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China: una pequeña gran grieta en la esfera

Editorial · Fernando de Haro
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23 septiembre 2018
Se equivocan los que critican el acuerdo de Pekín con el Vaticano al estimar que Roma ha cedido demasiado. Es justo lo contrario: una victoria en toda regla en el corazón del nuevo emperador. La China que ha firmado con la Santa Sede un acuerdo para la designación de los obispos es una China abiertamente expansiva. Xi Jinping ha hecho de ella un imperio que no se esconde, ha recuperado el control absoluto del partido y del Gobierno como lo tenía Mao. Y el presidente plenipotenciario ya no oculta sus intenciones de una hegemonía mundial, como sí la ocultaron sus predecesores.

Se equivocan los que critican el acuerdo de Pekín con el Vaticano al estimar que Roma ha cedido demasiado. Es justo lo contrario: una victoria en toda regla en el corazón del nuevo emperador. La China que ha firmado con la Santa Sede un acuerdo para la designación de los obispos es una China abiertamente expansiva. Xi Jinping ha hecho de ella un imperio que no se esconde, ha recuperado el control absoluto del partido y del Gobierno como lo tenía Mao. Y el presidente plenipotenciario ya no oculta sus intenciones de una hegemonía mundial, como sí la ocultaron sus predecesores.

Los errores de Trump con la guerra comercial, su aislacionismo en Asia, el modo en el que ha negociado con Corea del Norte y su enfrentamiento con todos sus posibles socios están allanándole el camino a Xi. La expansión a través del Golfo de Malaca y el control de cabezas de puente como el puerto del Pireo en Grecia están permitiendo hacer realidad una Nueva Ruta de la Seda que llega hasta América Latina. La nueva China por fin ha dejado de ser una potencia solo terrestre, ha realizado su sueño de dominar también los mares.

La expansión exterior está acompañada de un creciente nacionalismo que le da a Xi apoyo popular. Buena parte de la opinión pública china, si es que cabe utilizar esa expresión, se siente orgullosa de los sistemas de control de un Estado que lo filma todo, lo graba todo, lo controla todo con una inteligencia artificial muy potente. El consumo y la posibilidad de hacer dinero se encargan de sumar a lo peor del comunismo lo peor del capitalismo.

¿Cómo es posible que esta China haya firmado un acuerdo con el Papa de Roma (que no tiene legiones ni dinero) para aceptar alguna forma de soberanía externa en la designación de los líderes de la comunidad católica (obispos)? Mucho antes de que el comunismo llegase al país, China se concebía ya como una esfera cerrada. La mentalidad de un Imperio milenario, en la que el marxismo no modifica los resortes más profundos, concibe el poder como algo autosuficiente. La Ciudad Prohibida no es solo el palacio del emperador, en todo el país, en su conjunto está vetado tener referencias externas. El emperador es el principio y el fin. Por eso es tan relevante que, para el nombramiento de obispos, Xi reconozca que hay algo fuera de él. Hay algo fuera de la esfera y se llama Papa de Roma.

El acuerdo con la Santa Sede es provisional. Y Pekín lo incumplirá, lo incumplirá quizás una de cada dos veces, una de cada cuatro. Siempre es así, porque nada en China es lineal, porque nada está sometido al principio de no contradicción. China dirá que el acuerdo sigue vigente y probablemente volverá a designar obispos no autorizados por el Papa. No importa.

Lo verdaderamente relevante es que la esfera de la Ciudad Prohibida se ha abierto por la fe y la fidelidad de los sencillos. Hace 50 años Mao creó la Asociación Patriótica con el propósito de fundar una Iglesia nacional china sometida al Partido Comunista. La Asociación Patriótica elegía qué sacerdotes debían ser obispos en consagraciones ilícitas por no haber sido decididas por la Santa Sede. Los que no quisieron aceptar los nombramientos de obispos ilícitos (pero válidos) hicieron una vida de catacumbas en la llamada Iglesia subterránea. El testimonio de muchos de sus mártires, de muchos de sus obispos torturados, encarcelados durante décadas en campos de trabajo por su fidelidad a Roma es un tesoro del que viviremos mucho tiempo. Lo sorprendente es que después de la gran persecución, después del terror impuesto por la Banda de los Cuatro, cuando llegó la apertura de Den Xiaoping, se descubrió que la inmensa mayoría de los obispos que habían sido nombrados sin el consentimiento del Papa seguían siendo fieles a Roma. En el cambio de siglo prácticamente todos los obispos eran realmente romanos aunque hubieran sido ordenados siguiendo las directrices de la Asociación Patriótica. El hecho de que el Papa Francisco haya puesto en los últimos meses a varios obispos anteriormente ilegítimos (al nombrarlos el Papa los ha legitimado) al frente de diócesis que tenían obispos legítimos acredita el fracaso del Partido Comunista. No hay una Iglesia cismática. Ya solo quedan siete obispos ilegítimos (ordenados sin el consentimiento de Roma) no legitimados de algún modo.

No hay una Iglesia cismática. En China no hay dos iglesias. Hubo unos obispos que dieron y dan un testimonio profético por no aceptar la pretensión de control del Partido y otros que, para garantizar la continuidad de los sacramentos y la visibilidad de la fe, aceptaron las imposiciones que les venían del poder. Pero el tiempo ha dejado claro que todos eran y son verdaderamente católicos. Persisten, es cierto, diferentes sensibilidades, incomprensiones e incluso enfrentamientos, entre la cada vez más minoritaria Iglesia subterránea y la llamada Iglesia oficial. Pero en la práctica la vida ha borrado muchas diferencias. La vida en China en su mayoría es urbana y los fieles católicos (10-15 millones) no encuentran más sacramentos que los administrados por la Iglesia oficial. La Asociación Patriótica controla teóricamente los grandes seminarios como el Seminario Nacional de Pekín, pero es un control que no afecta a cuestiones esenciales de la fe y que no impide a los futuros sacerdotes transmitir íntegramente la experiencia cristiana. A pesar de los esfuerzos por “chinizar” el catolicismo, el último es una ley del pasado mes de febrero que recrudece los controles, el catolicismo chino ha seguido siendo católico y romano.

China es un imperio, un imperio como los antiguos, en el que el emperador es la última instancia política y religiosa. Los católicos chinos seguirán sin tener una libertad religiosa plena como la que se disfruta en Occidente. Pero la fidelidad de los sencillos ha abierto una nueva grieta en la esfera: se ha dado un paso, el tiempo dirá de qué tamaño, en un terreno imposible.

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