Ciencia y misterio: a propósito del tsunami

El análisis de sedimentos de tsunamis previos, ha llevado a algunos expertos a proponer que existió una catástrofe de similar envergadura, en el mismo lugar, en el año 869. Esa "sismología forense" es fruto del conocimiento acumulado tras años de desarrollo científico y tecnológico. Un conocimiento que permite diferenciar entre el deslizamiento relativo de placas tectónicas, y la fragmentación que da lugar a un mero frotamiento. En el primer caso, el tsunami resulta inevitable, como la consecuencia del temblor que agrava en extremo sus destructores efectos. Japón forma parte del llamado "anillo de fuego" en donde se da el 90% de los temblores de envergadura. Impresiona la similitud de la falla Cascadia, en el Pacífico noroeste, con las de los lugares que nos ocupan. Para algunos expertos, el que ocurran acontecimientos similares en el noroeste de Norteamérica es sólo cuestión de tiempo.
Como es sabido, se trata de un terremoto cuya magnitud supera la de todos los precedentes. No es posible prever con exactitud ni antelación suficiente la aparición de esta catástrofe natural, ni la envergadura que vaya a tener, a pesar de la notable precisión de los instrumentos de que disponen los expertos. En todo caso, un desastre natural de este tamaño resulta imposible de atajar, aunque pudiera preverse con precisión. La crisis nuclear añadida ilustra igualmente el que el riesgo cero no existe, ni en los sistemas más previsores. La apuesta nuclear nipona, tan fundamental para su desarrollo económico, concentra en este país la mayor densidad del mundo en capacidad de generación nuclear. La sismicidad del área no fue obstáculo para su instalación.
El mandato bíblico "llenad la tierra y sometedla" se formula en el Génesis tras la creación del hombre y va seguido poco después de la afirmación de que "vio Dios que era bueno". El hombre tiene ante sí la propuesta de continuar la obra de la creación, por algo es la única creatura dotada de racionalidad. Para ello, ha de enfrentarse a dos aspectos aparentemente contrapuestos. Por un lado, su capacidad de aspirar de conocer y, desde ese conocimiento (ciencia), a controlar y transformar la realidad (tecnología). Por otro, la limitación inherente a nuestra condición humana. Podemos encarnar las mayores ambiciones, empeñar los mayores esfuerzos, aspirar a un verdadero progreso. Pero, la conciencia de los límites, la imposibilidad de desbordar lo que establecen las leyes de la naturaleza, no puede dejar de acompañarnos. A estas alturas de la historia nos interpela con más razón e intensidad. Bucear en este misterio es tarea para toda una existencia.
Para muchos de nosotros la búsqueda de sentido es el único proyecto de vida que nos puede acercar a lo verdaderamente esencial y trascendente. Es en nuestro interior, en la conciencia de nuestra finitud, en donde cabe encontrar una respuesta, una apertura a ese afán de infinito. Nuestra existencia ha surgido en este mundo del que cada vez podemos saber más. No es irracional aspirar a ese encuentro con quien lo dote de sentido. No sabemos cuántos seres humanos se habrán preguntado, a propósito del temblor japonés, por el sentido de su existencia, ante el hecho demostrado de que vida puede acabar en un instante o de que la naturaleza nos puede resultar inabarcable. Los cristianos tenemos una propuesta definitiva: la búsqueda interior nos ha de conducir al Otro, al Absoluto el que nos creó por amor. Sabemos de todo ello, pero, sobre todo, sentimos que sólo desde una postura humilde (verídica) se puede alcanzar ese conocimiento. También la humildad, desde la evidencia de nuestra limitación, es consecuencia de una actitud racional.