Editorial

Como en Praga hace 50 años

Editorial · Fernando de Haro
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19 marzo 2018
Esta semana se cumplen 50 años de un momento decisivo de la llamada Primavera de Praga. No hubo solo un 68, y el de Praga está algo olvidado. A diferencia del francés, alemán, japonés, estadounidense, italiano o español, el checoslovaco se levantó contra el poder soviético. El 22 de marzo de 1968, Antonin Novotný perdía la presidencia del país, ya en enero había sido sustituido por Alexander Dubcek al frente de la secretaría general del Partido Comunista. A partir del mes de abril, Dubcek puso en marcha el socialismo de rostro humano que incluía un aumento de la libertad de prensa, la libertad de expresión y de circulación.

Esta semana se cumplen 50 años de un momento decisivo de la llamada Primavera de Praga. No hubo solo un 68, y el de Praga está algo olvidado. A diferencia del francés, alemán, japonés, estadounidense, italiano o español, el checoslovaco se levantó contra el poder soviético. El 22 de marzo de 1968, Antonin Novotný perdía la presidencia del país, ya en enero había sido sustituido por Alexander Dubcek al frente de la secretaría general del Partido Comunista. A partir del mes de abril, Dubcek puso en marcha el socialismo de rostro humano que incluía un aumento de la libertad de prensa, la libertad de expresión y de circulación.

Los cambios se producían en un contexto cultural en el que iniciativas como el Club de Escritores Independientes, liderado por Václac Havel, rechazaban lo que luego llamaría “la vida en la mentira”. En agosto de ese año, el sueño de un socialismo abierto era aplastado por la invasión soviética. Havel, en los primeros momentos de la intervención se traslada a Liberec, una ciudad al norte de Praga, y desde una radio todavía libre realiza durante varios días una serie de transmisiones en las que llama a la resistencia. Los llamamientos tienen toda la fuerza de quien sabe que frente a los tanques solo tiene la fuerza de la conciencia, del sujeto. Estamos viviendo una “ocupación inusual (…) pistolas y tanques tienen menos poder que las ideas y las fuerzas éticas de lo humano”, apunta. Y añade: “nuestras armas son más efectivas que sus armas. Y lo que digo no es una exageración. Tenemos nuestra unidad espontánea, nuestra determinación de no renunciar a nuestra visión patriótica y a nuestros ideales morales (…) Dejemos a la inteligencia triunfar sobre la brutalidad, la humanidad sobre la inhumanidad, la solidaridad sobre las órdenes militares, la disciplina de la conciencia sobre la disciplina de las armas”.

En un país bajo el gran poderío militar soviético del momento, emociona imaginarse a Havel, perseguido, afirmar a través de un micrófono la superioridad de la conciencia frente al poder. La Primavera de Praga quizá sea lo mejor del 68. Y lo mejor del 68, con todas sus limitaciones, es su voluntad de afirmar la conciencia como deseo de libertad y de plenitud.

Ahora que se acerca el 50 aniversario del movimiento del que ha surgido buena parte de nuestro mundo de referencia, conviene recordar que no fue solo un fenómeno francés. Y conviene que ni los moralistas ni los optimistas ingenuos reduzcan el valor de la fecha.

Háganse todas las críticas necesarias, señálense todas las limitaciones del 68, por ejemplo, su destructiva relación con la tradición o sus muchas desviaciones. Pero que los moralistas no silencien el deseo de autenticidad, el deseo de “vida en la verdad” que lo animó. Vuelve a ser sofocante, como entonces, el miedo al deseo, la necesidad de adjetivarlo, de encauzarlo. A la cultura laica y al cristianismo moralista les falta esa confianza última en la naturaleza humana que proviene de la mejor tradición católica. El deseo, cualquier deseo, es siempre una expresión religiosa.

Los optimistas ingenuos, ciertos liberales, dirán que tras la caída del Muro de Berlín los tanques han desaparecido y que los discursos sobre el poder han quedado obsoletos. 50 años después el poder ha mutado, los mecanismos de control a través de las tecnologías atribuyen una capacidad de dominio impensable hace cinco décadas, nacionalismo y consumismo, populismo y fake news, por poner solo algunos ejemplos, conspiran con la misma fuerza, o incluso con más, que los tanques soviéticos contra la “disciplina de la conciencia”. Solo la complicidad, o ese cinismo que convierte la vida en algo muy gris, pueden negarlo. Por eso, igual que hace 50 años, más que nunca son necesarios “disidentes” como Havel, capaces de mantener el deseo a flote, capaces de subrayar el poder de una “vida en la verdad”. Si a los moralistas les va bien con sus equilibrios y su “justo término”, haya paz. A nadie se le obliga a secundar el imperativo de lo ilimitado.

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