Cambio político: construcción no contención

Editorial · Fernando de Haro
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4 junio 2023
El mayor reto que tiene la vida política española es reconocer y construir con más fuerza la amistad cívica que ya existe en las experiencias sociales de base. La mayor aportación que puede hacer un católico en un escenario así es contribuir a superar la fragmentación.

No hay nada que se parezca más a un periodista político que un periodista deportivo. Tantos unos como otros recurren a expresiones sugerentes que pueden significar muchas cosas o que pueden no tener ningún contenido. Los periodistas políticos españoles han repetido durante la última semana hasta el agotamiento la fórmula “cambio de ciclo”.

La derrota que ha sufrido la izquierda en las elecciones municipales y regionales supone una importante modificación del reparto del poder territorial. Parece anticipar un cambio en el Gobierno. Para evitarlo, Sánchez ha adelantado las elecciones. Pero la transformación es más profunda. Tras las protestas de 2011 (movimiento de los indignados), las que cuestionaron un sistema de partidos dominado por el PP y el PSOE, se modificó el tradicional reparto de escaños en el Congreso. Aparecieron Ciudadanos y Podemos, a los que había que sumar las formaciones nacionalistas e independentistas. A pesar de que la ley electoral de 1977 favorece la formación de mayorías, esas mayorías se hicieron más difíciles tras los comicios de 2019. La fragmentación, la formación de dos bloques impermeables (partidos de derecha y de izquierda) y la falta de cultura de pacto obligaron a una repetición de las elecciones. Cuatro años después, los nuevos partidos casi han desaparecido y España vuelve a un bipartidismo imperfecto. A diferencia de lo que sucede en Italia y en Francia, los dos partidos clásicos, uno de centro-derecha y otro socialdemócrata, de momento siguen vivos y siguen siendo los protagonistas de la vida política. Vox es también un nuevo partido, pero surgió más tarde y es un caso diferente.

La incógnita es ahora qué sucederá con la formación socialista tras las elecciones generales. El liderazgo de Sánchez ha provocado una desnaturalización del alma socialdemócrata. Ya hace 20 años comenzó en el PSOE una deriva que mutó su ideal de lucha en favor de las clases trabajadoras y clases medias por un ideal identitario (defensa de las mujeres, de los homosexuales y de un largo etcétera de grupos discriminados). Los nuevos derechos se convirtieron en la bandera de los socialistas. En los últimos cuatro años hemos asistido a otra transformación. Sánchez, a pesar de su debilidad, ha querido gobernar con el apoyo en el Gobierno de un partido radical como Podemos y con el apoyo parlamentario del independentismo catalán y del independentismo vasco. Independentismo vasco, en parte heredero de la banda terrorista ETA. Estas alianzas han provocado que el partido en el Gobierno no fuera un partido de Gobierno. A un partido de Gobierno se le supone responsabilidad institucional. Las leyes promovidas por Podemos han dejado profundas heridas en el ordenamiento jurídico. Los acuerdos con el independentismo catalán han desarmado, por vía penal, los mecanismos de protección constitucional. Los acuerdos con el independentismo vasco están ayudando a reescribir la historia de ETA. Los electores han castigado y probablemente volverán a castigar a los socialistas por ello. El reto para el partido será rehacerse y recuperar su posición original, la de la socialdemocracia clásica.

Ni el PSOE ni el PP van a echar marcha atrás en nuevos derechos como el aborto y la eutanasia que, por otra parte, cuentan con una gran aceptación social. Otra cosa es qué puede suceder con la autodeterminación de sexo que, incluso para los más progresistas, ha quedado regulada de un modo que desprotege a los niños y perjudica claramente a las mujeres.

Cambio de ciclo pues: vuelta a un bipartidismo imperfecto y esperemos, retorno del PSOE al cauce institucional y al cauce de la socialdemocracia. Pero todavía haría falta un cambio más profundo, un cambio que reconstruyera lo que quedó roto hace 20 años. Desde entonces los dos partidos mayoritarios se han instalado en una polarización que exagera las tensiones sociales. La dialéctica amigo/enemigo se hace dominante, con una antropología negativa en la que el otro es una amenaza. Lo político se convierte en teológico por efecto de la secularización y todo se expresa en clave maniquea.

El mayor reto que tiene la vida política española es reconocer y construir con más fuerza la amistad cívica que ya existe en las experiencias sociales de base. La fuerza de los hechos ha dejado atrás la “agenda de los nuevos derechos”. La mayor aportación que puede hacer un católico en un escenario así es contribuir a superar la fragmentación. Es ingenuo atribuirle ya a la política una función de katechon (contención) respecto a la disolución antropológica. Es inútil perder el tiempo en una “sustancialización” de la política que retrase y dificulte el reconocimiento del otro como un bien. Esa es la mayor tarea de una política realista, es decir, una política que deja abierta la dialéctica entre espacio (conquistas/defensas) y tiempo (procesos), entre Iglesia y mundo. Esa dialéctica “complica” la tarea a periodistas políticos y deportivos.

 

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