre los datos objetivos que acompañan al sexo (hombre/mujer) y el papel que en un determinado momento o en una determina cultura se les atribuye a uno y a otro. Esta distinción puede ayudarnos a comprender que naturaleza y cultura son diferentes pero están relacionadas. El género de una abadesa medieval no es el mismo género que el de una chica musulmana que nace en este momento en Afganistán. Precisamente el feminismo clásico, que revindica la distinción entre género y sexo, se ha levantado en contra del “borrado de las mujeres” que entraña el transfeminismo. Esta otra corriente (tercera ola del feminismo, con Judith Batler a la cabeza) sostiene que género y sexo son lo mismo. La naturaleza no existe, la cultura lo es todo.

Nos escandaliza esta forma de concebir la liberación pero es simplemente un paso más en el modo en el que entendemos la vida los occidentales desde hace cuatrocientos años. Los explícitamente religiosos y los supuestamente no religiosos. Reaccionamos hace cuatro siglos, justificadamente, contra un modo de concebir la objetividad de la naturaleza humana que era opresivo. De un modo en el que no era posible novedad alguna. Era necesario sospechar de los sentidos, de la razón, de la realizad. La única seguridad era y es pensarse, hacerse. La única seguridad es hacer, hacernos. Todos participamos en cierto modo de la ideología de la autodeterminación, sea de género o de cualquier otra cosa. La naturaleza, entendida como algo inamovible, abstracto, nos oprime.

“La mujer no nace, se hace” proclama una de las escuelas feministas. “El ser humano no nace, se hace” podríamos traducir. Y la frase no tiene por qué ser mentira, depende de cómo se interprete. En realidad el hombre nace y se hace.

¿Por qué lo dado, la naturaleza, nos resulta opresiva? Somos hombres modernos, no estamos dispuestos, afortunadamente, a renunciar a nuestra libertad. ¿Qué hay en el modo de entender y de experimentar la naturaleza que la vuelve enemiga de la libertad? El feminismo nos ayuda a hacernos preguntas, a hacernos “la pregunta”.

 

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