Coldplay ansía el mundo

Cultura · Lucas de Haro
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27 julio 2022
La gira mundial Music of the Spheres de Coldplay hace algunas paradas este verano en Europa. Foto: Lucas de Haro

Como si se inspirasen en el Elvis de Las Vegas o el Mozart de Salzburgo, la banda se concentra en pocos destinos donde repiten convocatoria, aglutinando así hace algunos días en París a 300.000 almas procedentes de múltiples rincones europeos durante cuatro noches de lleno en el Stade de France.

El martes 19 de julio era la tercera cita francesa, una histórica ola de calor sofocaba las marabuntas de fans que llegaban a chorros al famoso departamento 93, St. Denis las recibía con un cordón policial propio de estado de excepción para evitar que se repitieran los errores de seguridad de la final de la Champions League del pasado mayo. La espera, como siempre sucede en estos macroconciertos, se hace larga. El público se tumba, se hidrata, salta sobre las baterías piezoeléctricas que cargan el show de sostenibilidad…, cerca de la barra se ve a una mujer que lee un libro para aprovechar el tiempo, París c´est toujours Paris -. Los mensajes y vídeos que llenan las pantallas antes y después de la actuación de unos estupendos London Grammar, que hicieron de teloneros, muestran algunos de los vértices que acompañarán la noche e identifican a la banda: conciencia medioambiental y convivencia humana. Ni demasiado mensaje, ni poco compromiso, desde que el hambre en África fuera la causa común de la sociedad avanzada de los 80, siempre hay un polo en el que todos podemos converger con cierta unanimidad, el de nuestro tiempo es el medio ambiente. Los Coldplay ponen el foco en los proyectos de reforestación, agua, agricultura sostenible y comercio justo a los que donarán fondos procedentes de las entradas de esta gira; lo hacen de una manera abrumadoramente sencilla: el concierto no arranca con ningún efecto wow!, ni siquiera con el grupo saludando, dos tipos normales, casi demasiado corrientes –Antoine y Auriane– se dirigen a 75.000 personas para contar esos proyectos y, sin alzar mucho la voz, dicen que van a salir los músicos. A partir de entonces y durante las siguientes dos horas largas nada será normal ni ordinario…

La escaleta abre hacia las 21:30 con Higher Power, Chris Martin no parará de bailar hasta rozada la medianoche y, con él, los confetis, fuegos artificiales y astros celestes no dejarán de circular por el estadio durante todo ese tiempo. Veinticinco temas interpretados en tres escenarios distintos y acompañados por las pulseras blancas que cada uno de los asistentes llevaba en su muñeca. Dejaron de ser blancas en cuanto la música tronó, durante la noche se iluminarían de diferentes colores siguiendo los embrujos del vocalista, y así aparecerían gigantes corazones rojos en las gradas, St. Denis se teñiría de amarillo para cantar Yellow, de verde para Clocks y de un sinfín de combinaciones para acompañar las veinticinco canciones.

Para un fan de Coldplay neófito en sus conciertos, la primera hora trae una sorpresa tras otra, y no necesariamente la espectacularidad del show, sino otras mucho más significativas: la banda es una verdadera banda de rock, su música –que siempre parece envuelta en sintetizadores y efectos– deja sonar los instrumentos primarios con claridad y potencia: Jonny Buckland a la guitarra, Guy Berriman al bajo, Will Champion a la batería y todos, con Martin como concertino, al piano y el teclado. El espectáculo alterna los grandes éxitos con los temas del nuevo álbum, lo que permite mantener un ritmo altísimo durante todo el tiempo. Viva la Vida llega pronto, la sexta, es la única que el público –de alguna manera– estropea, demasiado sabida, demasiado cantada, se trata del manido himno que pertenece a los seguidores más que al grupo. Pero lo que queremos escuchar en un concierto es precisamente al grupo, queremos oír cada canción como aquella primera vez que nos atrapó antes de ponerla repetidamente en el CD o en Spotify para entender qué decía la letra. Y entre las tres primeras, emerge con belleza y fuerza Paradise: When she was just a girl, she expected the world, but it flew away from her reach, so she ran away in her sleep”. Esa niña que ansiaba el mundo entero, y que también podría llamarse Cecilia, crecerá y –con una dicción sin interferencias– Martin nos cuenta que su vida se complicará “Life goes on, it gets so heavy”, pero nunca dejará de soñar con el Paraíso “Dreamed of Para-para-paradise”. Los cuatro británicos que se conocieran como excelentes estudiantes en el University College London se acercan por una pasarela –por la que el líder no dejaría de correr en toda la noche– a un pequeño escenario circular que les adentra en el mar de espectadores. Brilla la banda una vez más, los instrumentos resaltan sobre cualquier adición o efecto musical y visual a pesar de que las pantallas y pulseras no dejen de proyectar e iluminarse al son del tema que corresponda. Tanto es así que vuelven al macro escenario central para tocar un Politik en blanco y negro que suena a descarnado grupo afinado de garaje. Le siguen In My Place y Yellow, para que los de abajo canten “Your skin and bones turn into something beautiful” a la persona por la que siguen bebiendo los vientos. Turno para Human Heart, una composición cuya música no parecería a la altura de otras, pero con una letra que se proyecta en el escenario para desear que nuestro único corazón no huya y no se rompa. Estos temas de Music of the Spheres destacan un cierto anhelo de una humanidad buena y colectiva en el que el cuarteto parece creer firmemente. Martin no deja de repetirlo durante la noche: “Me hacéis confiar en la humanidad”, “Cuidémonos unos a otros” y un espectador le corresponderá más adelante mostrando un cartel que reza: “You and your music make the world a better place”. Con People of the Pride, que resultaría claramente destinada en una dirección precisa “We’ll all be free to fall in love with who we want, and say”, vuelve el rock en blanco y negro que la transforma en una canción protesta contra la invasión de Ucrania y contra cualquier forma de alienación gracias a unas imágenes en las pantallas que bien podrían ilustrar una novela de Orwell.

A los rockeros más puros les cansa el mensaje, quieren que la música sea música y nada más. Sin embargo, las formas y los, afortunadamente, pocos y breves comentarios que hiciera Martin durante el concierto probablemente quisieran expresar algo esencial para su música y es que, aunque quizá sea obvio resaltarlo, en Coldplay hay un gusto por vivir que no es ingenuo.

Antes de pasear hasta el novedoso tercer escenario, situado al fondo del campo, cerca de los que suelen ver poco en estos espectáculos, la banda hace bailar y saltar a un estadio a quien pide guardar sus móviles y dejar de grabar para que disfruten con sus propios ojos, Sky Full of Stars convierte Saint-Denis en el mayor fiestón que se pueda imaginar; el grupo puede estar satisfecho al lograr este buen rollo colectivista que tanto necesitan. En aquel “Escenario C” interpretan una versión en francés de Magic que conquista a los locales, aunque no entiendan muy bien el acento de Exeter.

La vuelta a los escenarios centrales prepara el final de la velada. Humankind y Biutyful inciden en el Colplay más actual. Entre las dos, Fix You, hace que el público coree uno de sus mejores temas, se sabe la letra de memoria, pero parece que quisiera interpretarla con sus propias palabras, con las que cuentan lo que alguna vez te ha pasado. Porque la vida no es sólo pulseras de colores y confeti mientras bailamos, porque muchas veces hacemos de todo para no conseguir nada when you try your best, but you don’t succeed, porque tantas otras alcanzamos lo que ansiamos, pero no lo que verdaderamente necesitamos when you get what you want, but not what you need y nos quedamos atascados o incluso dando pasos hacia atrás stuck in reverse, así que lloramos and the tears come streaming down your face cuando perdemos algo que no recuperaremos, when you lose something you can’t replace, lloras cuando quieres amar y no das una, when you love someone, but it goes to waste, y te preguntas hasta cuándo seguirás metiendo la pata, could it be worse? ¿Y cómo tienen Martin, Buckland, Berryman y Champion la osadía de decirnos que las luces nos guiarán hasta casa lights will guide you home, y que darán calor a nuestros huesos and ignite your bones y que ellos intentarán arreglar el problema que tenemos and I will try to fix you? Así que en algún lugar de una tórrida y memorable noche parisina, los mejores acordes y espectáculo que se puedan ver en el mundo evocaron a aquella mujer de Naím que acababa de perder a su hijo para siempre y oyó decir: “No llores”.

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