Editorial

Caso Siria: la democracia contra el pueblo

Editorial · Fernando de Haro
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4 octubre 2015
El caso de Siria es un claro ejemplo de “esencialismo democrático”. En nombre de una democracia, concebida de forma abstracta, se toman decisiones y se actúa contra la vida de la gente. Hace más de un año que se sabe en todas las cancillerías occidentales: sin Bashar al-Assad no se puede lograr una victoria sobre el Daesh. El presidente sirio es un tirano cruel que lleva meses utilizando en sus bombardeos barriles de dinamita. Los explosivos golpean a menudo a civiles. No se puede suavizar esta forma de terrorismo de Estado. Pero es necesario optar por el único bien posible para el pueblo sirio.

El caso de Siria es un claro ejemplo de “esencialismo democrático”. En nombre de una democracia, concebida de forma abstracta, se toman decisiones y se actúa contra la vida de la gente. Hace más de un año que se sabe en todas las cancillerías occidentales: sin Bashar al-Assad no se puede lograr una victoria sobre el Daesh. El presidente sirio es un tirano cruel que lleva meses utilizando en sus bombardeos barriles de dinamita. Los explosivos golpean a menudo a civiles. No se puede suavizar esta forma de terrorismo de Estado. Pero es necesario optar por el único bien posible para el pueblo sirio.

La administración estadounidense, desde septiembre de 14 al frente de la coalición internacional contra los yihadistas, ha conseguido pocos avances. Va camino, además, de cometer el mismo error que cometió Bush en Iraq, que cometió el propio Obama en Egipto y que Hollande perpetró en Libia. Bush se empeñó en quitar del poder a Sadam Husein, desmanteló la policía y el ejército y fomentó así la proliferación del yihadismo en un país en el que no existía. Iraq no se ha repuesto. Se ha convertido en un Estado fracasado y lo será durante mucho tiempo.

Obama apoyó decididamente a los Hermanos Musulmanes en nombre de un modelo democrático que absolutiza las mayorías y que no tiene en cuenta muchos otros factores. Afortunadamente el pueblo egipcio tuvo la tenacidad y la audacia suficientes como para quitarse de encima a unos extremistas que gobernaban solo para una minoría. Francia abrió fuego en Libia a comienzos de 2011. Ahora el país se ha sumado a la lista de Estados fallidos. El inquilino de la Casa Blanca apoyó las protestas de la primavera árabe en Siria. Su Gobierno no supo ver que el florecimiento democrático mutaba para convertirse en un invierno de destrucción. A Bush le empujaban los teocon conservadores; a Obama su progresismo. El mal es el mismo. Una estrategia de national builduing descarnada y ahistórica, diseñada en despachos cerrados, sin escuchar a las iglesias ni a los representantes del islam religioso. Una política que no escucha el grito de los refugiados: “¡Assad es un tirano, pero necesitamos un Estado para hacer frente al Daesh!”.

No hay soluciones fáciles. Lo de Siria a veces más parece una guerra civil entre sunníes -la relación entre Al Nusra (filial de Al Qaeda) y el Daesh cambia por minutos- que una lucha contra el régimen de Bachar el Asad. La mitad del territorio en manos de los yihadistas, la otra mitad en manos del régimen. Las fuerzas extenuadas.

Pero los servicios de inteligencia de Estados Unidos saben a la perfección que el régimen de Assad es un entramado complejo, que se mantiene en pie gracias a equilibrios de poder complicados. No es ni mucho menos un sistema monolítico. Y saben que se podría haber jugado en ese campo. Se podría haber aprovechado la debilidad de un presidente que no gana batallas para forzar algún tipo de acuerdo, para negociar con algunos representantes delentourage alauí. Obama hubiera podido también “invitar” a la oposición libre a llegar a un acuerdo de unidad nacional en la reunión del Cairo del pasado mes de junio. No le falta información, como no faltaba en Iraq en 2003. Sobran, como entonces, prejuicios ideológicos.

Hace también más de un año que todas las cancillerías occidentales saben que la solución en Siria tiene que ser primero política y después militar. El orden de los factores era evidente: había que empezar con un acuerdo entre la oposición y el régimen, y después –o al mismo tiempo- involucrar a Rusia. Había un precedente: el acuerdo de 2013 contras las armas químicas.

Ahora los sesudos analistas se mesan los cabellos porque Putin, tras la conversación con Obama en Nueva York, haya decidido liderar su propio frente. Hay gran escándalo porque el nuevo zar, apoyado en Irán e Iraq, esté bombardeando también a la oposición. No podemos sorprendernos de que Putin haga de Putin. Rusia está sedienta de protagonismo imperial y buscará cualquier rincón del planeta para ejercerlo. El escenario internacional tiene muy poco que ver con el del 89, los Estados Unidos no están solos ni el multilateralismo es pacífico. Habría que haberse anticipado. Obama se ha dejado ganar la mano por Putin, ha perdido la excelente baza que le daba el acuerdo nuclear con Irán. Una vez más estamos ante las consecuencias de un exceso de abstracción. El enemigo o rival en Europa puede ser un aliado en Oriente Próximo. ¿Por qué no? El oso ruso necesita estepas grandes.

Hemos acabado con dos coaliciones internacionales que luchan contra objetivos diferentes en suelo sirio. Esperemos que no acaben enfrentadas entre sí. Si Estados Unidos quiere ganar la guerra en Siria tendrá que llegar a un acuerdo con Rusia. Y además debe cesar la financiación del Daesh en el mercado de petróleo, detener el tráfico de armas, presionar a Arabia Saudí y a Qatar para que dejen de dar aliento al Daesh. De otro modo sufriremos derrota tras derrota, en esta que es la III Guerra Mundial a trozos.

Habrá a quien le preocupe la moralidad de una solución de este tipo. Pero también en política internacional la ética se convierte en algo genérico cuando se separa del acontecimiento, del acontecimiento de un pueblo como el sirio que necesita la paz. El bien del pueblo siempre es el gran criterio.

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