Camus y el coronavirus
Estos días de coronavirus también saltan automatismos inteligentes: la lista de ventas de Amazon, por ejemplo, muestra que un gran libro como La Peste de Albert Camus ha entrado en la lista de los libros más vendidos. Ojalá la gente lo lea. La Peste es un gran libro que Camus escribe entre 1941 y 1946, mientras atraviesa la oscura experiencia de una Francia asediada por las tropas hitlerianas. Es un libro en el que, salvando las distancias, se pueden encontrar muchas coincidencias con la situación que vivimos estos días: ciudades paralizadas, contagio incontrolable, improvisación en la organización de la asistencia, la circulación de informaciones sin control, la búsqueda afanosa del antídoto capaz de detener la epidemia.
El virus, en el libro de Camus, tiene la forma de ratas que infestan de manera inexorable la ciudad en la que tiene lugar la historia, Orán. Pero lo que hace interesante y hasta necesaria la lectura de La Peste es la razón de ser de este libro: Camus no lo escribe porque le interese documentar una pesadilla sino, al contrario, porque le interesa testimoniar la posibilidad de un antídoto.
Si La Peste es sustancialmente una metáfora que fotografía la caída moral de un pueblo y de una comunidad humana, la respuesta de Camus es una respuesta radicalmente anti-nihilista.
No se confía a las ideologías, proclamas, heroísmos, ni siquiera a los santos, dada su matriz laica. Se confía a la m irada del narrador, el doctor Bernard Rieux, que con pragmatismo y absoluta dedicación afronta esta batalla que para él es profesional y humana a la vez. Rieux atraviesa el túnel de la peste remangándose, sin retirarse jamás, movido por la conciencia de su tarea pero también deseos de buscar un porqué. El porqué, escribe Camus, de “la lucha sorda entre la felicidad de cada hombre y la abstracción de la peste”.
La peste es por tanto una “abstracción”, es decir, una negación de lo humano. Ese es el enemigo contra el que combate el doctor Rieux sin maximalismos. “No tengo afición al heroísmo ni a la santidad”, dice de sí. “Lo que me interesa es ser hombre”. Reconoce que para él la peste es profesionalmente una “interminable derrota”. Pero eso no le exime de que “el más humilde cura de aldea que administra a sus parroquianos y que ha oído la respiración de un moribundo pensara como yo: se dedicara a socorrer la miseria antes que a demostrar sus excelencias”.
Camus es un escritor obstinadamente humano (“algo que se aprende en medio de las plagas: que hay algo en los hombres más digno de admiración que de desprecio”, escribe) y ofrece así algo verdaderamente único en el panorama de la cultura europea del siglo XX.
El equipo que colabora en el libro con Rieux se mueve en el escenario de la peste obstinado en no darse por vencido frente a ese enemigo “abstracto” que pretende limitar la posibilidad de felicidad de los hombres. Poco a poco, a lo largo del libro, se abre paso tímidamente en Rieux la luz de una conciencia reveladora. Rieux pensaba que “un mundo sin amor es un mundo muerto, y que al fin llega un momento en que se cansa uno de la prisión, del trabajo y del valor, y no exige más que el rostro de un ser y el hechizo de la ternura en el corazón”.
Las páginas finales del libro, con fuegos artificiales que iluminan el cielo nocturno de Orán y llenan de alegría a la gente que celebra el fin de la peste, son la representación de un deseo que hay en el corazón de todo hombre, empezando evidentemente por el nuestro, hombres bajo la presión del Covid-19. Pero se puede confiar en la felicidad, avisa con realismo y amor Camus por boca de su doctor, si no perdemos la conciencia de que “esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva”.