Brooklyn Mestizo (relato)

España · Angel Satué
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2 noviembre 2014
Capítulo primero y penúltimoBrooklyn Mestizo es un buen nombre para un bar venido a menos como el que acoge a mi banda de música de cuando en cuando, o para un perro callejero. Para uno vagabundo, que no es lo mismo, tal vez sería demasiado. Demasiado poético, casi épico. En cambio para un coche setentero, que llevase la gesta en sus tiras de neumáticos y en los asientos traseros, le iría bien. Brooklyn Mestizo. Ese es mi nombre, Brooklyn Mestizo Sánchez, del puerto de Hudson y de Puerto Rico, de una manera que sólo la fusión caribeña con la música de jazz puede conseguir. Ella, la que está llevando platos de una mesa a otra, es Marcela Fiorella Smith. De Puerto Rico y del puerto de Hudson, que no es la misma fusión (melting pot, que se dice en este lado del río), pero se le parece. Así podríamos seguir con todos los miembros de la banda. La mía.

Fiorella tiene una mirada profunda. Sus ojos son de un normal marrón chocolate, que además se camuflan con su piel trigueña. La sucesión rápida de días apagados no hacen mella en el brillo de ese par de granos de café que asoman por su flequillo, liso. Al final del día esas dos onzas de chocolate que tiene por pupilas, parece que cargan con todo el peso de la raza latina. Siglos y siglos de cruces y de fusión nuclear. Sí, así es como lo veo. Y me gusta cantarlo. Y cantar sobre ella. La unión de dos mundos, de dos continentes y de dos o tres o cuatro razas, dando como resultado final una espectacular liberación de energía. Pura vida. Fiorella guarda dentro de sí, en cada arruga incipiente de su rostro un conocimiento particular de lo que significa la fusión nuclear. Si los cerebros del MIT le preguntasen, se quedarían sorprendidos, y probablemente acabara sentando cátedra en Boston. Su mirada mestiza tiene línea directa con su corazón latino, a pesar de que sus costumbres WASP a veces delatan una nueva fusión incipiente. Treinta y cinco años en Nueva York, viviendo como latino, siéndolo, por mucho que uno se rodee de su gente, te vuelve inevitablemente escéptico, melancólico, algo WASP, hasta que los compases musicales en español, al acecho en cada esquina, en cada puesto de perritos y en cada gas station (gasolinera), te hacen notar un pinchazo enamorado en la boca del estómago. Eso es lo latino en EE.UU.

Mi banda cuando toca es PEM. Ha salido en varios noticieros locales, aunque nunca en el de la seis. Pura Energía Musical inundando los bajos del edificio Hill Bridge, sucios y húmedos, donde solemos poner música y orden al caos nocturno del multiverso latino que es Brooklyn, en medio de un coro variopinto de descendientes de blancos europeos, y de hermanos negros.

El Hill Bridge tuvo su momento de esplendor. Es evidente que ya no lo tiene. El Hill Bridge tuvo que ser en Brooklyn una especie de Monticello en Las Vegas. Mi banda ni por asomo está llamada a conquistar para el barrio un nuevo y reformado Hill Bridge. Estamos para dar luz (más bien, poner sal y pimienta en do, re, mi) al corazón de Fiorella. Ella lo sabe, y nos lo suele agradecer cerrando el Merry´s Coffee y dándonos a probar su magnifico “Apple pie” con ron venezolano. Algo nuevo emerge. En ella se plasma en la forma de postres sabrosos. En mí, en una nueva música vibrante. Se trata del paladar y la lengua, de la boca, del lenguaje, de sentimientos.

Fiorella me dio un beso. No se explicar el significado de ese beso. Lo único que se es que en ese beso se encerraba el secreto del mundo. No importa si fue en la mejilla o en la boca, de amiga o de amante, de amor o de cariño. Hubo un beso, de dos personas, cerca del río Hudson, mientras la ciudad dormía, mientras la banda tocaba, y mientras el Columbus Day llegaba.

El capítulo que resta, y primero desde el final

Para una camarera de Brooklyn llamarse Marcela Fiorella Smith y servir cafés cerca del Hill Bridge es ser conocida por todos. No es mal trabajo de jueves a domingo. Como suele decirse, las propinas me permiten pagar el alquiler y sacar adelante a una niña bien linda. Ir de mesa en mesa, dejando conversaciones inacabadas pero que continúan, me permite vivir día tras día una experiencia surrealista sin igual. De esta experiencia se aprovecha la banda que compone sus canciones en el Merry´s. En especial, Brooklyn Mestizo, que podría ser el nombre futuro del distrito entero. O de un perro vagabundo, por lo épico del nombre. Es el trompetista. Me dijo una vez que aprendió a tocar en el reformatorio. No se si será verdad o mentira, pero en su momento, hace un par de años, que es cuando le conocí, me impresionó.

Físicamente es más bien delgado, tirando a paliducho, y el otro día me besó. Creo que nos emocionamos los dos escuchando al resto de la banda. Creo también que el piensa que yo le besé, que me acerqué a él, pero no fue así. Todo lo más, mi sangre latina con gotas de WASP puertorriqueño, podría reconocer que me acerqué demasiado al servirle pastel de manzana. Él es más latino en esto de dejarse arrastrar.

Su toque de trompeta es ligero, y en cambio, suena como cuando dos mundos se encuentran. En el local, en la calle, junto al metro y a resguardo de la lluvia por una vieja marquesina de cine, o en la cabalgata por el día de Colón, el 12 de octubre, en plena 5ª Avenida.

Cada uno a su modo, siento íntimamente que somos la frontera en un país de frontera. Lo noto en cada café que sirvo. Somos extranjeros en nuestro propio país, que es una linda manera de ser latino,…universal.

Capítulo primero y penúltimo

Brooklyn Mestizo es un buen nombre para un bar venido a menos como el que acoge a mi banda de música de cuando en cuando, o para un perro callejero. Para uno vagabundo, que no es lo mismo, tal vez sería demasiado. Demasiado poético, casi épico. En cambio para un coche setentero, que llevase la gesta en sus tiras de neumáticos y en los asientos traseros, le iría bien. Brooklyn Mestizo. Ese es mi nombre, Brooklyn Mestizo Sánchez, del puerto de Hudson y de Puerto Rico, de una manera que sólo la fusión caribeña con la música de jazz puede conseguir. Ella, la que está llevando platos de una mesa a otra, es Marcela Fiorella Smith. De Puerto Rico y del puerto de Hudson, que no es la misma fusión (melting pot, que se dice en este lado del río), pero se le parece. Así podríamos seguir con todos los miembros de la banda. La mía.

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