Cómo y por qué nació la Jornada de la Tierra
Debemos precisar que, en contra de lo que sucede con otras jornadas mundiales, no tiene nada que ver con la ONU. Y no es que esto le dé más o menos dignidad, pero son muchos los que consideran a la ONU una entidad moral bajo cuya bandera cualquier cosa adquiere un valor positivo, y por eso es una aclaración importante.
En cualquier caso, lo más importante es entender el origen de esta celebración, que se puso en marcha el 22 de abril de 1970 en Estados Unidos. Fue sobre todo un intento de dar visibilidad a un evento nacional que reuniera a la fragmentada galaxia de movimientos ecologistas viejos y nuevos (estos últimos nacían en EEUU sobre todo como reacción al problema de la contaminación atmosférica, que afectaba especialmente a las grandes ciudades). Pero ese movimiento de base no habría tenido la capacidad de tener un impacto nacional primero y mundial después si no fuera por dos personajes clave: el senador de Wisconsin Gaylord Nelson y el multimillonario Hugh Moore.
El primero, un ecologista convencido, llevaba años luchando sin éxito desde el Senado para introducir en el primer asunto de la agenda política los problemas medioambientales. El segundo lidera desde finales de los 50 la batalla por el control de la natalidad, es el inventor del eslogan "La bomba demográfica" (The population bomb), que dio título a un panfleto publicado en 1956 y distribuido por miles en todos los despachos, desde los Estados Unidos hasta las Naciones Unidas. Además, "La bomba demográfica", a nivel popular, es una expresión que se hizo famosa en todo el mundo porque sirvió como título al libro publicado en 1968 por el biólogo Paul Ehrlich, que fue traducido a todas las lenguas y que vendió millones de copias.
Nelson también estaba obsesionado por el problema de la superpoblación, que consideraba como el principal problema medioambiental. Tras recorrer el país entero y ver lo que se cocía en la sociedad americana, se le ocurrió crear un momento "político" que uniera a la galaxia ecologista y le diera un horizonte más amplio. En este punto hay que recordar que los "viejos" movimientos ecologistas americanos hunden sus raíces en la Sociedad para la Eugenesia que, nacida como aplicación del darwinismo social, contaba con una gran fortuna en el mundo anglosajón de las primeras décadas del siglo XX. La misma raíz que tienen también los movimientos para el control de la natalidad.
El proyecto político de Nelson encajó perfectamente con el de Hugh Moore, quien además de ser uno de los principales promotores financieros de los movimientos a favor del control de la natalidad, tenía también la genialidad de crear eslóganes que causarían furor en el imaginario colectivo. No en vano lanzó "la bomba demográfica" a mediados de los 50, cuando no sólo seguía vivo el recuerdo de la explosión atómica de Hiroshima y Nagasaki sino también el miedo y el peligro de una guerra atómica con la URSS y China.
Del mismo modo, al financiar y apoyar activamente la instauración de la Jornada de la Tierra, Moore inventa también el eslogan, tan afortunado como el anterior, de "La población que contamina", que pronto será su santo y seña, que se vio reforzado por el panfleto The population bomb.
La primera Jornada de la Tierra, por tanto, culmina la unión de las diferentes corrientes eugenésicas, la ecologista y la pro control de la natalidad, que desde ese momento trabajan en común. Después de 10 años, las principales organizaciones medioambientales americanas hacen causa común con el Population Crisis Committee, Population Reference Bureau, Planned Parenthood, Zero Population Growth, para pedir al Congreso estadounidense la aprobación de un plan nacional para frenar el crecimiento de la población.
Y desde entonces, los movimientos a favor de los controles de natalidad y los ecologistas hablan el mismo lenguaje: por una parte encontramos, por ejemplo, a Werner Fornos, presidente del Population Institute, que señala al "crecimiento incontrolado de la población" como la causa de la "desaparición de los bosques, la erosión del suelo, la desertificación, la desaparición de las especies y el crecimiento del agujero en la capa de ozono"; por otra, tenemos al ecologistas Lester Brown, presidente del Worldwath Institute, que cada año publica el informe El estado del mundo, donde describe una serie de calamidades inminentes siempre debidas al crecimiento de la población. Catástrofes que la historia siempre se ha ocupado de desmentir, porque se basan en una visión totalmente negativa del hombre que no se corresponde con la realidad.
Esta unidad inicial es hoy más evidente que nunca en Italia y Europa, donde los movimientos que conjugan la defensa de la naturaleza y la hostilidad hacia la presencia humana son claramente mayoritarios. Además, éste es el enfoque del que parten las políticas ambientales globales, incluso el Protocolo de Kyoto y las acciones relacionadas con el clima. La misma Agenda 21, aprobada en la Cumbre de la Tierra (la Conferencia de la ONU sobre medio ambiente que tuvo lugar en Río de Janeiro en 1992) tiene como principio inspirador la necesidad de limitar la presencia humana, tanto en términos cualitativos como cuantitativos. O sea, la principal receta para cuidar del medio ambiente es ésta: el control de la natalidad en los países pobres, freno al desarrollo de los países ricos.
Ahora usted es libre de celebrar la Jornada de la Tierra si lo desea, pero al menos sabrá que está luchando por la eliminación de sí mismo, cosa que -como la historia demuestra- también hace daño al medio ambiente.