Con el aborto Zapatero puede haber encallado
Y el ministro Caamaño, el ministro de Justicia, que es el que tendría que haberse ocupado de la reforma, lanza una carga de profundidad a la pluralidad democrática. Caamaño, de perfil discreto, no es cualquiera. Nunca se irá a cazar como su predecesor Bermejo con Garzón. Nunca se le oirá decir una palabra más alta que otra. Pero es el teórico, el catedrático de Derecho Constitucional que justifica en sesudos artículos el "federalismo asimétrico" que inaugura el nuevo Estatuto de Cataluña. Es Caamaño el que teoriza, tras el gran éxito de la movilización del 17-0, por qué no hay que escuchar a los manifestantes. "El Gobierno va a escuchar "la voz de los ciudadanos" -dice el ministro- pero sólo "a través sus representantes en la Cortes". No hay más voces que escuchar que las de los diputados y, para ser más claros, la de los diputados que ganan las votaciones. Puñalada a la democracia plural, teoría de una democracia que sólo atiende a las mayorías.
Como es lógico, Caamaño se enfrenta a Caamaño. Como buen constitucionalista, el propio ministro de Justicia hace sólo un mes había hablado de las referencias que, en cualquier democracia, se tienen en cuenta. En el diario Público el 21 de septiembre de este año afirmaba que "la democracia no es sólo la regla de la mayoría; es también una serie de valores y de derechos plasmados en un documento que llamamos Constitución". Hace 17 años en un artículo que publicaba en la Revista Española de Derecho Constitucional (número 36), titulado "Mandato parlamentario y derechos fundamentales", era más claro. Caamaño, refiriéndose a la jurisprudencia constitucional, aseguraba que "tampoco el derecho a la participación política de los ciudadanos a través de representantes se agota en el momento de la elección". Añadía que "el derecho fundamental a la participación política de los ciudadanos sucumbe en el momento de la elección como derecho-ejercicio pero perdura como derecho-valor". Podría decirse que centenares de miles de ciudadanos hicieron ejercicio de ese derecho-valor. Algunos de ellos habían votado a Zapatero.
Caamaño teoriza ahora contra la pluralidad democrática porque la manifestación del 17-O ha hecho más mella que otras protestas. Como dice este martes el nada sospechoso Enric Juliana en La Vanguardia, "el sábado se manifestó en Madrid la España blanca". Ya el lunes aseguraba que "no fue la típica protesta de la derecha madrileña, ya que congregó a gentes venidas desde todos los puntos de España, con un tono más festivo que agresivo (…). La cuestión de los 16 años (posibilidad de abortar sin informar a los padres) irrita a no pocos electores de centroizquierda y genera una gran división social". En la España de los bloques, convertir el aborto en derecho ha suscitado, por primera vez, cierta transversalidad.
Ha contribuido a ello el que la protesta haya nacido de la sociedad civil, que sus responsables hablen insistentemente del trasfondo cultural y que defiendan realmente a las mujeres, no en abstracto, como hace el feminismo al uso, sino en su drama. El aborto puede ser la cuestión con la que Zapatero haya encallado. No porque haya una mayoría aplastante que rechace una ley de plazos ni porque pueda costarle las futuras elecciones. Pero sí porque su falta de flexibilidad para suavizar el proyecto hace que ante muchos aparezca claramente como un soberbio. Y lo que es más importante, por primera vez puede no estarle funcionando su estrategia de enfrentar a media España contra la otra media. Sabe que el movimiento que ha despertado a favor de la vida no es partidista, por eso Zapatero intenta desviar el debate hacia la incoherencia de un PP que ni cambió ni hizo cumplir la ley del 85.
El centro derecha español en esta cuestión es muy débil, no tiene unidad de criterio. La manifestación ha sido un éxito porque ha contribuido a que algunos de sus responsables comiencen a definirse. Sólo una constante presión social puede obligar al PP a defender la vida y muchos de sus líderes siempre lo harán a regañadientes. Pero sería en este momento una torpeza que la "España blanca" de la que habla Juliana cayera en la trampa que tienden desde Moncloa. Tenemos un Gobierno que se resiente de haber convertido el aborto en un derecho. A veces la realidad entra a través de la opaca ventana de la ideología.