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Chacras para lo humano

Editorial · Fernando de Haro, Lima
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15 abril 2018
Cerro Esmeralda, en Lima, está a menos de una hora en carro del centro de la ciudad donde se celebra la VIII Conferencia de las Américas. Pero parece que un abismo separa el barrio de Huachipa del Gran Teatro Nacional, en San Borja, donde las calles están bien asfaltadas y limpias. En el Cerro Esmeralda la tierra tiene color arcilla, la arcilla que sirve para hacer ladrillos y que ha dado de comer ya a varias generaciones desde que llegaron los primeros desde el Perú más pobre hasta este asentamiento informal donde han sido tanto o más pobres de lo que lo eran antes.

Cerro Esmeralda, en Lima, está a menos de una hora en carro del centro de la ciudad donde se celebra la VIII Conferencia de las Américas. Pero parece que un abismo separa el barrio de Huachipa del Gran Teatro Nacional, en San Borja, donde las calles están bien asfaltadas y limpias. En el Cerro Esmeralda la tierra tiene color arcilla, la arcilla que sirve para hacer ladrillos y que ha dado de comer ya a varias generaciones desde que llegaron los primeros desde el Perú más pobre hasta este asentamiento informal donde han sido tanto o más pobres de lo que lo eran antes. La tierra de Cerro Esmeralda es polvo porque rara vez cae la garua, la lluvia escasa de Lima que moja poco. Y el polvo es duro, como la vida en el cerro. Los jóvenes se juntan pronto, que no se casan. Las chicas se suelen quedar embarazadas antes de los 17 años y se unen a los padres de sus hijos sin que muchas veces haya amor. Las parejas no suelen compartir lo poco que tienen y los hombres a menudo se buscan a otra mujer. Los jóvenes padres trabajan haciendo ladrillos, de taxistas, vendiendo algo en los mercados de la ciudad. No les gusta que las jóvenes madres estén fuera de casa. A menudo hay violencia doméstica y mucho alcohol para acompañar la miseria. Y los niños en Cerro Esmeralda crecen sin afecto. Al volver a casa desde el colegio no hay ni tiempo ni sitio ni ganas para estudiar. Y sin estudiar no hay futuro.

No hay mucho verde en los ojos de los niños de Cerro Esmeralda porque el polvo lo llena todo. Las chacras, los pequeños campos de cultivo que se abastecían del agua del río, se han ido abandonado. La fiebre del ladrillo lo llenó todo, cambió el terreno. El superciclo de las materias primas que, gracias a la explotación de la minería, dejó tasas de crecimiento en Perú del 7% anual provocó una intensa actividad ladrillera en Huachipa. Pero la lluvia de millones que cayó entre 2003 y 2013 en una buena parte de América Latina sorprendió a muchas zonas sin capacidad ni voluntad de diversificar económicamente, sin instituciones democráticas consolidadas, sin buena gobernanza como la llaman ahora. Y se acabó el dinero, ya no hay garua de millones, y muchas cosas han seguido igual en Huachipa.

En Cerro Esmeralda no se habla mucho de la Cumbre de las Américas a la que no ha venido Trump, en la que se ha aislado a Maduro y en la que se han buscado medidas contra la corrupción. Una cumbre para hablar de la corrupción cuando se acaba de meter en prisión a Lula y cuando el expresidente peruano que la preparó, Kuczynski, se ha visto obligado a dimitir por el caso Odebrecht, el megacaso de política sucia que afecta a toda la región. La VIII Cumbre de las Américas deja claro que el desarrollo no es solo cuestión de dinero. Las cosas hubieran sido de otro modo en Huachipa desde hace años si los alcaldes hubieran sido honestos, si no hubieran intentado hacerse con la buena voluntad de los líderes de las comunidades a cambio de poco. Y habría, seguro, agua corriente y saneamiento. Y los vecinos de Huachipa y de Cerro Esmeralda no tendrían que gastar tanta plata como gastan acá para pagar servicios básicos.

Pero ni siquiera la buena política hubiera sido suficiente para recuperar el verde que no ven los ojos de los niños de Cerro Esmeralda. Hace falta alguien que los quiera bien, los acompañe, los eduque. Y eso es lo que le pasó a Noelia, una hija de padres adolescentes de Cerro Esmeralda. Bajo el cerro hay un pequeño trozo de terreno sobre el que crece una hierba recia. En torno a ese pedacito de verdura se levantan y funcionan desde finales de los años 90, gracias a la ONG CESAL, un centro de atención infantil para niños menores de 6 años, un centro de apoyo educativo para adolescentes y un centro de formación laboral. Noelia bajó desde chiquita desde el cerro al centro infantil y después al centro de apoyo educativo. Junto a la hierba recia aprendió que había algo más que el polvo de los palos y del alcohol que veía en casa. Querida, aprendió a estudiar. Hace unos días Noelia consiguió graduarse en hostelería. Algunas de sus amigas siguen los cursos de cocina y de costura que se imparten muy cerca de donde ella encontró una segunda familia. Varias han creado una pequeña empresa. Ni Noelia ni sus amigas aceptarán ahora que un hombre les ponga la mano encima y las someta porque cuando te han estimado de verdad ya no hay vuelta atrás. Los ojos de Noelia que han visto el verde bajo Cerro Esmeralda explican lo que necesita Perú y toda América: chacras donde se cultive lo humano.

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