Chesterton, un columnista alegre e ingenioso

Cultura · Antonio R. Rubio Plo
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2 marzo 2020
The Illustrated London News fue una revista semanal británica que aparecía todos los sábados entre 1843 y 1971, y tenía además difusión en EEUU. Durante más de treinta años, Gilbert Keith Chesterton escribió una columna en el semanario sobre los temas más dispares, y siempre al hilo de la actualidad. El Club Chesterton de la Universidad CEU San Pablo y Ediciones Encuentro se han propuesto dar a conocer a los lectores en español esta monumental producción, en la confianza de que las reflexiones de este artista de la palabra, pródigo en paradojas y retruécanos, sirvan de inspiración a quienes viven en un mundo no mucho más complejo del que conoció Chesterton.

The Illustrated London News fue una revista semanal británica que aparecía todos los sábados entre 1843 y 1971, y tenía además difusión en EEUU. Durante más de treinta años, Gilbert Keith Chesterton escribió una columna en el semanario sobre los temas más dispares, y siempre al hilo de la actualidad. El Club Chesterton de la Universidad CEU San Pablo y Ediciones Encuentro se han propuesto dar a conocer a los lectores en español esta monumental producción, en la confianza de que las reflexiones de este artista de la palabra, pródigo en paradojas y retruécanos, sirvan de inspiración a quienes viven en un mundo no mucho más complejo del que conoció Chesterton.

Vegetarianos, imperialistas y otras plagas es el título de la recopilación de artículos correspondiente a 1907. Hay dos maneras de abordar el libro, no incompatibles entre sí. Una, situar los artículos en el contexto de su época, y otra, buscar en él argumentos válidos para el mundo de hoy. En mi opinión, no se puede separar una de la otra. Al leer este libro me imagino la pequeña y alegre Inglaterra de Chesterton, la del Londres cosmopolita y la de las hosterías de la campiña inglesa. La Inglaterra eduardiana sigue confiada en su poder e influencia universales, pero al mismo tiempo vive un cierto provincianismo que en el fondo es una extraña confianza en que su sistema político y organización socio-económica le protegerán de todas las tormentas interiores y exteriores. Un joven escritor de treinta y tres años recorre Fleet Street, entonces la calle de la prensa londinense, contempla la cúpula de San Pablo a lo lejos y alimenta su inspiración literaria en las tabernas cercanas. Es un hombre feliz y optimista, aunque no es todavía el hombre que construirá su hogar definitivo, con su esposa Frances, en Beaconsfield, no lejos del tren de cercanías que le llevará casi a diario a Londres. Ese Chesterton será un hombre un tanto más sosegado, sin por ello dejar de manifestar su espíritu libre y combativo.

No ha escrito todavía Ortodoxia, publicada en 1908, pero esa obra viene anunciada en algunos de estos artículos. Por ejemplo, cuando anuncia que, si el hombre no es divino, es una enfermedad. No ha escrito todavía elogios sobre los cuentos de hadas ni El hombre eterno, pero es capaz de relacionar a Cenicienta con ese pasaje del Magnificat que dice que Dios derribó a los poderosos y enalteció a los humildes. Ha escrito pocos ensayos sobre escritores británicos, con excepción de Robert Browning y Charles Dickens, pero ya sabe distinguir entre la religión de Shakespeare, a quien presupone católico, y la de Milton, puritano recalcitrante. No ha alcanzado su máxima expresión como maestro de la paradoja, pero sabe retorcer los argumentos, en apariencia lógicos, de quienes consideran Tom Jones de Henry Fielding como una obra inmoral. Ya nos anuncia en estos artículos de 1907 que no hay que tomarse las cosas por la tremenda, y lo hace, sin ir más lejos, con aquellos apóstoles de lo políticamente correcto del momento, los que pidieron la suspensión de las representaciones de la opereta El Mikado, por constituir una ofensa al Imperio japonés. Chesterton les recuerda la tradición satírica de tantas obras literarias, ambientadas en lugares exóticos, y que solo pretenden criticar la sociedad en la que viven sus autores. No la cita nuestro escritor, si bien es lo que hizo, por ejemplo, Montesquieu en sus Cartas persas.

Estos y otros precedentes se podrían sacar de las páginas de este libro, pero además se pueden extraer reflexiones algo más intemporales, aunque las anteriores lo son. Veamos algunas  de ellas: Chesterton arremete contra los abusos del estilo indirecto en el periodismo; desconfía de los libros que ayudan a tener éxito y convertirse en millonario; no cree que todos los distinguidos por el rey con el título de caballero sean continuadores de la tradición caballeresca; no cae en el recurso fácil de asociar las victorias deportivas al patriotismo; y le gustaría que la democracia parlamentaria fuera un auténtico foro de debate, comenzando por el parlamento, y no se redujera a marcar en una casilla los candidatos propuestos por los comités de los partidos. El Chesterton de los artículos de esta obra es un hombre que solo pretende, nada más y nada menos, poner las cosas en su sitio

¿Qué pensaría hoy Chesterton, de tantos asuntos? ¿Estaría a favor del Brexit? Puede que estuviera a favor, pues no terminaban de gustarle los franceses, en especial los de la Tercera República laicista y anticlerical, pero tampoco le agradaba el imperialismo, y uno de los principales problemas del Brexit es que muchos de sus partidarios tienen nostalgia del Imperio.

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