Cartas para una política no ideológica (3)

Cultura · Mikel Azurmendi/Fernando de Haro
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21 febrero 2018
Querido Mikel:Avanza febrero, hace ya tiempo que fue San Blas, pero el invierno no afloja en Madrid. Hace ya mucho tiempo que me vine de Córdoba a la capital, pero siempre que llegan estas fechas me asalta la sensación de que los fríos en la meseta son eternos. Tú estás acostumbrado.

Querido Mikel:

Avanza febrero, hace ya tiempo que fue San Blas, pero el invierno no afloja en Madrid. Hace ya mucho tiempo que me vine de Córdoba a la capital, pero siempre que llegan estas fechas me asalta la sensación de que los fríos en la meseta son eternos. Tú estás acostumbrado.

Me alegro de que aclararas la semana pasada que un Estado democrático como el nuestro ha sido decisivo para que tragedias como las de Cataluña no hayan ido a más. Me parece que en la crítica que hacemos a la confianza en el Estado liberal no hay sombra alguna de ese anarquismo muy de moda, por ejemplo, en Estados Unidos. No me identifico de ningún modo con los antisistema, sean trotskistas, evangélicos o católicos. Me interesa comprender cómo el “sistema” puede recobrar vida.

¿Al proponerme retomar el discurso de Habermas “Fe y saber” lo haces porque crees que hay pistas positivas para salir del paisaje tan oscuro que pintaste en la última carta?

No sé si entiendo a Habermas bien. No estoy muy acostumbrado a las lecturas filosóficas. Él sugiere, si lo interpreto de forma correcta, que la cultura del sentido común en la que se basa el Estado liberal, ante los nuevos desafíos, está necesitada de un aprendizaje. “Sin renunciar a su propia autonomía (a la que no estamos dispuestos a renunciar en Occidente afortunadamente –digo yo–) esa razón (la del Estado liberal) permanece osmóticamente abierta hacia ambos lados, hacia la ciencia y hacia la religión”, señala. Pone tres condiciones para que la conciencia religiosa pueda enseñar algo al estado secular: “elaborar cognitivamente el encuentro con otras religiones”, “acomodarse a la autoridad de las ciencias” y “ajustarse a las premisas de un Estado constitucional”.

¿Crees que esta vía propuesta por Habermas es una salida? Sería una solución muy “alemana”. En España tenemos alergia, después de nuestro XIX y de la dictadura de Franco, a las “aportaciones religiosas” en lo público. ¿Cómo podría ser esa aportación? No sería aceptable una aportación de la fe como cuerpo doctrinal, como principios. Tendría que estar “mediada” por creyentes “racionalmente constitucionales”. ¿No? Me parece que en ese ejercicio de traducir la inteligencia de la fe en una racionalidad constitucional hay poco hábito. Estamos anclados en traducciones antiguas que no sirven para un mundo plural.

No quiero dejar de mencionar que, para Habermas, según lo que entiendo, este “nuevo aprendizaje de la razón” está vinculado a lo que en otro sitio denomina la “dependencia mutua”, el depender los unos de los otros. De hecho, en esta charla acaba asegurando que “el primer hombre que lograse fijar conforme a sus propios gustos las características que va a tener otro hombre, ¿no estaría destruyendo también aquellas libertades que han de regir entre iguales para que esos iguales puedan mantener su diferencia?”. Precioso. Pero de esto hablamos otro día. Siempre agradecido.

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Aquí, no es meseta y tampoco es frío extremo lo que nos toca, mi querido Fernando. Pero llevamos semanas y semanas de sonido de lluvia y granizo resbalando por las velux del tejado, semanas de días menguados en los que mis perrillos de campo, calados hasta los huesos, me miran con esa tristeza inclinada hacia la hierba. De vez en cuando meto a uno de ellos junto al fuego, a que se le pase un espanto de tan húmedo invierno. Yo alimento el fuego y contesto a tus cartas para calentar mi mente.

Ambos creemos que el Estado democrático liberal hay que mejorarlo mucho, no derribarlo. Y si correspondemos mutuamente por carta, es porque confiamos en que eso es posible, y nos devanamos los sesos argumentando. Lo que existe solamente se puede mejorar a partir de mejorar lo que existe, esencialmente mejorándonos nosotros en el espacio en el que nos movemos. La política es cosa de hombres y mujeres concretos, y poca mejora traerá si éstos se mienten entre sí, trampean y se contradicen a sí mismos. Como, por ejemplo, acabamos de ver que quienes en lugar de Guindos querían una mujer en Europa, apoyaban a un irlandés. Eso no es racional porque es contradictorio, además de ser una actitud sectaria y acaso fanática.

Tu carta me dirige hoy hacia eso de lo “racional” porque, si bien me dices que no estás acostumbrado a lecturas filosóficas, tomas a Habermas como un referente, que acaso nos muestre una respuesta de sentido común a los desafíos políticos. Y le citas: “Sin renunciar a su propia autonomía esa razón (del Estado liberal) permanece osmóticamente abierta hacia ambos lados, hacia la ciencia y hacia la religión”. Tendré bastante tajo hoy matizándote esta frase de Habermas en ese texto sobre Fe y Saber, que él leyó en una parroquia de Francfurt, en 2001, un mes después de los atentados del 11S (torres Gemelas).

Ese atentado supuso un nuevo fracaso de las expectativas ilustradas de Habermas pues trajo el final de su esperanzada secularización, supuestamente maja y civilizada en todo el mundo. La cual nos traería supuestamente una forma racional de hacer política.

Atribuye él ese hecho al acelerón de las formas modernas de vida que han roto los marcos tradicionales de muchas zonas del mundo generándoles un sentimiento de humillación (Habermas no se atreve a hablar abiertamente de contexto sociológico “musulmán”, pues no sería políticamente correcto). Afirma que se han frustrado con el 11-S las expectativas que había en un retorno de lo político, llamadas así sus expectativas de poder hacer política secularizada sin el recurso a formas duras hobbesianas de la política. O sea, ha descarrilado la previsible maja y simpática secularización de ir disolviéndose lo religioso en el mundo como un azucarillo.

Sólo nos queda volver a repensar las cosas; repensemos, pues, la secularización, sugiere él.

A esta nueva era Habermas la llama de “posecularización” porque cree que ya pueden abandonarse tanto el intento laicista de domesticar a la Iglesia (sustituyéndola por equivalentes racionales) como abandonar también la posición eclesial de creerse expropiada ilegalmente (y sustituida por una racionalidad ilegítima). En esta nueva era ya podríamos superar el enfrentamiento entre Ciencia y Religión haciéndosenos posible una tercera vía que considere “racional” cualquier proyecto religioso defendido sin violencia (o sea, por pura persuasión dialógica).

Esto es lo que no está claro en España, tan alejada de una posecularización a resultas del persistente antagonismo laicista alentado por un guerracivilismo de revancha. Último ejemplo, el pregón en Santiago de Compostela.

Habermas explaya una tercera vía “posecularizada” donde el Estado liberal dictase qué es y qué no es racional. Como si el Estado liberal no tuviese pocas tareas político-morales, ahora Habermas le nombra juez de la racionalidad. ¿Te das cuenta, Fernando, del calado de este hecho? ¿Cómo un aparato de legitimación de la violencia y de organización social puede conferir a nadie medallas de racionalidad?

En tu carta nombras las tres condiciones impuestas por el Estado liberal habermasiano para que lo Religioso sea considerado “racional”: 1- que busque el encuentro cognitivo con otras confesiones y religiones; 2- que acepte lo que las ciencias digan; y 3- que se acomode al Estado constitucional.

Esta tercera condición me parece la razonabilidad misma del Estado liberal: su legitimación como poder le obliga a exigir a la ciudadanía acatamiento constitucional. Si no lo hiciese así, no sería racional pues sería contradictorio consigo mismo. Vale, hay que ser constitucionalista.

Sin embargo las dos primeras condiciones me parecen un dictat erróneo. Porque [1º] las religiones que de verdad están por la mejora del mundo se distinguen precisamente por el interés en acercarse y abrazarse entre sí. Pero cuando así lo hacen, no es por tratar de ser más o menos “racionales” (y el Estado les dé un certificado de “racionalidad”) sino por ser más eficaz su mensaje de solidaridad humana y de amor al otro (acaban de hacerlo ayer para pedirles respeto a los laicistas). Pero, claro, Habermas no está dispuesto a afirmar que es esa solidaridad del encuentro amoroso entre confesiones religiosas un aspecto más de lo “racional”; no, él ha encontrado que lo racional es “lo comunicativo” (la Razón comunicativa). “Comuníquense más entre sí, señores de las diversas religiones”, les dice Habermas, “y les daremos el plácet de racionalmente aceptables”. ¡Anda que dentro de la organización del Estado liberal no podría exigir más racionalidad, por ejemplo a los gobernantes y a los partidos políticos: comuníquense más y comuníquense especialmente con la ciudadanía, porque todavía no demuestran ustedes ser “racionales”!

Y [2º] ¿por qué la religión ha de plegarse a lo que digan las ciencias, así dicho en plural, por ejemplo, a las ciencias sociales, antropológicas, pedagógicas y psicológicas (que, por supuesto, no son ciencia)? Yo doy en suponer que las religiones que busquen lo mejor para el humano estarán siempre con la Ciencia, no bajo ella ni encima de ella. Por cuanto la ciencia es también una parte esencial de la búsqueda de la verdad, es hermana de la religión no su madrastra. Otra cosa es la tecnología, pues ésta siempre está sometida a un examen ético, (por ejemplo, la tecno-genética) y algo tendrán que decir al respecto las religiones y los laicos moralmente cuidadosos, digo yo. ¿Por qué Habermas no dice nada sobre su propia disciplina científica, la sociología? Porque él sabe muy bien que nació, creció y vive para contrarrestar la influencia de la religión, cristiana en particular. Y a eso se le llamó precisamente “racional” al inicio de su andadura.

Habermas llama “empujón reflexivo” a que las religiones monoteístas acepten estas tres condiciones del Estado liberal. Si este empujón es para quitarle a la religión “su potencial destructivo”, como él mismo afirma, tengo la sospecha de que con esas tres condiciones se está refiriendo sólo a la religión musulmana, porque no hay en Europa ni acaso tampoco en el mundo entero ninguna otra religión monoteísta con poder destructivo. Tú la tomas como si esas condiciones fuesen dirigidas a los cristianos europeos; pero, Fernando, ¿existen acaso hoy en Europa iglesias o confesiones que no las acepten? ¿Hay entre nosotros cristianos que no acepten la Ciencia, ni la Constitución democrática ni estén por el diálogo entre religiones? Lo que más bien hay –en especial en España– es laicistas que no aceptan el hecho religioso. Entonces, lo que infiero es que Habermas no se atreve a decirle clarito clarito al mundo musulmán esas tres cosas.

Pero me resulta inaceptable que esas tres condiciones vengan dictadas sub conditione rationalitatis (como que sólo ellas confieran racionalidad al hecho religioso). La racionalidad de la religión (también de la musulmana) proviene, a mi entender, de su capacidad para responder a las exigencias humanas del sentido de la vida (mediante una cosmovisión apta a motivar un estilo de vida humano basado esencialmente en la fraternidad y el encuentro). El empeño en ir trazando aspectos teórico-prácticos de cosmovisión religiosa motivante puede ser tan racional como dirigir un laboratorio de física nuclear. Eso depende del cómo se labore.

El problema de este texto que comentamos no está seguramente ahí, Fernando, no está en lo político sino en la aceptabilidad de cierta tecno-ciencia o ingeniería genética. Tu citación va precisamente enclavada en ese aspecto y las tres condiciones para hacer racional el hecho religioso eran salvas de fogueo. Pero esto lo veremos otro día en el que pueda que quede claro cuán difícil se le hace abandonar el laicismo a todo pensador ilustrado, incluso a Habermas, cuando pergeña el concepto de “sentido común” (que no es lo que tú piensas, amigo).

Acaso me he desviado de nuestra meta, Fernando, pero el concepto de sentido común que introdujiste dos cartas atrás tienen la culpa. Y, por supuesto, mi exceso pedagógico. Si quieres, volvemos atrás y abandonamos Habermas. Pero yo te alargo mi abrazo.

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