Camus y El Malentendido
Vacío existencial que ahoga la respiración del hombre. Gélida oscuridad del alma tras el abrazo de la soledad. Anhelo punzante de un bien inexistente. Camus sigue siendo actual porque habla de la experiencia universal del hombre que ha castrado su trascendencia. El tiempo no hace más que vigorizar esta visión existencialista de la humanidad porque el Viejo Continente ha matado a Dios. No bastaría contemplar una única función de El malentendido para ahondar en la profundidad de esta obra.
La trama es sencilla. Dos mujeres, madre (Julieta Serrano) e hija (Cayetana Guillén Cuervo), llevan años asesinando a los clientes de su frío hotel para poder escapar del destino. Jan (Ernesto Arias), el hijo que regresa a esa casa con su esposa (Lara Grube) después de veinte años. Ellas no le reconocen. El no desvela su identidad. El drama se intuye desde el principio porque, como en las tragedias griegas, hay líneas que si se traspasan, el destino no perdona.
Camus enfrenta dos miradas sobre el mundo: la de Marta (la hermana fraticida) y la de María (la enamorada esposa). Como las hermanas del resucitado Lázaro, Marta y María son dos actitudes frente a la vida. El nexo es Jan, el hijo pródigo que nadie espera y que entrega involuntariamente la vida sin obtener bien alguno. Marta es horizonte cerrado, extranjera en su hogar, poderoso deseo que justifica cualquier acto. Marta, fresco amor, mar abierto, deseo de un bien conocido, primavera ahogada en un gélido río.
El malentandido perfila un ser humano determinado a una trascendencia vacía de Ser, condenado a saciar su deseo de plenitud en Aquel que no existe, y si existiera nada quiere hacer. Camus es sensato, si no hay Misterio la vida es tan agobiante y vacía como los muros de ese viejo hotel. Marta grita: “Odio este mundo en el que estamos reducidos a Dios”. El Creador, enemigo de la criatura. El rostro amedrentado por la soledad a que no haya respuesta ni nadie que pueda responder. La desolación a que Dios sea como el omnipresente mayordomo (Juan Reguilón) que no puede ni quiere ayudar.
Hay pocas ocasiones en las que uno encuentra un texto tan profundo sobre los escenarios y que no haya sido destrozado por una mala adaptación. Ante tanta risa facilona e insultante que inunda las salas, El Malentendido es un punto oscuro de luz en el panorama escénico de estos días.
Cayetana Guillén Cuervo se empeñó en montar esta obra como homenaje póstumo a su padre que, junto a su madre, la protagonizó en el 69 bajo la dirección de Alfonso Marsillach. Hay ciertos añadidos en el diálogo final y referencias al catolicismo como el altar que preside el escenario, pero el resultado enfatiza aún más la premisa existencial de Camus: el hombre que quiere alcanzar aquello que no existe.
Les confieso que salí muy provocado y conmovido por la súplica desgarradora del personaje de María (Lara Grube imposible de superar, ¡quién dijo que el talento y la belleza están reñidas!). ¿Hay respuesta real a este factum que nos consume? ¿Está el hombre condenado irreversiblemente como Sísifo? ¿Dios aplasta o libera?
También sentí terror, no por pensar las consecuencias de una vida vivida de ese modo, sino por las risas descaradas de un público indolente ante el final más desgarrador que he vivido en escena.
No pierdan el tiempo que sólo está hasta el 15 de diciembre en Las Naves del Español, en El Matadero de Madrid.
@Chema_Alejos
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