Carta a Alessandro D`Avenia sobre el arte de ser frágiles

Cultura · Antonio R. Rubio Plo
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28 diciembre 2017
Estimado Alessandro: Me atrevo a escribirte porque tu libro me ha entusiasmado al leerlo en estas Navidades. Soy profesor como tú, en mi caso de historia, pero nunca he entendido el relato histórico como una sucesión de acontecimientos. Escribo a menudo sobre relaciones internacionales, si bien intento hacer más ensayo que crónica. Pienso que los hechos sirven para suscitar reflexiones y enseñanzas. Los hechos pueden ser didácticos aunque los protagonistas no estén dispuestos a cambiar sus actitudes y conductas en nombre de su libertad, reducida a una mera elección. Coincido también contigo en que más importante es la literatura que la mera historia de la literatura y, por cierto, la literatura es imprescindible para comprender la historia y la política.

Estimado Alessandro: Me atrevo a escribirte porque tu libro me ha entusiasmado al leerlo en estas Navidades. Soy profesor como tú, en mi caso de historia, pero nunca he entendido el relato histórico como una sucesión de acontecimientos. Escribo a menudo sobre relaciones internacionales, si bien intento hacer más ensayo que crónica. Pienso que los hechos sirven para suscitar reflexiones y enseñanzas. Los hechos pueden ser didácticos aunque los protagonistas no estén dispuestos a cambiar sus actitudes y conductas en nombre de su libertad, reducida a una mera elección. Coincido también contigo en que más importante es la literatura que la mera historia de la literatura y, por cierto, la literatura es imprescindible para comprender la historia y la política.

En España han traducido tu libro como “El arte de la fragilidad”, pero me gusta más el original “L’arte di essere fragili”. Con todos mis respetos para los editores, el título me suena a un simple enunciado, un postulado impersonal. En cambio, la expresión italiana tiene más fuerza porque me parece mucho más personal y comprometida. Te confieso que quise leer tu libro para hacer una reseña, una entre las muchas que hago a lo largo del año, pero no es menos cierto que si había elegido tu libro, que por cierto nadie me recomendó, es porque intuía que me podía gustar e incluso entusiasmar. El interés y el entusiasmo han sido plenos no solo porque me he sentido identificado con algunas de tus experiencias como docente sino también porque tu libro es una invitación a la vida, al afán de saber en la búsqueda de la belleza y la verdad, al encuentro con los otros que es el descubrimiento de un nuevo mediterráneo en un mundo en que se nos predica que tenemos que ser autosuficientes.

En efecto, Alessandro, tienes razón cuando dices que vivimos en una época en la que solo tenemos derecho a vivir si somos perfectos. Ser perfecto, ser autosuficiente, no tener que depender de nadie. Entiendo que algunos lo sean y hasta que se lo crean, aunque si todos hacemos lo mismo, nos tomamos en serio el discurso oficial, lo único que conseguimos es un mundo de miradas desconfiadas, aislamiento, aburrimiento y desesperación. No llegaremos a esa sociedad feliz que surgirá espontáneamente cuando todos seamos autosuficientes. El paraíso posmoderno no tiene más lógica que el viejo paraíso del marxismo. A sus profetas les importa poco: cualquier defecto, debilidad o fragilidad parece estar prohibida. No la citas en tu libro, pero a mí me recuerda todo esto una paradoja del cristianismo, la que dice Pablo de cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Cor, 12,10).

Dices además en tu libro que uno de los secretos para reparar y repararse es la amistad. Sin amistad, el arte de ser frágiles es imposible. Sin embargo, me encuentro con gente que me dice que la amistad no existe, que no es sincera ni auténtica. Lo dicen personas de diferentes edades, pues el pesimismo parece haber echado raíces en las diferentes etapas de la vida. Esos, sean jóvenes o menos jóvenes, deberían ser los primeros lectores de tu libro siempre y cuando intenten dejar atrás sus prejuicios. Creo que la amistad, y no digamos el amor, falla porque lo esperamos todo del otro y no apostamos por dar sin recibir ninguna contrapartida. La amistad, que no deja de ser una labor de artesanía, sirve para reforzar las fragilidades.

¿Qué me gusta también de lo que has escrito? Tu elogio del asombro, algo que parecen haber perdido muchos jóvenes y adolescentes de hoy, sin saber que una de las grandes cualidades de la juventud es la capacidad de asombro. Dices que el asombro es requisito previo para el arrebatamiento, y el arrebatamiento es, como bien dices, una llamada a ser alguien. Eso es lo que siempre se ha llamado vocación, aunque ese término a algunos les suene extraño.

Me ha encantado también tu reflexión sobre las rosas y los libros, la naturaleza y el afán de saber. El colegio puede ser la gran oportunidad de descubrir ambas cosas. Y así será mientras haya profesores como tú que mire a sus alumnos como alguien y no como algo.

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