Caso Gürtel: ¿Qué moralidad para la política?

España · Fernando de Haro
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7 octubre 2009
Conviene decirlo todo, o al menos intentarlo. Para no caer en el partidismo que asfixia. El caso Gürtel ha sido administrado con precisión de relojero suizo por el Gobierno, por los medios que le apoyan. Con una frialdad sorprendente. Dosificando las informaciones y administrando los tiempos para que la mezcla de datos ciertos, suposiciones e indicios que todavía no se consideran hechos probados fuera conociéndose en crescendo.  

Las filtraciones del sumario empezaron con la cuestión menor de los trajes de Camps. Había datos mucho más comprometedores. Pero los "filtradores" esperaron a que el presidente del Generalitat viese desgastada su imagen, a que el juez De la Rúa cerrara la investigación y a que Camps celebrase su victoria para empezar a hacer llegar a los periódicos este mes de septiembre algo más gordo: una posible trama de financiación ilegal del PP valenciano. Son datos que estaban contenidos en un informe de la Unidad Central de Delincuencia Económica y Fiscal que De la Rúa no incluyó en el sumario. Pero quedaban más tracas por explotar y los que movían los hilos han preferido esperar.

Sabían que la  parte del sumario hecha pública este martes podía ser más dura que las filtraciones. Las conversaciones de los responsables de la trama que investiga el juez reflejan que Correa y su gente eran unos mafiosos cutres, ávidos de dinero, que tenían una gran entrada en el PP y que se dedicaban a regalar lujo a algunos responsables del partido para conseguir contratos. Llegaron hasta el entorno de Aznar, tenían una relación excelente con Ricardo Costa -el secretario general del PP valenciano-, se coordinaban con el ex consejero de la Comunidad de Madrid, López Viejo, y un largo etcétera.

Hay una amplia gama de indicios. Pero esos indicios no están verificados, no constituyen una sentencia firme. Y, sobre todo, pueden llevar a conclusiones muy diferentes: no es lo mismo que el entorno de Aznar haya usado alguna vez los servicios de Correa y su gente, que el secretario general del PP valenciano haya recibido un coche por valor de 65.000 euros. Estamos hablando de conversaciones grabadas que tienen como protagonistas a chorizos. Por eso concluir, como hace El País, que hay "una corrupción generalizada en el PP" es sustituir a los jueces. En su momento las sentencias establecerán hasta dónde ha llegado la corrupción. Corrupción que hay que distinguir de la financiación ilegal.

Otra cosa muy diferente es la reacción de Rajoy. El presidente del PP este martes apostó por la "indiferencia" ante el contenido del sumario. Al líder de la oposición, el Gobierno y sus aliados le han cogido la medida, saben que juega al desgaste y que su estrategia es dejar pasar las cosas. Mariano Rajoy ha tenido tiempo sobrado para informarse de las dimensiones de este caso, para saber hasta dónde podía llegar. Y no ha sabido tomar la iniciativa, romper el juego. De modo y manera que cuando España más necesitaba una oposición eficaz, se ha quedado bloqueado.

Los responsables del PP no pueden quejarse de que el Gobierno hace juego sucio. ¿Qué esperaban? Si Rajoy quiere crear una alternativa que ilusione debe tener limpio el patio de casa. Ahora él puede ser el desgastado. Pero para terminar de decirlo todo hay que subrayar que la moralidad que necesita la política es mucho más que luchar contra los comisionistas, los alcaldes o concejales corruptos y demás personajes. Un cierto moralismo muy arraigado en la sensibilidad española nos lleva a pedir insistentemente juego limpio y eso está muy bien. Pero también nos hace olvidar que la raíz de la moralidad en política es que el poder no se encierre en sí mismo sino que esté al servicio de la sociedad, de sus necesidades. La sociedad española necesita, sobre todo, un Estado que no la asfixie, confianza para generar empleo y unidad.

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