Cataluña, España y Saturno
Sabiendo el lunes 30 de octubre que el destituido President y algunos consellers de la Generalitat de Cataluña estaban de urgente exilio en Bélgica, un amigo diputado de izquierda me decía: “¿no tienes también la sensación, con lo que está pasando, que de pronto aparecerán por detrás unas cámaras de TV llamándote ‘inocente, inocente’?”.
Es, la del diputado, una buena descripción. La declaración de la República catalana el pasado 27 de octubre ha tenido la misma eficacia real en la vida de los catalanes que hubiese tenido la anexión de Saturno. Todo el mundo fue a trabajar a las mismas empresas, pagó su café con la misma moneda, y esperaba las noticias con su capacidad de asombro ya prácticamente acostumbrada a todo. Habíamos visto un President que suspendía una República que no había proclamado, rechazando unas elecciones que tampoco había convocado y, finalmente, declarando una República con votantes en el anonimato del secreto y dejando al presidente Rajoy la iniciativa en el tablero de juego político, en la que ha resultado ser, Rajoy, un maestro de música en la administración de los tiempos y silencios.
Más de un millón en la calle, ¿la mayoría silenciada?
La fotografía de un millón de personas defendiendo en Barcelona el respeto a la Constitución española y avalando la convocatoria de elecciones –ahora sí, con la ley– demuestra que la realidad resulta ser más rica que el discurso nacionalista de “catalanes buenos” y “malos catalanes”. Ni siquiera “fachas”. Uno de los discursos de esa manifestación convocada por la Sociedad Civil Catalana fue a cargo de Paco Frutos, ex secretario general del Partido Comunista de España, mostrando su indignación por la incongruencia de los partidos que, pretendiendo ser de izquierdas, habían unido su camino a la causa nacionalista y en el fondo inconfesablemente derechista en Cataluña: “yo soy un traidor al racismo identitario que estáis creando”, dijo dirigiéndose a los nacionalistas.
Ve tú primero
Pretender explicar y casar el fenómeno nacionalista actual como destino inevitable de la Historia puede llegar a afirmaciones tan irreales como la anexión de Saturno y la República catalana en la que algunos pretenden vivir desde la semana pasada. No hace falta pretender casar a personajes históricos como Torras i Baigas o Prat de la Riba con Oriol Junqueras. El catalanismo pudo ser tanto un amor a una cultura y tradición cristiana entonces, un compañero después del liberalismo económico o, ahora, un aliado de viaje con las fuerzas antisistema que el populismo está trayendo a Europa hoy. En realidad no tienen nada que ver esos compañeros, y crear analogías puede llevar a planteamientos no sólo inexactos sino, lo que es peor, tremendamente cursis. A veces las causas de las cosas son también tremendamente simples. Hoy el temor a la aplicación de la ley ha llevado a los protagonistas del procés a la distancia supuestamente segura de Bruselas, seguramente con su patrimonio, como han hecho muchas empresas, a buen recaudo, lejos. Otros aspirantes a “protagonistas” de la Historia de esta planetaria república no lo han podido hacer. Se quedan en Cataluña, España aún, intentando ser fieles a la “desobediencia pacífica” que Puigdemont y sus consellers jalean estando, ellos sí, lejos de sus consecuencias. Como decía el del chiste, “ve tú primero, que a mí me da la risa”.
PD. El martes este era el saludo de buenos días de la directora de la radio oficial pública, Catalunya Radio: “Buenos días, ciudadanos de la República catalana”. El esfuerzo por reconstruir en Cataluña el diálogo, durante años, es fenomenológico; va a ser el brazo tendido desde la realidad invitando a conocerla. A conocer la realidad de los objetos sensibles y la realidad de la extensión de las ideas que perviven; aunque algunas ideas no son ciertas, las dos cosas, los dos fenómenos, son bien reales.