Católicos y política: una valoración del Gobierno de Berlusconi

Mundo · Giorgio Vittadini
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20 mayo 2008
A propósito de la composición del nuevo Gobierno de Berlusconi, muchos medios de comunicación, de una forma extrañamente transversal, han desencadenado un debate sobre la marginación de los católicos. ¿Qué se puede compartir y qué no en esta polémica? Para responder puede servir una entrevista a don Luigi Giussani, publicada por primera vez en La Stampa el 4 de enero de 1996 e incluida en el libro El yo, el poder y las obras. El periodista pregunta a don Giussani: "¿Usted se sentiría más seguro con un cristiano en el Gobierno?". A lo que responde: "No. El problema es la sincera dedicación al bien común y una competencia real y adecuada. Se puede ser un cristiano cuya honestidad y competencia dejen lugar a dudas. Prefiero que no sea así".

La respuesta de don Giussani nos sugiere que una defensa de la presencia católica en política puede quedarse simplemente en un intento de conseguir la hegemonía con contenidos fundamentalmente "no católicos". Basta recordar cuando, desde los años 50 en adelante, algunos exponentes de la Democracia Cristiana, vencedores, se alejaron progresivamente de la concepción subsidiaria de la política, dirigida a la defensa y al desarrollo de las realidades sociales y económicas de base, entonces defendida por De Gasperi y Sturzo. Tenían la idea equivocada de que bastaba con que ellos, católicos, gestionaran el Estado para que el estatalismo se hiciera "bueno". Tal concepción, como se vio al final del último gobierno, está en el origen de gran parte de los males actuales de Italia. Por eso, una presencia de católicos en los órganos de gobierno es útil y necesaria sólo si sirve para reclamar la defensa de la vida, una subsidiariedad realizada en el marco de la solidaridad, la libertad de educación en una escuela competitiva, la libertad de elección de un bienestar eficiente.

Quien se declara preocupado por la escasa presencia católica en las instituciones debería apremiar al Gobierno con estos temas, como hace por ejemplo el manifiesto decálogo de la Región de Lombardía. Pero nos equivocamos, como católicos, si nos contentamos en política con tener un Gobierno que se inspira abstractamente en valores cristianos. Como decía don Giussani en dicha entrevista, para un cristiano el objetivo último de la historia es "la construcción, en la propia historia, de la gloria humana de Cristo a través, no de una hegemonía buscada a toda costa, sino de la potencia misteriosa de Dios". Pasar de la hegemonía a la presencia y al testimonio, en la vida personal y social, para experimentar pronto una novedad de vida: éste es el paso que se nos pide a cada uno de nosotros. Eso es lo que permitiría que, en el tiempo que sea necesario, nuestro ser cristianos sea para nosotros mismo, para la vida del pueblo y para el poder el prólogo de un cambio duradero.

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