Cataluña: la hora de la realidad

Desde que se celebraran las elecciones no ha habido sorpresas. Se ha llegado al peor de los escenarios posibles. Nadie en CiU le ha puesto freno a Artur Mas. Ni los Pujol, que cada vez aparecen más como los responsables de falta de recambio de la coalición, ni Durán que hasta el sábado estuvo amagando con una ruptura, pero que al final ha dicho que sí a lo que pedía Esquerra. CiU se embarca así en una legislatura que va ser un auténtico infierno y en la que perderá a muchos de sus votantes. Esquerra sigue ganando. Ganó en las elecciones, ganará durante el tiempo que dure el Gobierno de Mas, que por fuerza será breve.
El escenario es previsible. La Generalitat tendría que recortar en los próximos meses unos 4.000 millones. No lo va a hacer. Por exigencias de Esquerra aprobará subida de impuestos que le harán muy difícil la vida a los empresarios y los ciudadanos en general. El stablisment (La Vanguardia, la patronal y un largo etcétera) ahora se lleva las manos a la cabeza, cuando se ha pasado meses callado por el qué dirán. La tragedia ya está aquí. Mientras el edifico se cae a trozos los que están encima de él querrán solo hablar de la necesidad de la secesión.
Seamos claros. En Cataluña, todos, incluida la Iglesia, han hecho un discurso bienpensante. Todo debía quedar bajo el manto de las buenas formas. En esta legislatura que va a ser corta, tormentosa, y va a aumentar el sufrimiento de la gente lo que hay que hacer es hacer hablar a la realidad. Escuchar a la realidad que muestra a todas luces que el proyecto secesionista es malo para el pueblo catalán. Mirar a la cara al derrumbe del Estado del Bienestar. Y reconocer que a los católicos, el haberse confundido con el paisaje nacionalista, les ha llevado a ser un factor irrelevante en la vida cultural y social del país. Cataluña es, de hecho, una de las regiones más secularizadas de Europa. Lejos del poder estarían mucho mejor, serían más fecundos. Hay que mirar de frente a los hechos, a todos desde los económicos a los eclesiales para reconocer que el problema no es Madrid.