Cómo se transforma el mundo
Dejemos pronto a un lado la hipocresía de la polémica. Nada de cuanto ha dicho el Papa como maestro de la fe parece tener importancia para los inquisidores mediáticos, tan sólo rastrear si en alguna línea se pronunciaba la palabra "Camorra". Palabra que por otra parte está muy lejos de ser un tabú en la predicación de la Iglesia local, y argumento que Benedicto XVI afrontó abiertamente hace un año durante su visita a una convulsa Nápoles. Sucede que el Papa ha preferido no ser "políticamente correcto" y ha elegido enseñar y testimoniar en vez de pronunciar eslóganes fáciles para el aplauso de la galería.
El Papa ha querido poner el acento en la historia de caridad y de construcción civil que rodea al Santuario de Pompeya, mostrando su génesis y señalándola como camino siempre actual para curar las heridas personales y sociales. Es una historia ligada al beato Bartolo Longo (1841-1926), que "empujado por el amor fue capaz de proyectar una nueva ciudad, surgida en torno al Santuario, casi como irradiación de su fe y de su esperanza". Y el Papa continúa: "una ciudadela de la caridad, no aislada del mundo, sino inserta en el territorio de este valle para rescatarlo y promoverlo". El juicio de Benedicto XVI nos recuerda sus discursos de Aparecida, cuando señaló el encuentro con Cristo y el florecer de la caridad como núcleo de una auténtica tarea de transformación social, documentada en las Fazendas de la Esperanza. "¡Donde Dios llega el desierto florece!", exclamó el Papa ante un pueblo que entendía perfectamente a lo que se refería. Es el encuentro con Cristo, que cambió la vida de Bartolo Longo (su mentalidad, su afecto, su relación con los otros) el que genera un tipo de relación, de fraternidad, que es el rostro de una sociedad distinta, que actúa como fermento dentro del contexto civil.
¡Vaya si el Papa hablaba de la Camorra, y de mucho más que eso! Hablaba de una inhumanidad que sólo puede ser derrotada definitivamente en el corazón de los hombres, y para ello es necesario que exista un punto de convivencia distinta, basada en la estima incondicional por el otro, en el servicio a su dignidad infinita. Un punto identificable, de carne y sangre, una fraternidad de hombres cambiados que viven y construyen según la fuerza y la orientación de Aquél que han encontrado. Benedicto XVI lo explica: "esta ciudad refundada por él (Bartolo Longo) es la demostración histórica de cómo Dios transforma el mundo, colmando de caridad el corazón de un hombre y haciendo de él un motor de renovación religiosa y social". Y a los habitantes de esta región golpeada por el crimen organizado, por el miedo y la desconfianza, les ha recordado los fermentos mejores de su propia historia, para mostrar un camino no utópico sino realista: "Pompeya es un ejemplo de cómo la fe puede obrar en la ciudad del hombre, suscitando apóstoles de la caridad que se ponen al servicio de los pequeños y de los pobres, y que actúan para que también los últimos sean respetados en su dignidad y encuentren acogida y promoción".
Y es que sin despreciar las políticas globales, las inversiones o los planes policiales, sólo un sujeto nuevo, profundamente radicado sobre el terreno, capaz de construir y de educar, podrá sanear el tejido profundo de la convivencia civil. El Santuario de Pompeya, con la red de obras sociales vinculadas a su fecundidad espiritual, es una imagen viviente de esa dinámica que el Papa pretende ilustrar como itinerario de reconstrucción. Allí, en torno a la experiencia de la fe que enseña María, el sencillo pueblo cristiano que afronta cada día el sacrificio de la vida, encuentra la fuerza para perseverar en el bien sin aceptar compromisos. Habría sido más fácil contentar a la platea, pero éste ha sido un servicio de alcance mucho más profundo.