Cien clavos. Abriendo puertas, abriendo heridas

Cultura · Peio Sánchez
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18 septiembre 2008
La película que parece el testamento en ficción del maestro Ermanno Olmi llega a nuestras pantallas con cierto retraso. El director estuvo en Barcelona en noviembre del año pasado presentándola en la Filmoteca de Cataluña durante el Congreso sobre Teología y Cine organizado por la Facultad de Teología. Se trata de una película sugerente y recomendable para el espectador, una propuesta que ha provocado el debate en Italia y que entre nosotros corre el riesgo de pasar desapercibida.

La trayectoria de Olmi es un ejemplo de buscador incansable. Hijo de un ferroviario fallecido durante la Segunda Guerra Mundial, conoció las dificultades económicas y tuvo que abrirse camino trabajando para industrias Edison. Allí comenzó sus primeros cortometrajes sobre el desarrollo de la industria italiana en la posguerra. El primer éxito internacional le llegó con El empleo (Il posto, 1961). Su obra está marcada por la referencia creyente en películas como el documental sobre Juan XXIII E venne un uomo (1965), la imprescindible El árbol de los zuecos (1977), que ganó la Palma de Oro de Cannes, más adelante en 1982 dirigió Persiguiendo una estrella (Cammina, cammina),  alegoría basada en la historia de los Reyes Magos, luego vino la obra maestra La leyenda del santo bebedor (1988), con la que obtuvo el León de Oro de la Mostra de Venecia, en 1994 dirigió el episodio Génesis: la creación y el diluvio, con el que la RAI participaba en un ambicioso proyecto internacional de adaptación televisiva de la Biblia, y la más reciente El maestro de las armas (2001). También creó una escuela de cine, Ipotesi cinema, donde a pesar de la dificultades y la originalidad del proyecto formó a muchos cineastas italianos y europeos. Afectado por el síndrome de Guillaume-Barre, una enfermedad devastadora para las fibras nerviosas, ha sufrido la limitación y la superación como experiencia espiritual.

Crisis espiritual

Centochiodi (Cien clavos) es una revisión de su propia trayectoria espiritual y supone una relectura de la relación de Dios con el hombre a través de una figura crística, el profesor, que inclinado al sacerdocio, renuncia a su trabajo en la investigación para trasladarse a vivir entre los campesinos a las orillas del río Po. Esta película necesaria intenta volver al referente de Jesucristo para ahondar en la búsqueda espiritual del hombre de hoy.

La intención de Olmi reúne la vertiente biográfica de su propia trayectoria con la vertiente social, que mira a las exigencias que plantea la hora histórica que nos toca vivir. Olmi es un artista marcado por la reflexión profunda, quizás la experiencia de la limitación física le ha colocado de forma más radical en esta tesitura. Se mueve en los parámetros de la búsqueda de Dios abierta a todas las posibilidades y que cada vez más, libre de mediaciones, intenta el encuentro personal, como un amigo con otro amigo.

La trayectoria personal se confunde con las condiciones del momento histórico. La humanidad vive en crisis su propia identidad y su relación con la naturaleza. Así la presencia de la cuestión ecológica, recordada a través las excavadoras, la avioneta fumigadora, las motos ruidosas e invasoras o el nuevo puerto fluvial, señalan la ruptura del ser humano con su medio. Pero a la vez la crisis consigo mismo, la cuestión del sentido, que se manifiesta en la duda existencial del joven profesor que, citando a Karl Jaspers, recitará como despedida a sus alumnos: "quizás sea la locura la solución a nuestra existencia".

Abriendo puertas: la vuelta a Jesús de Nazaret

Olmi piensa que en este momento crucial se ha de volver al Jesús del Evangelio. Pero a diferencia de otros más atrevidos, o quizás incautos, no quiere realizar una representación de Jesús. Propone una figura crística, que se ofrece como una metáfora actualizada de Jesucristo pero que en verdad no es Él. Así "Il professorino" poco a poco es identificado por los otros como "otro Jesús" y él mismo gusta de repetir sus palabras. Se trata de una vieja estratagema literaria que ya empleo Fiódor Dostoievsky en su príncipe Mishkin.

Este alter Iesus se caracteriza por su vuelta a la vida sencilla y pobre, por su fidelidad a la amistad cercana e inclusiva, por su admiración y reconocimiento de la mujer como garante de la inocencia y la bondad, por su denuncia de la injusticia, por el cuidado de la naturaleza y por su disponibilidad al sacrificio por los amigos. La casa y la mesa serán las realizaciones de esa nueva fraternidad donde el vino, la música y los sencillos son los ingredientes principales. No es extraño así que aparezcan textualmente las bodas de Caná y la parábola del hijo pródigo como confirmaciones evangélicas.

Este nuevo Jesús parece buscar a un Dios que permanece en silencio y que únicamente se manifiesta en un río que discurre como referente de vida y sentido, o en un cielo que en ocasiones se nubla para mostrar su enfado o en otras brilla sereno para indicar su presencia.

Abriendo heridas: la razón, la iglesia y las religiones

Olmi viene con tres heridas no cicatrizadas. La primera es la razón que se ha olvidado del ser humano. El gesto de crucificar los libros se presenta como profético en un mundo donde el saber se ha vendido al dinero. La destrucción de los libros se presenta para las autoridades como más esencial que la masacre de las personas. El negocio ha sustituido a la búsqueda del bien. Esta crítica a la modernidad es sugerente aunque incompleta. Como corrige la frase inicial, "los libros, aunque necesarios, nunca hablan solos", romper con la razón también puede hacer más difícil el diálogo y el encuentro, algo que sin duda está en el centro de la preocupación de Olmi.

La segunda herida es la iglesia que se ha olvidado del Evangelio y que ha echado a Jesús. Nuevamente una intuición puntual se convierte en global, el viejo sacerdote bibliotecario es presentado como figura de una iglesia que ha abandonado al hombre comerciando con la espiritualidad y cerrándose en sí misma. El último encuentro con el profesor quiere indicar hasta qué punto esa iglesia está lejos de Jesús: "ya no eres digno de este lugar", dirá el anciano eclesiástico a la figura crística de Olmi. El extremo al que el cineasta ha llevado esta crítica tiene el riesgo de alejarle del Jesús al que deseaba encontrar, algo que se detecta en cierto sabor de nostalgia que marca la película. ¿Cómo no recordar al buen Don Carlo de El árbol de los zuecos o al final eclesial de La leyenda del santo bebedor?

La última herida es un ajuste brutal, directo y radical contra todas las religiones que han querido ofrecer vida eterna pero al final, más que salvación, han ocasionado sufrimiento. En este sentido Olmi presenta a su Jesús como crítico con todas las religiones, especialmente en su aspecto institucional. Nuevamente la crítica necesaria invade y anula la verdad imprescindible. Olmi, el hombre de fe, que ha querido romper con todo lo religioso como oscuro y deshumanizador. Aquí emerge nuevamente el artista paradójico que busca pero no termina de encontrar.

La dificultad de decir de Dios únicamente desde el ajuste crítico

Creo que en esta ocasión Olmi ha caído en un ajuste de cuentas con la historia/su historia que corre el riesgo de desdibujar la fe. Ciertamente que el final es abierto: los niños han visto en la orilla al profesor. También en las imágenes finales, ya durante los títulos de crédito alguien toma una barca que avanza por el río hacia el horizonte, ¿se trata acaso del alter Iesus? Sin embargo, el cartero concluye rotundamente: "Noche tras noche, del que todos llamaban Jesucristo nunca más se supo".

Esta ausencia, como tanta veces en los cineastas, busca una presencia, aunque desde el punto de vista comunicativo no basta. Olmi incurre en contradicción cuando, amigo de gente de Iglesia, nos decía que cuando muera y llegue ante el Dios en que cree le gustaría no tanto rezar una oración como recitar el nombre de sus amigos. También sabemos que en las paradojas se fragua la experiencia profunda, y que de ella emergen formas de mostrar a Dios.

Aunque no deja de preocuparnos, porque es frecuente que entre creyentes y no creyentes, que a la vez que se abren puertas también se abren, supurando, las heridas. Esperemos que lleguen días en que se abran puertas y se cierren las heridas. Algo que sin duda nos ayudará a todos a creer en el ser humano y así decir mejor de Dios. En cualquier caso, gracias Olmi, por seguir intentándolo. Ya nos gustaría tener entre nosotros cineastas con los que poder dialogar así.

Mn. Peio Sánchez es director del Departamento de Cine del Arzobispado de Barcelona y vicepresidente de Signis España

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