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Cataluña sin gritos

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6 octubre 2013
No se avanza. El Gobierno de Mariano Rajoy dice que hay que cumplir la ley y que no puede tener lugar una consulta en favor de la independencia de Cataluña. Y el Gobierno catalán, por su parte, repite que la va a celebrar pasé lo que pase en 2014. A la par, una amplísima mayoría de españoles insiste en que Cataluña también es suya, a lo que una amplia minoría de catalanes responde que se marcha.

No se avanza. El Gobierno de Mariano Rajoy dice que hay que cumplir la ley y que no puede tener lugar una consulta en favor de la independencia de Cataluña. Y el Gobierno catalán, por su parte, repite que la va a celebrar pasé lo que pase en 2014. A la par, una amplísima mayoría de españoles insiste en que Cataluña también es suya, a lo que una amplia minoría de catalanes responde que se marcha.

Hay razones históricas, jurídicas y morales para explicar que la unidad es un bien. El derecho internacional no tutela la secesión y la vocación universal de los catalanes siempre ha pasado por España. Pero ha llegado un momento en el que la polémica sobre quién lleva razón ha creado un clima irrespirable. No hay diálogo y, a lo mejor, conviene a empezar a preguntarse cómo empezar a crear una nueva forma de convivencia. Las soluciones prácticas son bastante útiles en este caso. Un ejemplo: el apoyo a la independencia baja del 49 por ciento al 39 ante la posibilidad de un nuevo pacto fiscal. Realismo.

El plano instituticional es importante para poder vivir juntos sin gritarse, pero más aún lo es el que se refiere a las razones de vida, de la vida de la gente de la calle.

En el nivel constitucional la sentencia de la Corte Suprema de Canadá del 20 de agosto de 1998 puede ser un buen referente. El fallo se produjo después de que se hubiera celebrado el primer referéndum secesionista de Quebec. Se recurrió y la corte que hace las funciones de Constitucional aseguró que no se podía tolerar una consulta unilateral porque vulneraba abiertamente los principios de soberanía. Una conclusión muy apropiada para las intenciones del actual Gobierno de Cataluña. Pero el pronunciamiento decía más: el Parlamento de Canadá podía establecer las condiciones para que ese referéndum se celebrase siempre y cuando se tutelasen los derechos de las minorías.

Todo en el caso catalán es un juego de minorías. Los secesionistas en Cataluña, aunque fuesen casi mayoría, serían una minoría en el conjunto de España. Los partidarios de una Cataluña española aunque fuesen casi mayoría serían otra minoría. La democracia no es un régimen en el que la mayoría sea el único criterio. La mayoría gobierna, por imperativo constitucional, respetando a las minorías.

Tras la sentencia del 98 en Canadá se promulgó la conocida como Ley de Claridad de 1999 que determinó cuál era la pregunta, el umbral de participación y el nivel de síes necesarios para que se pudiese celebrar un referéndum que decidiera la secesión. Hay expertos que señalan que una ley así cabe en la constitución española. Con una fórmula de este tipo se daría un paso adelante y el independentismo catalán tendría que hacer las cuentas con su proyecto.

El segundo plano, el de las razones de vida, es mucho más decisivo. Desde hace décadas se vive una confrontación ideológica que paraliza la vida social. Para desbloquearla hay que jugar en otro campo: es necesario que afloren los motivos concretos por los que se vive y por los que se quiere construir empresa, Tercer Sector, futuro y bienestar.

Y en este campo, el camino que los católicos tienen que recorrer es largo. Desde hace demasiado tiempo la Iglesia ha sido sujeto inspirador de las dos partes en conflicto. Ha estado de parte del nacionalismo y también ha estado de parte de una afirmación del valor de España que se ha quedado abstracta y que se percibe como una imposición. Y el lugar de la Iglesia no está ahí. El Papa Francisco ha repetido que la Iglesia es un hospital de campaña que recoge a los heridos por la batalla de la postmodernidad. La de Cataluña es una de las batallas que más heridos ha dejado. La secularización, con sus consecuencias, es de las más altas de Europa.

Como siempre lo más pertinente es lo que Péguy llamaba ´hacer el cristianismo´. Testimoniar que tipo de vibración humana ha traído Jesús al mundo. Esa vibración te da una estima por el otro con la que se puede recomenzar cualquier proyecto de convivencia. La verdad, también la de la nación, no puede afirmarse como un principio absoluto e histórico, tiene que surgir de una relación.

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