Chesterton, fustigador de incoherencias
Para muchos un escrito, como los de Chesterton en aquella publicación, podía ser un pasatiempo para el desayuno en un fin de semana, pues el semanario se publicaba los sábados. Para otros, en cambio, resultaría una llamada de atención en su propia vida o en sus proyectos, e incluso podrían descubrir que algo iba mal en sus planteamientos. Es lo que le sucedió a Gandhi con la lectura de El movimiento nacionalista indio, publicado el 2 de octubre de 1909. No abundaba el artículo en detalles históricos o en crónica política de actualidad. Bastaba con esta afirmación que podía ser demoledora: “La principal debilidad del nacionalismo indio parece ser que no es muy indio y que no es muy nacional”. Una paradoja no sustentada en una frase ingeniosa sino en la verdad de que ese nacionalismo debía más a la influencia de un pensador inglés, el sociólogo Herbert Spencer, con toda su carga de deísmo, positivismo y darwinismo social, que a las tradiciones indias. Chesterton se limitó a recordar que Spencer no era indio, ni tampoco su sociología. Seguirle en sus teorías era apostar por un progresismo nivelador, que no tenía en cuenta las peculiaridades culturales. A Chesterton solo le hubiera faltado citar a Marx, que elogió el colonialismo británico en la India como una etapa necesaria en el advenimiento del progreso universal. Pero Gandhi debió de tomar buena nota del artículo para no dejarse llevar por el criterio apenas cuestionado de que bastaba imitar las instituciones del país colonizador para construir un estado democrático. Bien podía haber añadido Chesterton a su escrito otra de sus reflexiones contenidas en sus artículos de 1909: “El pasado es democrático porque es la gente. El futuro es despótico porque es un capricho”. Lo que equivale a decir que toda teoría alejada de las raíces y las realidades del ser humano no deja de ser una construcción artificial, un pretexto para la arbitrariedad del poder.
La riqueza y variedad de los temas tratados por Chesterton supera la capacidad de cualquier reseña o análisis. Aquí solo se citan unas pocas muestras que invitan al lector a descubrir otras muchas en el pequeño y gran universo chestertoniano. Sin embargo, existe una nítida conclusión: Chesterton no se dejó llevar nunca por lugares comunes ni por modas con inexorable fecha de caducidad. Tampoco le gustaban las teorías que forzaban la realidad para aparecer como originales. En uno de estos artículos arremete contra la idea de un Dickens socialista, porque no hay nada más opuesto al colectivismo socialista que un escritor compasivo retratista de la gente, no solo de los pobres sino también de personas extravagantes como Mr. Pickwick. En otros artículos nuestro escritor desenmascara la incoherencia de las modas y lo hace siempre con un sentido del humor que da que pensar, aunque difícilmente convencerá a los partidarios de esas modas, pues no suelen preocuparles las incoherencias al estar convencidos de que ellos están siguiendo la marcha inexorable del progreso. Por ejemplo, en la Inglaterra de Chesterton estaba muy de moda el espiritismo. Pero nuestro autor no lo veía de ninguna utilidad. No se evocaba a las grandes personalidades de la historia para aconsejar sobre las dificultades del presente, sino que todo se limitaba a evocar espíritus que hablaban lenguas extrañas e indescifrables. En aquel tiempo también se puso de moda el vegetarianismo, y Chesterton, que se consideraba a sí mismo vegetariano entre horas, subraya en otro artículo la contradicción de que al vegetariano le gustaría sustituir la carne por alimentos vegetales que se parecieran, incluso en el sabor, a la carne. Ese deseo se ha hecho realidad en nuestros días.
Chesterton era un escritor dotado de sensibilidad para descubrir la poesía de la vida diaria, lo que también le llevó a escribir poemas, y esa sensibilidad se sentía incómoda con una existencia limitada a lo superficial. Por eso no le gustaban ciertos ismos como el sentimentalismo, el esteticismo o el puritanismo. Muchos de ellos perviven en los clichés de lo políticamente correcto. En nuestro tiempo nuestro escritor se habría enfrentado a ellos con sus habituales armas de la sátira y la paradoja, aunque posiblemente muchos de sus adversarios no le hubieran comprendido por estar muy anclados en sus posiciones dogmáticas, unos dogmas mucho más rígidos que en la época de Chesterton porque el emotivismo pesa hoy más que cualquier atisbo de racionalidad. Y esto es un terreno completamente abonado para las incoherencias, que el escritor nunca dejó de resaltar con todo su ingenio y sentido común.