Cataluña y sus circunstancias
Cataluña es una región gobernada por una élite política que persigue su propio ideal de felicidad. No es la excepción en la España de las Autonomías, de sus nacionalidades y regiones. Esta élite ya está separada de facto de los agobios cotidianos de sus vecinos, y de la sociedad global en la que vivimos. En Cataluña y en Lugo.
Me pregunto si los gobernantes nacionalistas conservadores –todo conservador, incluso del PP, tiende en el estado autonómico al nacionalismo- situados del lado del dinero, en unión a los anti institucionalistas, populistas e izquierdistas, del lado de las ganas, en el caso de que alcancen su arcadia feliz de la secesión de España, serán capaces de construir un país, en vez de destruir sus ricas tradiciones seculares y, con ellas, la convivencia entre vecinos y hermanos (capital social acumulado), por efecto del odio, el rencor, la discriminación y la discordia, porque de eso habrá y mucho.
Me pregunto si Cataluña por libre (que no es una Cataluña libre) habrá vivido más (en España) de lo que le pueda quedar que vivir (por su cuenta). Me pregunto si habrá versiones cartageneras, jienenses, alicantinas o salmantinas, de lo que acontece en País Vasco y Cataluña.
Opino que es muy dudoso que los políticos separatistas puedan liderar una convivencia en paz y justa en forma de estado, ni que Cataluña perviva en forma de pueblo. De hecho, ninguna región puede hacerlo cuando todo lo juega a la carta de la ideología de la separación sin causa justa. Realmente, ninguna ideología va a traer la unidad, pues sólo cuando se produzca el reconocimiento hacia el otro, vecino, como de gran valor para mí y la comunidad, cabe pensar en el milagro de la unidad armoniosa de un pueblo, y la existencia de un estado justo.
Al igual que en el futuro España pervivirá en la Unión Europea como un estado de una unión federal o confederal, pues la unidad es un bien absolutamente mayor, y por existir un poso común europeo a todas sus naciones (Ortega), las regiones españolas perviven con sus tradiciones, lenguas, cultura e idiosincrasia en la unidad de España, pues España es precisamente la amalgama de todo eso, puesta a andar en el tiempo. Siendo como dice Ortega el estado un movimiento, un puro dinamismo, el estado español, capaz de haber hecho convivir durante 40 años a 47 millones de españoles en paz y libertad, su impulso lo dirige ahora hacia Europa, el futuro. Cataluña, cuyo poso común es español, como el de Galicia o Madrid, busca el vector contrario de la historia.
En el plano geopolítico, ni la OTAN ni la Unión Europea van a permitir un estado nuevo, que pueda ceder sus puertos a Rusia o China. África es el nuevo campo de batalla de los intereses mundiales. De hecho, la ONU ha establecido en Valencia su cuartel general para el seguimiento de sus misiones de paz en África, y EE.UU. ha desplegado a sus marines en Morón de la Frontera y en Rota. También es poco probable que el resto de España quedara impasible.
En el plano geoeconómico, Cataluña perdería autonomía, en vez de ganarla, al depender únicamente de Frankfurt y del euro (sería una economía “dolarizada” pero en euros). Con la seria competencia de Londres tras el Brexit como plaza financiera de referencia, es difícil que pudiera competir como paraíso fiscal. La quiebra de La Caixa, la no repatriación de capitales, los aranceles para exportar a la Unión Europea, la quiebra técnica de un estado sin crédito en los mercados internacionales –salvo que como alguna nación africana sucumba al poder los yuanes–… son otros ejemplos de lo que podría pasar.
En el plano social, a Cataluña la separación le va pillar en calzones. A la burguesía, dando paseos idílicos por Puigcerdá y esquiando en Baqueira en plan Sonrisas y Lágrimas, le expropiarían hasta esos calzones. A las “chonis poligoneras” de Pujol, les pillaría bailando y puestas hasta arriba de pastillas en sus Seats León, las reeducarían o expulsarían, lo que les vendría a dar lo mismo, tanto a unos como a otras.
España sabe mucho de Rizales, Bolívares, Sanmartines y Morelos. Está por ver que Cataluña tenga su héroe. Ya habría despuntado. Rufián (proyecto de estadista) no tiene mimbres. Para él ser diputado del Reino de España es como ser sexador de pollos o catador de melones en el Reino de Campanilla. O sea, que no ha encontrado su papel. Igual lo vemos liderando bandera en mano un abordaje a un crucero que fondee en la Barceloneta, que pidiendo un buen whiskey en la cantina del Congreso como si fuera un malo de Western. A saber.
Es sorprendente que la región que comenzó a ser española y europea por Ampurias y Rosas, gracias a los griegos, es la que quiera expulsar a Grecia y a Roma, y, vista la propuesta de cerrar la Catedral de Barcelona, también a Cristo, de su historia. Es una huida al no ser.
Piensan, como a lo Larra, que Cataluña no es España y que está unida a ella por las circunstancias, entre las que cabrá encontrar la geografía. Omiten que fueron los primeros “hispanii” para los monarcas carolingios. La Marca Hispánica. El sello de Europa. Son ellos y sus circunstancias, según ellos.
Pero lo que acontece en la sociedad catalana no es un proceso separatista al uso, sino que es un proceso psicológico con ensoñaciones políticas. Es el mundo de la Campanilla de Rufián. La unión de un inexplicable surrealismo fascista con el diván de Freud. Un proceso colectivo alucinógeno. Es el estado psicológico catalán, que es una realidad absoluta, para sus locos, que pierden su condición de ciudadanos por la de pacientes.
Encerrados en el idioma, pues la raza quedaba para el racista de Sabino Arana, y en una geografía, aspiran a su estado nacional. No saben que España es precisamente la superación de su propia geografía, idiomas y sangres originales. Como dijo Ortega, idioma y sangre son resultado de una previa unidad, su efecto, y no su causa, por paradójico que parezca. Que Castilla murió hacia el sur, mientras España nacía, cuando Aragón y los condados catalanes también fenecían. ¿Acaso no perdió España América cuando no supo darle un programa de futuro? ¿Es esto lo que piden? ¿Y se lo podrán dar ellos, caminando hacia el pasado?
Por las noches duermo entre una copia facsímil de dos libros medievales. Uno de la Virgen, otro del juramento de Alfonso V ante los Consellers de Barcelona, de los Usatges de Cataluña. Salvo esto y mi segundo apellido catalán de mi tatarabuelo, que era de Vic, nada me une a esta bella región bañada por el mediterráneo. Pero la reconozco como propia, más allá del sentimiento, hay un juicio de razonabilidad en esta pertenencia. La historia, la cultura, suman, pues sin ideas ni cultura no hay argamasa que una a los países (Luis Ventoso), pero hay algo más. La reverencia del rey aragonés a esas leyes viejas, libertades para los barceloneses, son parte de mi patrimonio. Del de España. El ejemplo de los catalanes amando sus antiguas tradiciones y fueros es un ejemplo, pues otras regiones las perdieron, pienso que para bien, pero también sé reconocer el valor del que ama lo suyo. Del que sabe amar. Pues si sabe amar, más podrá amar a una persona que, como él, desciende del mismo proceso histórico que es España.
Ese amor por su pasado idealizado de manera patológica les ha llevado recientemente a socavar el pilar de toda democracia, que es acaso el eslabón más débil. Citando a Ortega: “la salud de las democracias, cualesquiera que sea su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico”, que bien sabrán los seguidores de la serie norteamericana de política House of Cards o Scandal. “El procedimiento electoral”. Y otro de mi cosecha, propprio marte, la forma de hacer las leyes.
Cuando se ponen las instituciones al servicio de la ideología y no al servicio del hombre, como ha sucedido al modificar el parlamento autonómico la forma de aprobar las leyes, deviene el estado totalitario. Aletargados los catalanes por el consumo o el verano, se adentran en la pesadilla del conflicto civil.
Cuando mi padre, militar, se puso de parte del Rey y de la Constitución en el golpe de 1981 lo hizo pensando en mí y mi hermana, dejado de lado sus ideales joseantonianos. Pienso que gracias a ese gesto soy más libre. Creo que en Cataluña muchas personas normales tendrán que optar por la Constitución y la libertad, o la tiranía de la tradición anquilosada y estática. Al final, todo depende siempre de la decisión valiente o cobarde de las personas.
Desde 1978 todas las regiones españolas han podido trabajar por ser más ellas dentro de la unidad histórica de la nación española, y proyectarse al futuro confiadas como parte de ese estado descentralizado. Lo han hecho acentuando y poniendo en valor su historia. También acentuando su historia común con nuevos proyectos como las Olimpiadas, la Expo 92, la lucha contra la crisis o soportando con gallardía y coraje el terrorismo.
Creo que el relato separatista asentado en el amor a lo estático y muerto, manipulado el sentimiento, nublada la razón, ciego de todo proyecto con otros, esconde una intención oculta que no pretende la convivencia sino la confrontación a toda costa. La mentira, la insidia, la manipulación de las conciencias, empezando por la corrupción de los menores en las escuelas, son un alto precio a pagar por muchos ciudadanos normales, de los que han de decidir por su libertad o ser esclavos del mito platónico de la caverna y de sus sombras.
Llegado es el momento de que todos los españoles arrumbemos la construcción del estado de las Autonomías que nos ha llevado 40 años, y trabajemos por un nuevo estado de las Comunidades. Poner el acento en todo ese poso común español y europeo que nos hace avanzar hacia el futuro, tots junts, per els camins de la nostra història colectiva. Endavant cap al futur.