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Caso Trump: ¿cómo valorar a un político?

Editorial · Fernando de Haro
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11 noviembre 2017
Primer año de la era Trump. Doce meses después, su apoyo popular es uno de los más bajos de un presidente reciente: poco más del 30 por ciento. Hay que remontarse a Harry Truman, en 1946, para encontrar un nivel tan bajo. ¿Un fracaso?

Primer año de la era Trump. Doce meses después, su apoyo popular es uno de los más bajos de un presidente reciente: poco más del 30 por ciento. Hay que remontarse a Harry Truman, en 1946, para encontrar un nivel tan bajo. ¿Un fracaso?

El presidente de los Estados Unidos era hasta ahora una figura tendencialmente “inclusiva”, el de todos los estadounidenses. Pero con Trump la presidencia ha cambiado radicalmente. Es el presidente post-moderno que ha perdido la aspiración al bien común: un particular que representa a un particular sector de la población, a una minoría mayoritaria sin voluntad de universalidad. Obama y Bush, los dos expresidentes vivos más distanciados ideológicamente entre ellos, han coincidido en cargar contra las políticas del inquilino de la Casa Blanca. Son las críticas de la vieja política.

Trump, un año después, mantiene el apoyo de los que le hicieron presidente, y eso es lo que cuenta. Un éxito. El “alto” nivel de respaldo se apoya en un mecanismo muy líquido: a base de fake news (falsas noticias) se ha convertido en un fake president. Este es un buen momento para revisar qué ha anunciado, dando a entender que se había producido un cambio, y qué ha cambiado realmente. El primer decreto del magnate, firmado en enero en el despacho oval, fue contra el Obamacare. Tema obsesivo en su campaña. Diez meses después no ha conseguido que su partido, mayoritario en las dos cámaras, lo derribe y ha tenido que recurrir a un decreto para conseguir un retoque, importante porque modifica en parte el sistema de seguros, pero muy lejos del derribo anunciado.

En el campo económico estaba previsto un gran programa de expansión de infraestructuras con gasto público. La propuesta que llegó al Congreso era de tres billones de dólares de déficit extra, de momento la cifra ya se ha rebajado a 1,5 billones. Y ya veremos qué sucede si efectivamente se pone en marcha la reforma fiscal prometida. No es posible recaudar menos y gastar más.

El presidente ha dado un giro relevante a la política exterior de Estados Unidos en Oriente Próximo, pero mucho menos agudo de lo que asegura su propaganda. Uno de los pocos aciertos de la política exterior de Obama fue el acuerdo con Irán para frenar su programa nuclear. Sirvió de contrapeso a la relación preferente con Arabia Saudí. Trump, por el contrario, ha cultivado el eje Arabia Saudí-Israel para atacar Irán. Ha anunciado que no certificará el acuerdo, pero no lo ha roto y lo ha dejado en manos del Congreso. En Siria, se puso teóricamente frente a Bashar Al Assad y los rusos, con el bombardeo de la base aérea de Shayrat por el uso de armas químicas. Pero ha acabado llegando a un entendimiento práctico con Moscú. Lo mismo ha sucedido con China.

No todo ha sido fake presidency. La retirada del Acuerdo de París contra la lucha del cambio climático, con sus nefastas consecuencias, ha sido real. Su apuesta por las relacionales bilaterales en función de los intereses comerciales ha debilitado realmente los foros multilaterales. Y en el terreno de la inmigración los cambios son muy tangibles. Trump no ha extendido, de momento, el muro. Y ha deportado a un 13 por ciento menos de indocumentados que Obama. Cuando se produjeron sus anuncios contra los mexicanos, hacía años que el flujo se había reducido. Pero en estos meses se han producido un 40 por ciento más de arrestos. No solo se deporta a aquellos que han cometido crímenes, como antes. Se deporta de forma aleatoria. Y el miedo en ciudades fronterizas como El Paso ha crecido exponencialmente. El presidente ha convertido a los 700.000 dreamers (los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos siendo niños) en una carta de póker que juega con los demócratas. En septiembre eliminó el programa DACA que los protegía. Luego aprobó una prórroga de seis meses. Y ahora amenaza con suspenderla si no respaldan nuevas partidas presupuestarias para hacer la política migratoria que desea.

Es real la política migratoria y también es real el nombramiento de Gorsuch, con posiciones contrarias al aborto y al matrimonio entre personas del mismo sexo, como juez del Tribunal Supremo. El nombramiento de un pro-vida en la Corte Suprema, con el que la mayoría ahora es de los conservadores, ha supuesto un argumento para que algunos sectores católicos y protestantes consideren que el balance es positivo.

La fake presidency tiene consecuencias nada virtuales. La espuma de la política falsa deja una realidad de polarización social. Se explota el pánico moral ante problemas de difícil solución para levantar muros milagrosos que separan más al estadounidense del estadounidense y al estadounidense del mundo. La renuncia a construir la vida en común y el uso del miedo al otro son decisivos para hacer una valoración ponderada. Todo juicio político tiene en cuenta los bienes en juego, el conjunto de los bienes en juego. Y la protección de algunos bienes decisivos no puede justificar una política que ha renunciado al bien común.

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