Cartas para una política no ideológica (1)

Cultura · Mikel Azurmendi / Fernando de Haro
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8 febrero 2018
Querido Mikel: No sabes cuánto me alegra que hayas aceptado un diálogo sobre eso que en alguna ocasión has llamado tú ´una política no ideológica´. Si te parece, mientras nos volvemos a ver, podríamos hacerlo por escrito. No será lo mismo que un buen rato de charla delante de un plato de queso y un vaso vino, como el pasado verano en el Pirineo, pero así podemos ir avanzando.

Querido Mikel:

No sabes cuánto me alegra que hayas aceptado un diálogo sobre eso que en alguna ocasión has llamado tú ´una política no ideológica´. Si te parece, mientras nos volvemos a ver, podríamos hacerlo por escrito. No será lo mismo que un buen rato de charla delante de un plato de queso y un vaso vino, como el pasado verano en el Pirineo, pero así podemos ir avanzando.

Algunas mañanas doy un paseo antes de que amanezca y desde una colinilla que hay cerca de casa, con las primeras luces, se ven dos espadañas, una de ellas con algo de historia. En el instante en el que comienza el día, mirando esas dos espadañas recortándose en un cielo rosado, parece que casi todo es posible. Los comienzos son así, con ellos se reabre hasta la ilusión más fatigada. Tengo el mismo sentimiento al escribirte estas líneas. Pero voy ya al asunto.

Estos días unos amigos italianos han escrito un manifiesto en el que reclaman la conveniencia de recuperar el sentido del bien común en política. Ese pronunciamiento me ha hecho pensar en nuestra historia reciente.

Hasta hace 14 o 15 años, seguía más o menos en pie en España cierta unidad creada por la transición. Una unida frágil, poco cuidada, pero que de un modo inconsciente reconocía lo compartido como un referente. Desde entonces ha imperado una política principalmente defensiva (tanto en la izquierda como en la derecha), para afirmarse había que negar al otro. Y el “particularismo”, bien partidista, ideológico, o nacionalista-independentista, ha ido en aumento hasta llegar a un punto que se nos ha hecho insoportable. Hemos llegado a este punto cansados. ¿Qué dices de esto, maestro? He encargado ya en una librería de viejo tu Todos somos nosotros. Buen día.

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Querido Fernando:

Sobre todo no me llames maestro. Soy un pobre discípulo de la vida, un aprendiz consumado. O sea, cumplido e insuperable aprendiz… por todo lo que me queda aún por aprender. Pues errores, los voy viendo en mí cada día que pasa. Esto no es humildad beata ni vanidad impostada, es lo que hay.

No sabes cuánto me alegro de tenerte al cabo de mis cartas. Llevo más de dos años escribiéndoselas día a día, cada día una, a mi mujer. Y ahora te tendré también a ti. Me alegro sobre todo que seas tú, porque fue escuchándote a ti hace tres años pasados como tomé conciencia de que era posible estar en el mundo de otra manera más atractiva que la mía. Y me alegro, además, de que sea contigo con quien yo corresponda (con-responder, yo y tú preguntándonos y respondiendo) porque leyendo tu revista digital veo que te preocupa mucho la marcha del mundo y te sublevas ante la injusticia y la falta de libertad. Ya de entrada me plantas en dos esquinas de la realidad: el bien común y la transición. Es intempestivo hoy ponerse a ahondar sobre el bien común en estos tiempos en los que no existe manera de saber qué es el bien ni siquiera hay preocupación alguna por la pregunta sobre el bien. Ahora se habla del “bien público” o, los más atrevidos, del “bien general”, pero existe un consenso sobre el hecho de que se tratará de un bien utilitario al que se pueda llegar mediante votación de la mayoría ciudadana (o pactos entre partidos políticos y sindicatos, como aquellos de la Moncloa). Cuando la opinión general dice que no hay que discutir sobre lo que es bueno, porque lo bueno para mí no necesariamente lo será para los demás, ¿cómo discutir sobre lo que es bueno para todos? Ese es el inicio de la discusión sobre el bien común. Una cuestión eminentemente ética, no política.

El otro tema que planteas es el de valorar la Transición y el decurso institucional durante estos cuarenta años de democracia liberal. En los cursos de verano de este último año participé en una mesa redonda sobre cómo viví yo la Transición. Escribí mi vivencia de entonces, o sea, la de un ciudadano que no está de acuerdo con esa Transición pero la acepta porque es esa la voluntad general ciudadana, aunque yo no participase nunca en las votaciones ni me activase en ninguna opción política. Eso hasta 1995, fecha del asesinato de nuestro teniente alcalde de la ciudad, Gregorio Ordóñez. Entonces doy un paso al frente y me activo como ciudadano en organizaciones cívicas y abiertas a todos los demócratas (Foro de Ermua, Basta Ya). Si deseas saber esa posición “purista” mía, te pasaré aquellas páginas y, a partir de ellas, seguramente se podría co-responder.

Ya me lo dirás. Esta toma de contacto podría servirnos para pensar por cuál de esas dos cuestiones comenzamos (la ética me parece más sugerente que esa otra de puro análisis político) y la periodicidad de la correspondencia. Quedo disponible y sin espadaña alguna que vislumbrar desde donde te escribo, a causa de una boira torva. Granizo y frío afuera pero, dentro, la seguridad de que hablar contigo me da calor. Adiós.

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