Camino del éxito: satisfacción y culpa

Editorial · Fernando de Haro
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6 diciembre 2021
Los chinos están contentos. El modelo de Gobierno del presidente Xi Jin Ping intensifica el control cibernético de la población y en nombre de la seguridad nacional cualquier aspecto de la vida queda determinado por el Partido Comunista. Pero la satisfacción popular aumenta.

En los últimos años el país vive en materia de derechos humanos la peor situación de las últimas dos décadas. En la provincia de Xinjiang, Xi Jin Ping recurre a una “represión preventiva” y a cientos de miles de musulmanes los somete a procesos de reeducación. Es imposible no acordarse de los años terribles de Mao cuando el represaliado debía autoinculparse por supuestos delitos y redactar el acta de acusación. Es el mayor éxito para cualquier poder: conseguir que la libertad no sea deseable y que los ciudadanos estén dispuestos a imputarse faltas que exigen una intervención contundente.

A mediados de noviembre, el Partido Comunista Chino aprobó una resolución histórica que convertía a Xi Jinping en el líder absoluto. Y el líder absoluto tiene un plan. Ese plan está bien explicado en el informe The CCP’s next century: expanding economic control, digital governance and national security del MERIC.

Xi está convencido de que el partido-estado que ha construido es eficaz para afrontar problemas económicos como los creados por la crisis de 2008 y el Covid. Su fórmula consiste en aumentar el control tanto de las empresas públicas como de las privadas. El Partido Comunista está fortaleciendo su intervención en el sector público no para mejorar los beneficios sino para conseguir el desarrollo de sectores estratégicos como el tecnológico. En las compañías privadas los representantes políticos cada vez tendrán más fuerza. Fuera de sus fronteras, el régimen va a reaccionar cada vez con más contundencia a cualquier crítica que se le haga y a cualquier acción que considere contraria a sus intereses. La competición con los sistemas democráticos será creciente. El país no es solo la gran fábrica del mundo, es el gran mercado de 1.400 millones de consumidores al que ninguna empresa quiere renunciar. De hecho, American Airlines, Delta o Marriott han pedido perdón por haber incluido a Taiwán como un país independiente en su material de promoción.

Habrá que ver si el plan funciona. La economía china se enfrenta a grandes retos, su modelo se ha basado en la inversión de ingentes cantidades de dinero con bajos niveles de productividad. Pero la fórmula seguramente no puede mantenerse demasiado tiempo. Es muy probable que en el futuro las desigualdades regionales y sociales sean más acusadas y que aumente la inseguridad. Para evitar que crezca la polarización, el cansancio ciudadano y la desafección por los problemas económicos y medioambientales que pueden surgir, Xi seguramente incrementará la medicina con la que ha solucionado hasta ahora buena parte de los problemas: el nacionalismo.

Hasta ahora ese nacionalismo le ha funcionado. No hay muchas encuestas fiables, pero el estudio Understanding CCP Resilience: Surveying Chinese Public Opinion Through Time, realizado en Harvard, muestra cómo la satisfacción de los chinos con su Gobierno se ha venido incrementando desde 2003 al menos hasta antes del Covid. El Gobierno ha incrementado su popularidad, la población se encuentra satisfecha de la lucha de XI contra la corrupción. Los habitantes de las zonas no costeras, que son los más pobres y los menos beneficiados por la mejora de los servicios públicos, están tan satisfechos como los que gozan de más bienestar.

Y allí donde podría no haber satisfacción como en la provincia de Xinjiang, donde viven los uigures y otras minorías musulmanas, se practica una “represión preventiva”, teóricamente encaminada a luchar contra el terrorismo. La “represión preventiva” desde 2017 incluye el aumento de las detenciones de grupo, la intensificación de la reeducación ideológica y la presión sobre la diáspora musulmana. La solución se ha extendido a otras áreas. Las cifras de los detenidos se discuten, pero en cualquier caso son muy altas. Es posible que hayan sido ya tres millones de personas. El Gobierno presupone la culpabilidad por ser quién eres, por dónde vives y por el grupo al que perteneces. La reeducación comunista obliga a cambiar el idioma local por el mandarín y a abandonar las tradiciones culturales y religiosas. El poder mata el deseo de libertad y consigue interiorizar el sentimiento de culpa por no estar homologado.

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