Carta a Ana Obregón
Querida Ana:
No tengo el gusto de conocerte. Y lo primero que tengo que decirte es que siento que hace casi tres años perdieras a tu hijo Álex por un cáncer. Se lo duro que es luchar contra un cáncer. Y aunque no conozco el dolor que supone perder un hijo, siento mareos de solo pensar que eso me sucediera a mí. Ana, he leído que hace unos meses contabas a quien te escuchaba que estabas muerta en vida, que tu mejor momento del día era cuando te ibas a la cama para dormir algunas horas. Nunca me ha pasado exactamente algo igual, pero creo que sé más o menos lo que supone. Sé, como toda España, que has recurrido a un vientre de alquiler en Estados Unidos para sentirte viva. He escuchado que, en tus primeras declaraciones, después de haber recibido a la nueva criatura, has asegurado: “llegó una luz llena de amor a mi oscuridad. Ya nunca volveré a estar sola. He vuelto a vivir”. Entiendo, porque lo comparto, Ana, tu deseo de estar acompañada, de que nuestra vida sea útil, de perdurar. Comparto contigo la necesidad de amar y ser amado, el deseo de ser padre y madre, el miedo a sufrir y a morir. Son deseos inagotables, irrenunciables, casi infinitos, no casi, literalmente infinitos. Es humanísimo nuestro deseo, Ana. El deseo de no ser cadáveres vivientes. Pero me parece Ana que te pasa lo que nos pasa a muchos: que tenemos la ingenuidad de pensar que la proclamación de un nuevo derecho o, como en este caso, el hacerse con un bebe nos va a solucionar la soledad. Ana, seguramente, tendrás esa luz que esperabas durante unos días, durante unos meses, durante unos años… me gustaría que me contaras qué pasa después. Es muy probable que más tarde o más temprano te vuelva a pasar lo que te pasó con Àlex, todos los padres y todas las madres del mundo nos damos cuenta en algún momento de que un hijo no nos da la felicidad. Nos damos cuenta de que si pretendemos que nuestros hijos nos den la felicidad los acabamos haciendo unos desgraciados. Ana, como bien sabes, la niña que tienes ahora contigo ha estado en el vientre de una mujer que no eres tú, pero que es como tú, una madre como tú que no quiere estar sola, que quiere amar y ser amada. Esa experiencia no la he tenido, ni puedo tenerla. Yo no soy mujer. Pero esa niña que tienes en este momento en tus brazos es de una mujer que ha estado embarazada por dinero.
¿Merece la pena Ana? Yo no he contratado nunca un vientre de alquiler y rechazo la posibilidad de someter a una mujer a esa tortura. Espero que mi debilidad y mi falta de energía no me lleven a hacerlo. Pero también sé que esa debilidad es peligrosa. No sé qué es recurrir a un vientre de alquiler. Pero sí sé cómo de violento puedo ser cuando pretendo que mis deseos, que mi deseo, se cumpla como yo he imaginado, como yo he pensado. Puedo llegar a tratar a las personas sin respetar su dignidad y sé que eso está mal hecho, que es feo, que me llena de tristeza. Me gustaría tener noticias tuyas.
Un abrazo.
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