Castilla
Atardece en Castilla. Un viento aun suave anticipa el otoño y en su vuelo, ya recoge alguna hoja, caduca, de las primeras, que todavía custodia del calor el estío. Vuela, aun verde. Castilla, al final del día, es más cielo que tierra. Es un páramo infinito teñido de púrpura. Son nubes que se estiran hacia el ocaso y sombras que sucumben, en una fina silueta, hasta adentrarse en los surcos de los campos, que es donde Castilla nace en forma de trigo.
La amarilla Castilla no es alegre. Es seca, hosca. Es plana, en su esencia, pero elevada. Se sabe entre mares y montañas, pero Castilla es el cielo azul del verano y el gris del invierno. Castilla se hace España según su mirada avanza. Del amarillo, al verde, de mil tonos, al azul, de dos mares, al marrón, de mil cadenas de montañas.
Castillea en la tarde. Ésta se hace tranquila, lenta, sempiterna. La geografía modela el tiempo. Modela las gentes castellanas. Humaniza la silueta del hombre la tarde castellana, que es el tiempo castellano. Pesa el Sol en el ocaso. Se pone lejos el Sol. Pero se pone. Y, aunque es Castilla la que da vueltas a su alrededor, dicen que es éste el que lo hace sobre Castilla. Como sobre otras regiones. Como todas las Castillas del planeta. Pero Castilla calla, humilde, mansa, y desgastada por tantos pases del Sol. Un día siguió a ese Astro Rey hacia el Oeste, acaso como los Magos del Oriente, pero ya no. Ahora sólo su mirada viaja. Solo sus anhelos viajan. Solo su deseo viaja. Viaja más allá de Castilla, como el suave viento, como las aves que migran, como el Sol que danza. Viaja al cielo, que es Castilla.
Qué ejemplo tenéis tierras del mundo que fuisteis castellanas, pues vuestra maestra mira al cielo. Su patria ya no es de este mundo. Su mundo es otro. Y es de color púrpura, cuando se anticipa el otoño.